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La idea de que deporte y política no se mezclan es una tontería. Ya nadie puede seriamente defender la inexistencia de este vínculo, en especial desde que se hizo evidente que el deporte constituye un elemento cohesionador de identidades colectivas.
El fútbol ocupa el primer lugar como deporte ‘formador de almas’ en tanto creador de sentidos de pertenencia. Pero además, por su masividad y universalidad, llega a generar el 40% de los ingresos económicos totales de la industria deportiva. Algo que se incrementa aún más cada cuatro años con la realización de los mundiales.
La escenificación del deporte a escala planetaria no sólo interesa a mucha gente sino que además interesa a gente muy distinta y por muy distintas razones. Regímenes dictatoriales o gobiernos democráticos en problemas, potencias en ascenso o en declive, líderes políticos consagrados o en vía de serlo han encontrado, no en el deporte sino en lo que se moviliza a través de él, una oportunidad. Ejemplos sobran. Conocido es que el Mundial de Fútbol de 1934 fue plataforma de propaganda externa y amalgama interna de la Italia fascista de Benito Mussolini o que los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín lo fueron del régimen nazi. Mas cerca en el tiempo y en la experiencia histórica podría pensarse en forma similar del Mundial de 1978 en la Argentina de la dictadura.
Cuando se conoció hace unas semanas, que la selección argentina jugaría un partido amistoso con su par israelí y que el primer ministro Benjamin Netanyahu y la titular de Cultura y Deporte Miri Reguey presionaron para cambiar la sede del partico de Haifa a Jerusalén, resultó imposible no politizar el evento como reclamaron luego las autoridades y los medios periodísticos del país anfitrión. La fecha ni el lugar eran ingenuos: celebración del aniversario número 70 de la creación del Estado de Israel en territorio en disputa con el Estado Palestino. En este caso el interés no estaba en el éxito o el fracaso deportivo, sino en el hecho de consagrar Jerusalén como capital del Estado de Israel y con ello afirmar la ocupación ilegal llevada a cabo desde hace más de cincuenta años. Con el sólo hecho de que el partido se jugara y que el mejor jugador del mundo recorriera la vieja ciudad, el triunfo estaba logrado.
Como bien señala Pablo Alabarces entre el deporte y la política existen vínculos fuertes pero no necesariamente esos vínculos son de causalidad. Alguien podrá suponer que un triunfo de Argentina en este Mundial traerá cierta distensión social que ayudará a sobrellevar la crisis y en forma contraria que una derrota profundizará el malestar. Posiblemente en el plano de las intenciones de quienes gobiernan esto pueda pensarse así, pero lo cierto es que nada indica que los resultados deportivos se traduzcan linealmente en resultados políticos. Aquí también los ejemplos abundan. Si Hitler buscaba en 1936 exponer la superioridad de la ‘raza aria’, el desconsuelo llegó con las 4 medallas doradas del afroamericano Jesse Owen al que ni el führer alemán ni el demócrata Roosevelt -presidente de los Estados Unidos- quisieron saludar personalmente por ser negro. Aun así, Hitler ni subió ni cayó por los juegos olímpicos.
Seguramente la paz o la guerra judeo- palestina tampoco se hubiera detenido o continuado por Messi recorriendo el muro de los lamentos. Ahora, si no fuera tan importante ¿por qué hace más de un siglo que la espectacularización del deporte es un tema de la agenda política de los Estados?
La suspensión del partido por parte de la Argentina y más allá de las razones ciertas o no que circularon, fue la correcta.
Si en 1978 el boicot al Mundial de la Junta militar hubiera sido exitoso ¿se habría evitado escuchar: “Este júbilo que se manifiesta en nuestras calles en varias y sucesivas noches, sepan ustedes interpretarlo. Es el júbilo de un pueblo que, más allá de un exitoso resultado deportivo, festeja un reencuentro consigo mismo… un pueblo que no reniega de su presente y que asume con heroico optimismo el futuro”? (Discurso de Jorge R. Videla después de la victoria deportiva). Sobre esto, hablamos en la próxima.
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