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Si la violencia imperial de Estados Unidos desencadenara una guerra para apoderarse del poder en Venezuela, no habrá sido inevitable que Argentina participe. Todo el continente y el mundo quedarían involucrados, de una forma u otra, en una tragedia semejante. Pero si nuestro país fuera militarmente beligerante, será responsabilidad en primer lugar de Mauricio Macri.
Nadie sabe -nadie entre la gente común del pueblo, aunque quizás sí lo sepan Donald Trump más todos los jerarcas de la maquinaria criminal norteamericana y de otros poderes mundiales- si se llegará a tal extremo. Pero lo que sí se sabe es que el imperio está moviendo peligrosamente las piezas del ajedrez internacional, y que ese futuro atroz está entre los probables.
Dentro de ese contexto, cualquier gobernante que hubiera en este momento en Argentina (para referir solo a nuestro país) debería tener una sola prioridad por sobre cualquier otra consideración: la paz por encima de todo. La paz como valor supremo. La solución pacífica para todos las crisis y controversias. Ninguna otra alternativa que no sea la paz. Ninguna otra resolución para ningún conflicto que no sea por la vía de la negociación.
Los elementos de juicio, de público conocimiento, para reflexionar sobre el peligro de que Macri lleva a Argentina a una guerra, son las decisiones que está tomando en esa dirección. El gobierno nacional está subordinado a la estrategia de Donald Trump.
En un momento gravísimo de las relaciones internacionales en América del Sur, nuestra Nación ha sido incorporada el bando que eventualmente puede provocar una guerra en Venezuela, que si ocurriera (como siempre se dice en estos casos, porque tal vez no haya mejores palabras para expresarlo) tendría consecuencias imprevisibles.
De ese modo, por decisiones del macrismo -con respaldo de sus bases políticas, corporativas y sociales- el país vuelve a violar su imprescindible compromiso con la preservación de la paz.
Dejando de lado el caso de la dictadura genocida 1976-1983, que hizo lo mismo en diversas circunstancias, el único antecedente similar es la posición del gobierno de Carlos Menem en 1991, cuando se sumó al bando agresor encabezado por Estados Unidos para atacar a la República de Irak.
En los años siguientes Argentina sufrió dos atentados del terrorismo internacional (el de la embajada de Israel y el de la mutual israelita AMIA). Nunca se comprobó con rigor documental la relación causa-efecto entre una cosa y otra. Pero a falta de motivos geopolíticos para perpetrar semejantes ataques terroristas contra un país que nunca había tenido nada que ver con los conflictos de Medio Oriente -empezando por la lejanía geográfica-, esa pasó a ser la explicación más probable.
México y Uruguay, ejemplares
Si Estados Unidos bombardeara Venezuela, o si provocara una guerra interna a través del financiamiento a extremistas venezolanos y el envío de agentes secretos expertos en violencia, crímenes políticos y sabotajes, no podría impedirle un país que no tiene peso determinante en la configuración del poderío mundial, como Argentina.
Pero lo que sí podría -y lo haría, si su gobierno tuviera otros principios éticos, otra ideología y otro proyecto político- es no involucrarse como parte del bando agresor, y en cambio hacer todos los esfuerzos que estén a su alcance para disminuir los daños y crear condiciones pacificadoras.
Dos gobiernos, de países que tienen muy distinto peso y volumen en el concierto internacional para una coincidencia en valores humanistas y patrióticos esenciales, lo están haciendo en estos días de modo ejemplar: México y Uruguay.
Al producirse el intento de golpe de Estado de la semana pasada contra el presidente Nicolás Maduro, las autoridades de ambas naciones emitieron una declaración conjunta donde formulan “un llamado a todas las partes involucradas, tanto al interior del país como al exterior, para reducir las tensiones y evitar una escalada de violencia que pudiera agravar la situación”.
Agregan que “conforme a los principios del derecho intrnacional, México y Uruguay urgen a todos los actores a encontrar una solución pacífica y democrática”, y “para alcanzar dicho fin proponen un nuevo proceso de negociación incluyente y creíble, con pleno respeto al Estado de Derecho y a los derechos humanos”.
