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10/07/2016

Economía

Los tratados de libre comercio

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Los acuerdos con países desarrollados, como fue el ALCA o como propugna el Tratado Transpacífico, los de libre comercio entre Estados Unidos y la Alianza del Pacífico o entre el Mercosur y la Unión Europea son, sencillamente, formas de suicidio económico.

Humberto Zambon

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En la historia de los países periféricos, como son todos los latinoamericanos, existió un dilema decisivo: o se incorporaban a la división internacional promovida por los intereses de los países centrales, que contaban con el elemento disuasivo de la teoría económica ortodoxa, que los beneficiados de ese orden consideraban la única versión “científica” de la economía, o trataban de industrializarse tardíamente (casi dos siglos después de la revolución industrial en Inglaterra y a unos cien años de la industrialización alemana, norteamericana y de los demás países centrales), cuando ya existía un importante avance tecnológico que no se podía desconocer y escalas productivas muy difícil de lograr.

En favor del segundo camino estaba el modelo de los países desarrollados. Es que, como demostró en 1966 Nicholas Kaldor, un importante economista británico, cuanto más rápido se incrementa la producción industrial, más rápido crece la economía en general y a mayor crecimiento industrial, mayor crecimiento de la productividad del trabajo, ya que se aprovechan las economías internas y externas y el conocimiento técnico. Es decir, cuanto más rápido sea la expansión del sector manufacturero mayor será la productividad general de toda la economía.

Para Kaldor el progreso técnico y el desarrollo económico son un proceso circular y acumulativo. Para él, los países desarrollados alcanzaron ese estatus mediante la industrialización, mientras crecía la brecha entre esos países y los de la periferia: sin industrias manufactureras en expansión no hay desarrollo. Sería imposible un proceso de modernización y desarrollo basado exclusivamente en las actividades primarias.

Por ejemplo, Chile, desde la época de Pinochet, optó por el primer camino, de integración a la división internacional del trabajo: el 57% de su exportación es el cobre y derivados, siguiéndole en orden de importancia fruta, pescado, papel y celulosa; el sector industrial aporta sólo el 11% y relacionado con las actividades primarias. Habiendo elegido este camino, el libre comercio puede resultarle beneficioso porque le abre puertas a la expansión de su comercio.

En cambio, nuestro país y Brasil, especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial, eligieron la industrialización. En Brasil, la política oficial fue coherente con ese objetivo, al menos hasta este año, inclusive durante las dictaduras militares; en cambio, en nuestro país, hubo un movimiento pendular: en la primera mitad de los años ’70 la industrialización alcanzó su máximo pero, desde 1976 se intentó el primer camino con la instauración del libre comercio que llevó a la destrucción de la industria y desocupación masiva que culminó con la crisis total en el año 2001; desde entonces hasta el fin del año anterior se volvió a favorecer el proceso industrial. Hay que entender que el libre comercio sin desarrollo industrial previo sería factible para un país con 20 millones de habitantes pero no para la Argentina actual.

El principal escollo para la industrialización de estos países es la dimensión del mercado y la imposibilidad de competir con la industria de los países desarrollados, precisamente por la escala de producción y por la mayor existencia de capital y de experiencia tecnológica y productiva. Es decir, para desarrollar su industria necesitan imprescindiblemente: 1) protección para su producción; 2) política estatal de desarrollo de ciencia y técnica y 3) ampliar su mercado mediante la integración económica con países de desarrollo similar, que facilite el crecimiento industrial de todos sus miembros. Es lo que procura el Mercosur y, en forma indirecta, como facilitadora, Unasur.

Los acuerdos de libre comercio con países desarrollados, como fue en su momento el ALCA o como propugna el Tratado Transpacífico, los acuerdos de libre comercio entre Estados Unidos y los países de la Alianza del Pacífico o el que se pretende impulsar entre el Mercosur y la Unión Europea son, sencillamente, formas de suicidio económico, ya que nuestra manufactura no podría competir con la norteamericana, la japonesa o la alemana. Nos llevarían a la primarización de nuestra economía y a convertirla en proveedoras de mano de obra barata, tal como ocurrió con las célebres maquiladoras en México, que es lo contrario a un desarrollo social equitativo.

La visión económica y de política externa que lleva el gobierno de restauración conservadora, así como la presencia de Macri en la reunión de la “Alianza del Pacífico” (donde Argentina entró como observadora), su gira en Europa y declaraciones a favor de un tratado de libre comercio entre Europa y el Mercosur, van por camino equivocado y nos lleva a una nueva crisis como la del año 2001.

Debemos estar atentos para impedirlo.

29/07/2016

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