Columnistas
14/08/2016

Amar en defensa propia

Amar en defensa propia | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La respuesta masiva que obtuvo la convocatoria a la ronda número 2.000 de las Madres en Plaza de Mayo, es amar en defensa propia. Es la forma colectiva y movilizada que los argentinos activan cuando se los lleva al límite de lo aceptable.

María Beatriz Gentile *

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“Al parecer será más fácil desarmar la guerrilla más vieja de América que el corazón de muchos colombianos, cada quien deberá amar en defensa propia porque la cosa está dura”,  escribió  una amiga en tiempos donde su país intenta salir de esa violencia entronizada que lleva más de 70 años de muertes, desplazamientos y violaciones  a los derechos humanos.

Si hay algo que obsesiona en el devenir histórico y en la cotidianidad de Colombia ha sido la no resolución de los contrarios. Dejó de hablarse de violencia para hablar de guerra. Guerra de los narcos, guerra sucia, guerra de las guerrillas, guerra del presidente. Hace unos años Gonzalo Sánchez Gómez escribía que a diferencia de la Argentina, en donde el olvido y la memoria de la violencia fueron exorcizados en el gran proceso del Nunca Más, en Colombia la masacre fue rutinizada y reubicada incesantemente en una especie de frontera entre la memoria y la no-memoria. Pero a la vuelta de la historia y mientras hoy ese país del norte de Sudamérica se esfuerza por comenzar el exorcismo, en Argentina se resucita la teoría de “los dos demonios”.

La respuesta masiva que obtuvo la convocatoria a la ronda número 2.000 de las Madres en Plaza de Mayo el pasado jueves, es amar en defensa propia. Es la forma colectiva y movilizada que los argentinos activan cuando se los lleva al límite de lo aceptable. Y el terrorismo de Estado es uno de esos límites. Aquí no hubo una guerra, hubo un plan sistemático de exterminio al disidente implementado por el Estado, objetivo que en palabras de Terence Todman -subsecretario de Asuntos Interamericanos de los Estados Unidos-  en 1977 estaba cumplido: “Los Montoneros, inclinados hacia el peronismo y que fueran poderosos, han sido reducidos a 700 combatientes, y el trotskista Ejército Revolucionario del Pueblo a sólo 120… los movimientos terroristas organizados están mayormente bajo control” escribía en un informe que integra las 1.080 páginas de documentos desclasificados sobre la dictadura de 1976 entregados al gobierno argentino. Sin embargo y a pesar del macabro objetivo logrado a solo un año de ejecutado el golpe, las desapariciones, la apropiación de bebés y demás violaciones continuaron.

Resulta inaceptable el negacionismo de estos crímenes. Eduardo Luis Duhalde decía que aún faltaba hacer el trabajo que exhiba en profundidad el discurso histórico violento del poder en la Argentina; ese  que se afirma en la eliminación física del oponente.  Joaquín V. González pensaba que el origen de ese discurso se retrotraía a la época virreinal y  que toda la historia colonial desde México hasta Buenos Aires se teñía de la sangres de las ejecuciones. Entonces, ¿cuál es el índice de exterminio aceptable para dejar de justificarlo?

Cuando la supresión de lo social y la proscripción de lo político se lleva a cabo en nombre de una verdad originaria, como lo puede ser cualquier ortodoxia o religión, la eliminación física del otro se hace ineludible. De allí la justificación de masacres, genocidios y humillaciones a los cuerpos ajenos. Nada de esto es producto del azar ni de un demiurgo de la historia. No se trata de ser solidario, porque no estamos frente a una catástrofe natural que interpela la buena voluntad para con los afectados. Se trata de crímenes producidos, de responsabilidades institucionales, de complicidades silenciosas, de abandonos voluntarios y de desinterés interesado. Todo evitable, todo susceptible de no ser repetido. Por eso aquello de que “no necesito que comprendas mi dolor, quiero que entiendas mi lucha”.

En tiempos revueltos y de corazones endurecidos, como diría Marcela, habrá que amar en defensa propia con memoria y con justicia. Por ello  pisar las calles nuevamente, llegar como se pueda a la plaza, tratar de abrazarlas y hacer como dice Benedetti “si la memoria esta turbada, quedémonos un rato a la intemperie, pensando en todo y en todos”.   Al fin y al cabo amar en defensa propia es reconocerle al “otro” aquellas exigencias que sabemos irrenunciables para nosotros mismos.



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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