Finalmente, “los gobiernos uruguayo y mexicano, en sintonía con las declaraciones de la Organización de Naciones Unidas (…) manifiestan su completo apoyo, compromiso y disposición para trabajar conjuntamente en favor de la estabilidad, el bienestar y la paz del pueblo venezolano”. (La publicación oficial del texto puede leerse en la página del ministerio de Relaciones Exteriores de la República Oriental del Uruguay. Comunicado oficial del 23/01/19).
(El comunicado conjunto aludía, también, a declaraciones de la Unión Europea y de los gobiernos de España y Portugal. Pero tanto ese bloque continental como los dos países modificaron su postura el fin de semana y, arrogándose atribuciones que las metrópolis coloniales tenían hace más de 200 años, cuando los países de América todavía no se habían independizado, le dieron un “ultimátum” a Venezuela para convocar a nuevas elecciones).
Noble tradición argentina
Argentina tiene una noble y larga tradición de respeto a la soberanía de otros países y del principio de no intervención en sus asuntos internos. Hace un siglo, el presidente Hipólito Yrigoyen tuvo gestos fundacionales en ese sentido. Antes aun, el gobierno conservador y genocida de Julio Roca planteó en 1902, a través del canciller Luis María Drago, la doctrina que rechazaba la pretensión de invadir un país (las potencias europeas querían hacerlo contra Venezuela, casualmente) para cobrarle sus deudas.
Más cerca en el tiempo, el gobierno del presidente radical Arturo Illia se negó, en 1965, a convalidar la invasión de Estados Unidos a República Dominicana. Otro antecedente muy potente de una política que priorizaba la paz y la soberanía de las naciones fue la que ejerció Raúl Alfonsín durante los años ‘80, negándose a ser parte de la agresión contra Nicaragua, donde en ese tiempo tenía lugar la Revolución Sandinista.
Es particularmente recordado el discurso de Alfonsín en los jardines de la Casa Blanca, durante una visita oficial a Estados Unidos, cuando el ultra-conservador y guerrerista presidente Ronald Reagan lo “apretó” en su discurso protocolar de bienvenida para que Argentina se plegara al bando pro-norteamericano. Fue el 21 de marzo de 1985.
Alfonsín dejó de lado el discurso que tenía escrito, y pronunció otro. Lo tenía pensado pero no escrito. Y refiriéndose a la reunión oficial que iban a mantener inmediatamente, le dijo en la cara a Reagan y a la vista del mundo: “No estará ajeno a nuestro diálogo el tema de Centroamérica y de Nicaragua (…). Estoy convencido de que a través del diálogo se podrán encontrar fórmulas de paz, que sobre la base del respeto al principio que hace al derecho consuetudinario americano de la no intervención, nos den la posibilidad de lograr un triunfo de las ideas de la democracia y el pluralismo, (...) afirmando la libertad”.
(Un fragmento de ese discurso, de algo más de 5 minutos, se puede recuperar en la página web del Archivo General de la Nación. Acceso al video. A los 3’ 30” comienza el concepto referido a este tema).
Consejo de Defensa de Unasur
Durante la primera década y media de este siglo, las mayores contribuciones a la paz en el sur del continente fueron realizadas por los gobiernos y líderes políticos que confrontaron, precisamente, con Estados Unidos y las oligarquías de cada país.
Esos que en el discurso dominante son denostados como “populismos” -para desalificar su raíz popular-, “regímenes corruptos” o hasta “dictaduras” (justamente el caso venezolano), y cuya existencia generó la contraofensiva norteamericana y de las derechas locales que hoy tienen su máxima expresión en la embestida contra Venezuela, fueron los que lograron los consensos y niveles de acuerdo tendientes a resolver los conflictos internos o internacionales por la vía pacífica.
La expresión institucional más importantes de esa política compartida fue la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), y dentro de esa institución de integración continental, la conformación de un -embrionario- “consejo de defensa”. Este llegó a progresar solo de forma muy limitada, justamente porque empezaba a tocar la médula de los intereses imperiales estadounidenses: su poderío militar.
