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26/06/2016

Qué peronismo

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Lo que está en juego, es la necesidad de discernir bajo qué forma y detrás de qué objetivos se debe reconstruir el peronismo para que sea capaz de concitar nuevamente el respaldo de una amplia mayoría.

El reciente desgajamiento del Movimiento Evita del bloque del Frente para la Victoria, así como el hecho de que algunos diputados que responden a sus gobernadores prefieran tomar distancia de esa bancada y la convocatoria de las autoridades del PJ a un encuentro que plantearía la conveniencia de armar rancho aparte, son datos que confirman una vez más que toda derrota es huérfana, e invitan a reflexionar sobre cuál de los peronismos conocidos es más apto para reconstruir una alternativa de poder de cara al futuro.

Si bien estas rupturas son consecuencia inmediata del bochornoso affaire López, se inscriben en la temprana deserción del sector capitaneado por el ex titular de la Anses Diego Bossio, y forman parte de un fenómeno inherente a la política y al peronismo a lo largo de su historia.

La derrota del kirchnerismo, su incapacidad para generar una continuidad del modelo desarrollado durante una década, constituye el punto de partida de un cisma que en realidad comienza antes de las elecciones del año pasado y tiene algunas de sus expresiones en el Frente Renovador y en el Peronismo Federal.

Esta es una cuestión que se plantea en el interior del peronismo, más allá de la forma en que impacta el fenómeno social y económico Cambiemos y su capacidad para restaurar el proyecto neoliberal que hizo implosión en 2001.

Es un fenómeno que, sin embargo, se acentúa a partir de la derrota de noviembre pasado y del avance implacable de la alianza gobernante, que por encima de las limitaciones que supone ser minoría en el Congreso, encuentra en las contradicciones internas del peronismo materia fértil para el desarrollo de su propio proyecto.

En mayor o menor grado, situaciones como la que se vive en la actualidad son una reiteración de lo ocurrido en otras coyunturas históricas, como la aparición, en la década del ‘60 del siglo anterior, en plena proscripción de las mayorías, del “peronismo sin Perón”.

O, a posteriori de la derrota de Italo Lúder -tardía factura de la sociedad por la complicidad de la derecha peronista con sectores de la dictadura-, con la crisis interna que dio lugar a la aparición de la “Renovación Peronista”.

Probablemente la etapa actual se parece más al “neoperonismo” o “colaboracionismo”, que supo encarnar como nadie el líder de la CGT Augusto Timoteo Vandor durante la llamada Revolución Argentina.

Esto en la medida que, como muchos observan, el actual gobierno protagoniza una persecución del último peronismo, es decir del kirchnerismo, sólo comparable, bien que salvando las distancias, con la autodenominada Revolución Libertadora.

Vale la aclaración, porque a pesar de su sorprendente encono este gobierno encumbrado con el respaldo de la prensa concentrada, parte del Poder Judicial y la embajada de Estados Unidos, ha surgido de las urnas y no producto de un golpe violento acompañado de bombardeos y fusilamientos como los que supo protagonizar aquel régimen funesto.

La derrota del peronismo en el ‘83 y la posterior emergencia de la “Renovación” se dio, en cambio, en medio de una gestión que se cuidó de exacerbar el gorilismo, y fue un fenómeno que tuvo más que ver con un reclamo de democratización de las propias bases peronistas, como saldo del rechazo a lo que se dio en llamar en los ‘70 la burocracia sindical y política. Es indudable, en el contexto descripto, que el peronismo tendrá que explorar internamente los motivos de su derrota, pero también es preciso admitir que en buena medida la crisis y el desgajamiento actual se ven potenciados por la fuerte presión del gobierno de Cambiemos.

Traer a colación estos antecedentes no es ocioso, porque justamente lo que está en juego, ahora como entonces, es la necesidad de discernir bajo qué forma y detrás de qué objetivos se debe reconstruir el peronismo para que sea capaz de concitar nuevamente el respaldo de una amplia mayoría.

Es indudable, en el contexto descripto, que el peronismo tendrá que explorar internamente los motivos de su derrota, pero también es preciso admitir que en buena medida la crisis y el desgajamiento actual se ven potenciados por la fuerte presión del gobierno de Cambiemos, que busca legitimarse desplazando del escenario político al kirchnerismo, a su líder, y a sus dirigentes más notorios.

Lo hace tendiendo una suerte de “cerco sanitario” en torno a ese amplio sector, y apelando a introducir una cuña entre él y el resto del peronismo.

Una actitud que no puede sino recordar la histórica definición de John William Cooke sobre el carácter de “hecho maldito del país burgués” que tuvo el peronismo, y al parecer tendría hoy el kirchnerismo para los sectores que representa políticamente el gobierno actual.

Expresión de estos desvelos es, por ejemplo, la actitud del presidente Mauricio Macri, cuando carga las tintas maliciosamente sobre “la herencia recibida”, o sugiere que quien tiene más posibilidades de conducir el peronismo es Sergio Massa, como si tal decisión le estuviera reservada.

Tal vez la expresión más acabada de la cuña sea la teoría de “la grieta”, que se expresa como una loable preocupación por volver a unir a los argentinos, pero que en realidad no tiene nada de ingenua y persigue cerrar esa fisura dejando afuera al dilatado sector del peronismo y el no peronismo, que representa el kirchnerismo.

Esto se verifica independientemente de los errores que puede haber cometido el anterior gobierno, en la medida que ni el primer peronismo de Perón ni el último de Cristina Kirchner ha demostrado ser inmune a la corrupción ni a los arrestos hegemonistas. Como tampoco lo ha sido hasta aquí ningún otro gobierno civil o militar, radical, peronista o de la Alianza.

Pero más allá de todo esto, la pregunta que debe formularse hoy el peronismo es qué modelo de país quiere impulsar en el futuro, porque eso es lo que va permitir definir también el tipo de oposición que debe ejercer.

Las opciones son varias.

-¿Refundar el modelo neoliberal con cierto apoyo de masas que encarnó el menemismo en los ‘90, terminando de desvirtuar la esencia de un movimiento que se reclama nacional y popular?

-¿Convalidar la “oposición amigable” que plantean el massismo, el bloque Justicialista y algunos gobernadores que, como el salteño Juan Manuel Urtubey, parecen creer que se crece a la sombra del poder real?

-¿Resucitar el museo de cera del peronismo de centro derecha, que encarnó en su momento la liga de gobernadores?

-¿O tratar de elevar un peronismo capaz resistir la embestida contra los sectores populares que protagoniza Cambiemos con apoyo del poderoso aparato judicial-comunicacional?

Puede ser que el kirchnerismo haya sido un irrepetible rayo en una tarde serena, en cuyo caso el peronismo volverá al statu quo previo al 2001. O bien, que continúe siendo un proyecto de masas vigente, capaz de ofrecer una salida posible para este país.

Puede ocurrir que Cambiemos tenga éxito en su propósito de lograr la restauración conservadora. O bien, que desate una tempestad que termine por provocar su propio naufragio.

Héctor Mauriño

29/07/2016

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