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La intención no es perder el tiempo en describir las canalladas de este grupo de perversos vinculados como una asociación ilícita y que aún conservan la investidura del poder político que la democracia, tan generosamente, les confiriera.
Tengo el temor de caer derribado por su porfiada mendacidad.
Ya se sabe qué son y qué pretenden, y cuán temerosos están de que el crédito de entrega y decadencia a que están sometiendo a la sociedad se les termine por una implosión de codicia o por una cadena de explosiones que detonen en todo el país al mismo tiempo. Así como casi ocurriera en la madrugada del 19 pasado cuando los caceroleros, muchos de su mismo palo, arrepentidos de haberlos votado, invadieron las calles y las plazas del país dejando un testimonio de indignación, pero también de mutación hacia una reorientada esperanza.
La última filigrana escatológica con la que dibujan con el Poder Judicial la represión de la oposición, su censura y su castigo físico, se llaman Mario Secco, intendente de Ensenada, y Verónica Magario, intendenta de La Matanza. Irreprochables funcionarios que unidos a los padecimientos de su pueblo han mantenido en firme sus convicciones, terminando por unirse a la lucha de todos por la justicia social y en contra de las reformas confiscatorias contra los jubilados.
Se busca la sanción de ambos porque son inquebrantables, porque no se venden, porque son leales a sus ideales.
Y Vidal, que pierde en la comparación con su jefe Macri, en lo que respecta al tamaño de su monedero, parece no tolerar que haya gente que perteneciendo al campo popular no tenga precio que pueda comprarlos. Con el agravante de que los dos administran municipios populosos, habitualmente retaceados en los recursos que legalmente debería corresponderles.
Entonces, quieren quebrarlos con la amenaza de la cárcel y la aviesa intención de la actual gobernadora de borrarlos o esmerilarlos en la competencia con la que pretende su reelección o algún puesto mayor que el que ostenta. Vidal y su cofradía no tienen medida de su real capacidad e infringen la ley de Murphy desde el presidente hasta cualquiera de sus colaboradores.
Ley de Murphy, que señala que la capacidad de todos tiene un límite de idoneidad del que hay que ser consciente. Ya que no todos podemos ejercer aquellos cargos que creemos merecer porque la capacidad para el puesto tiene un límite. Está visto que Vidal no ha dado pruebas de gran idoneidad, salvo, claro está, su rostro angelical exaltado por el cholulismo vernáculo difundido a los cuatro vientos por los canales solventados por la pauta oficial.
Sin embargo, Vidal va por más. En ese truculento camino pretende desalojar a quienes buenamente puedan oponerse como los casos de Magario y Secco.
No quiero perder la esperanza de que la Justicia en algún momento aflorará, perderá el miedo, cejará en el contubernio que mantiene con el gobierno y cantará presente en fallos que tengan equidad y sentido humano.
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