El así llamado “Consejo de Defensa Suramericano” fue creado en diciembre de 2008, durante una reunión cumbre de presidentes de Unasur realizada en Brasil. El primero de sus propósitos era “consolidar una zona de paz suramericana”.
Además, “construir una visión común en materia de defensa”; también “articular posiciones regionales en foros multilaterales” de ese tipo, “cooperar regionalmente” en la materia, y “apoyar acciones de desminado, prevención, mitigación y asistencia a víctimas de desastres naturales”.
(“Desminado”, un término desconocido para muchas personas, refiere en general al retiro de minas o explosivos colocados en un terreno, en estos casos con fines de guerra. Existen en las islas Malvinas, por ejemplo, donde fueron instalados por los ingleses en la guerra de 1982. Otro caso son las zonas de Colombia que han estado afectadas por las guerras internas).
(Se puede acceder a referencias generales sobre el Consejo de Defensa Suramericano en la, aún vigente, página oficial de Unasur).
Plan de destrucción
Hoy, toda esa estructura internacional de paz, cooperación, soberanía y convivencia pacífica entre los pueblos, está destruida. No solo el Consejo de Defensa sino la propia Unasur están desactivados y en vías de extinción, por decisión de los gobernantes de derecha que ahora predominan.
En abril del año pasado, el gobierno de Mauricio Macri y sus equivalentes de Brasil, Chile, Colombia, Perú y Paraguay, anunciaron que se retiraban de la Unasur. De los 12 países que integraban el bloque continental, se mantuvieron seis. (Información del sitio digital de CCN en Español. Noticia del 21/04/18). Pero uno de esos seis es Ecuador, cuyo actual gobierno también se sumó a la oleada derechista y pro-norteamericana. Solo quedan como miembros, y apenas formalmente porque en los hechos esa alianza continental dejó de existir, Bolivia, Guyana, Suriname, Uruguay y Venezuela.
El avance soberano de las naciones para el control democrático de las fuerzas armadas y los aparatos militares, que constituyen el núcleo duro de la hegemonía norteamericana en la región y en todo el planeta, no podía ser tolerada por la hiper-potencia capitalista.
Fue una de las razones por las cuales sus estrategas planearon la contraofensiva para derrotar a los gobiernos y líderes políticos que hasta 2015 predominaban en esta parte del mundo. El plan de destrucción de la obra histórica lograda por procesos de acumulación de poder democrático y popular, está en plena ejecución.
Macri es un fanático ideológico de derecha (aclaración: no equivale a afirmar que es "de ultraderecha", como sí lo es Jair Bolsonaro), que está convencido de que Argentina debe ser furgón de cola de Estados Unidos y de los poderes que manejan el capitalismo trasnacionalizado mundial. Por eso su política es violatoria de la noble tradición nacional de preservación de la paz y respeto a la sobernía de las naciones.
Así, todas y cada una de las decisiones de su gobierno van en la misma dirección. En asuntos militares, de tecnología bélica y del espionaje, de formación y "capacitación" de miembros de las fuerzas armadas y policiales, de armamentismo y demás negocios que se realizan en el submundo clandestino de los "secretos de Estado", el macrismo somete a Argentina a los intereses y conveniencias de Estados Unidos e Israel.
(Digresión: los dos últimos, más los ingleses, están entre los pocos países que en Naciones Unidas votan en contra de los derechos soberanos argentinos sobre las islas Malvinas).
La muestra más terrible y actual de las decisiones ideológico-políticas oficiales es el servilismo -vergonzante para una gran parte del pueblo argentino y para la dignidad de la Nación- con que el gobierno de nuestro país actúa frente a la crisis venezolana.
Si una guerra llegara a desatarse, Argentina no estará del lado de la paz sino que será parte del bando agresor. Nadie sabe, ninguno/a sabemos (nadie entre la gente común del pueblo, como decía antes esta misma nota) si tal atrocidad llegará a ser una realidad. Por ahora, lo real en nuestra Patria es el peligro que ha generado Mauricio Macri con su fanatismo pro-norteamericano.
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