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Columnistas
20/07/2018

Renovación y peronismo, 30 años después

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El 9 de julio de 1988, Menem y Cafiero compitieron en elecciones internas por la candidatura presidencial. El triunfo menemista abrió le la puerta a un justicialismo neoliberal. Muchos creen que luego del macrismo habrá otro retorno peronista, pero nadie sabe con qué traje renovado regresará.

Gabriel Rafart *

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Tres décadas pasaron de un momento decisivo de la política argentina. Fue cuando los líderes peronistas de los años ‘80 pusieron a prueba el alcance de un proceso de renovación partidaria. Ocurrió durante el 9 de julio de 1988, día en que Carlos Menem y Antonio Cafiero compitieron en elecciones internas partidarias. Ambos expresaban un proceso de transformación inédito para el peronismo. Este, si bien había puesto su primera marcha para procesar el fracaso electoral del 30 de octubre de 1983, contaba con un derrotero anterior.

El punto de partida fue la crisis de sucesión abierta por la muerte de Juan Perón en 1974 y el dilema de sostener a su viuda como conductora de un proyecto político. Pocos dudaban de su carencia de atributos. Lo mismo frente al régimen militar impuesto en 1976 y el posicionamiento ante las consecuencias humanas del terrorismo estatal, y la manera en que se dio el proceso de transición hacia la democracia. Igual que frente a la realidad de un gobierno no peronista que surgió de elecciones libres y limpias. 

Para 1988 ese momento renovador ya había agotado tanto el combustible como el motor de su proyecto original. Es cierto que sus enemigos internos -los “ortodoxos”- habían sido derrotados, cuando no se habían reciclado negociando sus recursos políticos. Aun así, ese 9 de julio de hace treinta años resultó ser la primera ocasión en que los afiliados elegían de manera directa la fórmula presidencial. Este solo evento marcaba un tipo de democracia no solo electoral. El triunfo de Menem abrió la puerta para que la familia peronista se ampliara, con el ingreso a sus filas de un peronismo neoliberal.

Según la agudeza de Pedro Saborido, aquel peronismo de Menem, triunfador de las elecciones de 1989: “Si en los '90 se volvió liberal fue haciéndose el boludo. Fue para entrar en confianza y que los gorilas le pierdan el miedo y crean que se volvió confiable”. Pero “el peronismo, de alguna manera, siempre está”, afirma el guionista de Peter Capusotto y sus videos. Siguiendo con esa humorada de extraordinaria profundidad histórica: “Quizá un día entremos en una dimensión en donde nunca hubo peronismo. Pero nadie entró todavía a una de esas”, sostiene.“El peronismo siempre está de vuelta”, insiste Saborido en su columna titulada Sobre el retorno,publicada a fines de mayo en Tiempo Argentino.

Es ese “estar siempre de vuelta”, cuenta la aritmética de los años de un poder peronista que siguió pensando en clave de renovación. Desde aquel 9 de julio de 1988 hasta estos días de 2018, los peronistas estuvieron fuera de la presidencia solo cinco años y medio. En ese cuarto de siglo con dos interrupciones, la actual en manos del macrismo no solo ha superado en meses a la anterior, sino que promete darle oportunidades a la idea de retorno de Saborido. La cuestión es con qué traje renovado regresará. Respecto al cuándo, no son pocos los que anticipan que no será dentro de mucho, una vez que el macrismo gobernante agote su repertorio de reformas neoliberales.

La cuestión de la renovación del peronismo sigue estando en el candelero. Sus críticos, desde afuera de ese espacio político, insisten con que el peronismo sigue siendo solo variopintas coaliciones de líderes de oportunidad, de sesgo puramente populista. Que pueden exponer una piel de cordero cuando no están ejerciendo el mando presidencial pero que, una vez que llegan a él, solo se guían por el verticalismo y autoritarismo, patrimonialismo, clientelismo, violencia patoteril, caudillaje manipulador. Y que todo eso constituye una “cultura” con sus partidos, donde de tanto en tanto emerge un “polo democrático y republicano”. Que los verdaderos peronismos en renovación son los protagonistas de ese polo y que tienen la obligación de presentar batalla para desterrar aquellas fórmulas. Se sostiene que a pesar de esos intentos el fracaso se impone, porque ser peronista es contar con un ethos autoritario. En definitiva, que la renovación es una empresa imposible, aunque los peronistas vistan los trajes de moda, apelen a nuevos estilos, mejoren su vocabulario, cuenten con apellidos de prosapia o contraten a su propio Duran Barba. Y que por fuera de quienes hablen como peronistas y se comporten como tales, cuentan también la baja “densidad” institucional de las estructuras partidarias.

Lo cierto es que pasado el tiempo de Cafiero y Menem, el mundo de los peronistas y sus renovaciones sigue marcando el tiempo político del país. Saborido tiene razón, nunca conocimos un tiempo sin peronismo.



(*) Historiador, autor del Libro “El MPN y los otros”
29/07/2016

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