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El primer encuentro es en Valle Hermoso, a pocos kilómetros de Cosquín donde, esta última semana de enero, una multitud asiste al festival de folclore y no tantos al encuentro de poetas. Ya pasó la hora de la siesta y, en el lugar del alojamiento sólo algún pájaro o el viento ponen en evidencia las paredes que sostiene el silencio.
La mujer que está sentada en el vestíbulo mira a través de las ventanas los altos árboles, la luz que afloja junto con el calor, la nostalgia que no se le escapa. Ya ha cantado en el festival y con los poetas, la noche anterior. Milongas, chamarritas, cuecas. La mayoría compuestas por el cantor que ha partido hace poco y al que recuerda a veces sin nombrar, porque está en el silencio de la tarde.
Dentro de poco contará que vive en Nono, en una casa grande pensada para que las ventanas y las puertas sean para el abrigo de la canción. Para que lleguen gentes de todos lados a cantar, a escuchar. Dirá que fue una idea compartida, suya y del músico que se fue después de quién sabe qué le dijo el Che en su descanso de Santa Clara. En la conversación habrá muchos paréntesis para que ella pueda reponerse, recapitular y volver a empezar. Hará algún resumen de sus días: la estadía en San Luis, sus idas y vueltas entre Traslasierra y Mendoza, su infancia en el sur entrerriano compartida con la escuela del lado oriental del río Uruguay.
El siguiente escenario es unos meses después, unos kilómetros al sur, en un aula recién inaugurada de la Escuela de Música de Neuquén. Allí, la cantante referirá que en su llegada a la canción “hubo mucho mujererío”. Dirá que todo comenzó con su “nona Margarita (que) tocaba la verdulera” y aclarará que los italianos no eran de hacer fiestas porque más que nada su vida era “laburar y laburar. En algún cumpleaños la escuchaba tocar la verdulera. Otra influencia grande fue mi hermana mayor, que cantaba y ponía la radio. En esa época, cuando yo era chica, en el campo, en el sur de Entre Ríos, llegaba la maravillosa radio de Buenos Aires que difundía mucho folclore argentino. Los grandes referentes: Dávalos, Falú, Castilla-Leguizamón, el Dúo Salteño, buena música de los Fronterizos. Lógicamente, la música del litoral, que Entre Ríos no tenía aún y fue surgiendo después con Linares Cardozo, y la chamarrita. Mucho norte, esa canción importante de grandes referentes”. En la escuela habrá, dice, una maestra que le enseñó a cantar y, más adelante, dos primas cantoras que tocaban la guitarra. Y la canción prendió en la existencia de esa gurisita.
Quienes la escuchan están ahí porque las estudiantes de la colectiva de género de la Escuela le han propuesto hablar sobre la situación de la mujer en la música argentina en general y en el folclore en particular. Y sobre su experiencia. Ella dice que nunca pensó “en la dificultad que podría tener una mujer cantora” hasta que tuvo su primer hijo. “Cuando fui mamá por primera vez, el papá de mi hijo me decía sí, vos andá, pero andá con el niño. No me lo vayas a dejar a mí. Entonces yo partía donde podía con el chiquito. A veces podía ir con una amiga, con una señora que lo cuidaba. De hecho fui a Cosquín en el 89 y mi hijo estaba ahí, con la señora, en la platea. Todo ese tiempo -mis hijos se llevan diez años- no fue sencillo salir a cantar. Siempre tenía que ver cómo lo hacía, el papá me decía arreglate, cómo vas a hacer. Y la abuela, bueno... Es una dificultad. Algunas mujeres lo tienen más fácil; cuando comparten el canto, está todo bien, pero cuando el padre no canta o no hace música, se complica. Ésta es la primera dificultad”. Y cuenta que una vez la invitaron a un festival en Jáchal, en San Juan, donde los organizadores decidieron “dedicarle una noche a la mujer”. Había cantoras de varias provincias, de Salta (Melania Pérez, por ejemplo), de Catamarca, de La Rioja, y “cuando llegó el momento de cerrar el festival, a quién llamaron: a Sergio Galleguillo. Siempre tiene que ser un hombre el que cierre un festival. Era un verso lo de la noche para las mujeres cantoras. Otra: yo canté “Las cuyanas”, esa cueca de Jorge Marziali que celebra a esas mujeres, pícara, que dice que la mujer domina todo. Cuando terminé, al locutor, que me había presentado con elogios, no le gustó nada, tuvo palabras no muy agradables para conmigo. Todo porque la letra no deja bien parados a los hombres. Incluso ahora, cuando la canto, a veces me dicen: todo iba bien hasta la cuequita ésa. Pero Jorge la hizo con toda esa intención. El folclore ha sido muy machista. Y ahora también, cuando una repasa las letras. Yo mezclo en las canciones temáticas la picardía, la copla pícara. Y hay mucha copla pícara terrible, con letras terribles”.
