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Lo cierto es que el macrismo resulta común a otras experiencias, tanto en términos programáticos como en su voluntad por rebasar las estructuras culturales vigentes. Lo mismo que en esa amalgama de hombres y mujeres sin biografías políticas “intensas” aunque si habitantes de barrios exclusivos e integrantes de muchas ongs voluntariosas. Su vanguardia son los “expertos” de la ortodoxia liberal económica, además de empresarios y gerentes. Entre los primeros y los últimos los hay innovadores en sus campos. Aunque la mayor parte comparte un ADN antipolítico y mucha ambición por acceder al poder donde éste se encuentre, sea en la empresa o en una agremiación profesional. Desde el 10 de diciembre del año pasado sumaron las estructuras estatales. Ese reducido mundo constituye una suerte de thinktanklandia que suma el espíritu elitista de una novedosa “ceogobernanza”. Voces y medios son los encargados de promocionar la revolución moral e intelectual que requieren. Todo bajo la articulación de un Mauricio Macri que se proyecta como un líder presidente-gerente asistido por políticos de variadas procedencias. A este último lote pertenecen figuras tan distintas en carácter como en sus pasados militantes. Caminan juntos muchos peronistas, radicales, ucedeistas, demoprogresistas, hasta aquel con larga biografía dentro del comunismo rioplatense. No todos se presentan como ex de su pasado, como Amadeo, Ricondo, Frigerio, etc. Otros no se saben en donde siguen, tal la itinerante Bullrich. Jorge Sigal, segundo en la política de medios dirigida por Hernan Lombardi, es el único puede decir que es un ex. En su caso excomunista.
Aquel variopinto universo Pro tiene un extraordinario parecido de familia al tipo de coalición tanto social como política e intelectual que se hizo fuerte durante la década del ochenta del siglo pasado tanto en los EEUU como en el Reino Unido. Recuérdese que la coalición reaganiana tuvo entre sus filas hombres hiperconservadores junto a algún que otro ex marxista protagonista de los movimientos de rebeldía anti Vietnan y proampliación de los derechos civiles de los años sesenta.
Es cierto que antes de encarar la revolución derechista republicanos y conservadores de uno y otro lado del Atlántico tuvieron que abandonar aquel compromiso asumido, a veces de mala gana, a favor de las políticas que promovieron el Estado keynesiano y los Estados de bienestar durante la segunda posguerra. De hecho, a ellos también se los reconoce como sus arquitectos. Fue el conservador Winston Churchill quién convoco a William Beveridge para diseñar una nueva Inglaterra más igualitaria, cosa que efectivamente ocurrió. Fue la crisis de los setentas la que les dio oportunidad a los grupos más radicales de las derechas para pensar una revolución que echara por tierra el Estado del bienestar y el keynesianismo. La emergencia de las figuras de Ronald Reagan y Margaret Thatcher completo ese cuadro de época.
Para la Argentina la experiencia en marcha más que un retorno de un menemismo o un mix con las políticas martinezosistas, parece una versión rioplatense del thatcherismo. Aquel que encarnara la líder del Partido Conservador británico como primera ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990. Llegó al poder bajo la consigna: “la mano de obra no trabaja”. Las últimas intervenciones desde el atril presidencial de Macri hablando -con su ligereza habitual- sobre las condiciones laborales de los trabajadores y el papel de la justicia laboral en nuestro país, sin duda se colocan en la misma línea de aquella Gran Bretaña tatcherista.
Es sabido que el principal resultado del largo decenio de Thatcher en el gobierno fue incrementar la distancia económica y social entre los británicos. Hacia principios de 1990 Gran Bretaña incrementó su desigualdad. De acuerdo al Índice de Gini, la diferencia en términos de renta pasó de 0.253 puntos a 0.339 (donde 0 es máxima igualdad y 1 es máxima desigualdad). Ninguno de los gobiernos que le sucedieron a Margaret Thatcher logró modificar esos niveles de desigualdad.
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