Columnistas
17/08/2016

Inteligencia animal

Inteligencia animal | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Las investigaciones en biología y psicología han avanzado lo suficiente como para mostrarnos que una gran variedad de especies son capaces de tomar decisiones asociadas no sólo a la presencia de inteligencia, sino también de conciencia.

Miria Baschini *

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Usamos a menudo la palabra animal en modo despectivo, sin importar si la dirigimos hacia seres de nuestra misma especie o de otra diferente. Los atributos que la acompañan tienden a definir, a quien se la asignemos, comportamiento bruto, torpe, carente de sentimientos, entre muchas otras opciones posibles. Inclusive los seres humanos muchas veces nos sentimos fuera de la clasificación animal, o estamos seguros de no pertenecer a ella, pero si somos animales y formamos parte del mismo reino junto a todas las demás formas de vida de este planeta.

Por otra parte solemos tener algunos problemas a la hora de definir conceptos tales como inteligencia: “facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad” o conciencia: “capacidad de un sujeto de conocerse a sí mismo y a su entorno”, pero con lo que más problemas tenemos es con la posibilidad de reconocer la presencia de inteligencia y de conciencia en los animales no humanos. No es nada extraño que esto suceda, ya que a medida que reconocemos la presencia de esos atributos en los demás seres, la consecuencia primera e inmediata en concederle un reconocimiento, una valoración, una escala de relevancia que inexorablemente nos conduce a respetarlos, a tratarlos como iguales, a valorar sus vidas.

Las investigaciones en biología y psicología han avanzado lo suficiente como para mostrarnos la casi idéntica información genética que portamos las diferentes especies, la capacidad de los animales no humanos de ser empáticos, no solo con los de su especie, también con seres de especies diferentes. Sabemos ahora que una gran variedad de especies son capaces de tomar decisiones asociadas no sólo a la presencia de inteligencia, sino también de conciencia. Sabemos que sienten miedo, tristeza, alegría, que son capaces de reír, que tienen vocabularios muy sofisticados para comunicarse entre ellos, que tienen la capacidad para usar y hasta construir herramientas, y puede seguir una larga lista de habilidades acerca de las cuales cada vez hay mayores evidencias.

La supremacía de nuestra especie requiere, para su subsistencia, de mantener en inferioridad de condiciones a las restantes (a quien escribe estas líneas le queda muy claro que, en esta sociedad planetaria tal como está concebida, los seres humanos tampoco tenemos todos el mismo valor). Cuando comencemos a reconocer la inteligencia, la conciencia, y el valor de la vida de nuestros hermanos animales, tendremos que cambiar inexorablemente el modo en el cual interactuamos con ellos y muchas de nuestras prácticas que claramente los desfavorecen. Y ese cambio no se dará con los animales de compañía, sino con todos los demás, a los que desde la acción y la omisión, los condenamos a vidas tortuosas e incluso a la extinción en algunos casos.

El modo en que hoy se “crían” animales para obtener a través de ellos alimentos tales como carne, leche, huevos, o artículos suntuosos tales como las plumas de ganso para abrigos. El terrible campo de la diversión que incluye zoológicos, corridas de toro, jineteadas, pasando incluso por las atroces peleas de pitbulls, riñas de gallos y carreras de galgos. Cuentan también otras acciones que a priori parecen menos directas, como el talado de los bosques nativos para convertirlos en campos de siembra, generando situaciones donde las especies llegan a la extinción por nuestra conducta de superioridad declarada.

Cada vez avanzamos un poco más en el reconocimiento de los demás animales como compañeros del camino en esta aventura de la vida, que se desarrolla en un pequeño planeta azul, invisible en la vastedad del universo, pero tal vez lo estemos haciendo a un paso aún demasiado lento. El cambio de prácticas que se requiere cuando le otorgamos el valor que tienen las demás especies, sin duda nos llevaría a incrementar considerablemente nuestras propias posibilidades de supervivencia como especie.

Ojalá esa maravillosa pregunta que se hace el biólogo y etólogo Frans de Waal y que le da nombre a su libro: “¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los (demás) animales?” tenga un sí como respuesta, y desde esa afirmación avancemos en el camino de sana convivencia interespecie, camino cuyos pasos ya han sido dados por muchos de quienes nos precedieron (ejemplo: San Francisco de Asís), pero que no tiene aún suficiente profundidad en la huella del andar humano.



(*) Profesora de la UNC, doctora en Química
29/07/2016

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