¿Canciones escritas por mujeres? ¿Canciones desde las mujeres? Décadas atrás en el folclore sólo componían Suma Paz, Eladia Blázquez, María Elena Walsh, Leda Valladares. Quizás alguna más. O las coplas del norte, que acaso permanezcan anónimas porque las compuso una autora. O como Yupanqui, cuya mujer, Nenette, firmaba las letras como Pablo del Cerro. No se trata sólo de tener una voz propia, con un color o un tono identificables. Se trata de que la voz de la mujer deje de ser un mero instrumento. La cantora habla ahora de Violeta Parra y dice que “en nuestro país, creo que a partir de Teresa Parodi, la cosa fue cambiando. Y bueno, es un problema -yo he escuchado cantoras grabar “Yo soy Juan”-. Para mí es muy importante lo que digo, porque si no, no cantaría. Es fundamental la letra, tiene que ser una letra donde yo me reconozca, que diga lo que yo quiero decir, que me la crea yo para que el público pueda creer, porque si no, es como un vestido bonito que no es para mí. Me encanta, pero no es para mí. No es mi estilo. Una vez alguien me dijo, usted no canta, usted cuenta. Para mí fue un elogio, y es lo que quiero hacer con el canto, decir”.
Recuerda que Jorge Marziali la escuchó en un concierto y le dijo que tocaba la guitarra como un hombre, y se reía. Y que luego, el Zurdo Martínez, “un gran músico entrerriano, un referente” le confirmó la vocación: siga con la guitarra, usted es una solista. “Lógicamente, eso me alentó mucho” sobre todo en un momento en que “llevar adelante esa misión de ser solista que estaba, no digo desprestigiada, pero no era tenida mucho en cuenta. En otras épocas hubo solistas: Yupanqui, Falú, algunas mujeres como Suma Paz y Carmen Guzmán, que tocaban y cantaban. Entonces, seguí. Después fui poniéndole colores a la interpretación con otros instrumentos, como cuando una se viste: el charango da alegría, o la quena, o el cuatro. La idea es hacer un ramo de flores con esos colores cuando una canta”. Sostiene que “el canto nació en mí con el acompañamiento de guitarra” pero cuando empezó a estudiar, “el profesor me dijo que deje, que él me acompañaba y entonces la Marita empezó a cantar con un guitarrista. Inclusive cantaba algunas canciones que nada que ver conmigo. Me costó mucho tiempo reencontrarme con la guitarra, aprender y poder disfrutar de cantar y acompañarme. Porque me la habían quitado. Recuerdo que mis padres, mis parientes, los amigos me decían cómo no tocás la guitarra. ¡Si me habían visto crecer con la guitarra! Pasó mucho tiempo hasta que en San Luis, un músico de allí, Marcos Arce, me hizo volver. De a poco iba reencontrándome”.
Marita Londra nació y creció en el campo entrerriano, en Colonia Italiana, Urdinarrain, y luego en Gualeguaychú, donde comenzó a desarrollar su vocación por al canto. El paisaje sonoro, los olores, los colores de las cuchillas entrerrianas son su identidad. De allí trae las cadencias, los silencios y la mirada que acaricia las cosas y los seres. Cuando vivía en San Luis, José Luis Castiñeira de Dios la eligió como voz solista de su obra “Canto al pueblo puntano de la independencia”, sobre la base del poema homónimo de Antonio Esteban Agüero. Castiñeira de Dios “musicalizó todo el poema, es una genialidad. Lo separó, hizo tonada, estilo, cueca”.
Trabajó en la musicalización de coplas anónimas de San Luis, las reunió por temática: “había de amor, jocosas, decidoras, patrióticas. Las reuní y les di forma; algunas eran gatos, tonadas. Ahí arranqué. Tenía mucho tiempo para trabajar. Luego, finalizado el trabajo, Jorge Marziali lo escuchó y me animó, y me dio unas coplas para el Chango Rodríguez que había escrito con la forma de la chacarera, entonces yo estaba emocionadísima. Le puse melodía y me encantó, y a partir de allí Marziali me fue acercando letras. Ahí me puse a musicalizar, letras de Jorge fundamentalmente. Me aboqué a las letras que él me daba. Hay mucha gente que musicaliza la poesía, que no ha sido escrita para canción, y eso es una tarea. Hay que sacar la música que tiene la misma poesía. Yo no me he animado: siempre han sido letras que tenían estructura de canciones”.
En 2007 aparece “El río bajo el río”, que recoge sus temas como compositora y cantora. En 2008 trabaja con Marziali en el proyecto “Umbela”, con temas propios y clásicos de la canción criolla al tiempo que se presenta durante cuatro años consecutivos en el festival de Cosquín.
En 2009 estrena junto a Jorge Marziali la cantata “?Armando, la piel de América?”, un recital musical y poético sobre la obra de Tejada Gómez y que repiten en 2012 cuando se cumplen 20 años de la muerte del poeta mendocino. En 2010 obtiene premios en concursos de composición organizados por la Academia Nacional del Folclore y participa -en San Juan, San Luis y Corrientes - en congresos organizados por la misma institución. Paralelamente difunde la música popular argentina y de Latinoamérica a través del programa radial El Escuchado que se emite por Radio Universidad de San Luis.
En Neuquén y General Roca está para presentar su último trabajo discográfico, “La enamorada de más”, de 2012, que incluye, además de temas propios y de Marziali, canciones de Chacho Müller, Omar Moreno Palacios, Víctor Jara y Joan Manuel Serrat. La noche está apenas fría en la casa del barrio Terrazas de Neuquén, en la barda, donde la gente empieza a llegar, a ubicarse. Gabriela Centeno va de un lado a otro, dice que ahí están los discos para quien quiera llevarlos, canta una zamba, habla de la música argentina y de la cantora, que se ya acerca hasta el micrófono, acaricia la guitarra, el cuatro y mira al público. Empieza Marita Londra a cantar, y es ella la voz de la canción que Marziali le compuso.
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