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Columnistas
26/06/2016

Un cuento de invierno

Un cuento de invierno | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Pasar el invierno en la Patagonia no está siendo fácil. Los aumentos de la tarifa de gas promedio para los usuarios domiciliarios fueron del 700 %, mientras que para los comerciales e industriales alcanzaron un 1.250%.

María Beatriz Gentile *

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La última noche del año era dura y fría, las calles de la ciudad estaban cubiertas de nieve y una pequeña vendedora de fósforos las recorría sin que nadie le comprara y sin más consuelo que la idea de encender una de las cerillas para darse calor e imaginar por un instante una vida venturosa. Así fue gastando de a poco su única riqueza. A la mañana siguiente, sentada sobre la acera y hecha un ovillo, la encontraron congelada”. El popular cuento de Christian Andersen ha tenido más de un lectura a lo largo del tiempo: el lugar de la fantasía irrealizable, la falta de compasión de una sociedad indiferente, la salvación cristiana, etcétera. Sin embargo la pregunta que resuena es ¿qué tendría que haber hecho la niña ante tal sufrimiento? El calor que debería ser su principal objetivo, en el cuento no lo es y en su lugar termina vendiendo su única fuente de sobrevivencia.

Pasar el invierno en la Patagonia no está siendo fácil. Los aumentos de la tarifa de gas promedio para los usuarios domiciliarios fueron del 700 %, mientras que para los comerciales e industriales alcanzaron un 1.250%. A las bajas temperaturas se suma la extensión geográfica con pueblos y ciudades distantes entre sí que demandan viajes de cientos de kilómetros para lograr el abastecimiento de sus pobladores. En los primeros cuatro meses del año la nafta súper y el gasoil acumularon un alza del 31%.

Distintas consultoras han previsto que la transferencia de los consumidores a las empresas, en razón de estos incrementos, será entre 3.500 y 4.000 millones de dólares. En el caso de la Patagonia ello significa que más de las tres cuartas partes de la nueva facturación será embolsada por las petroleras. Una de ellas, la Shell Western, hace pocos meses logró quedarse con siete cargamentos de los ocho licitados para la importación de combustible. Será por eso -y por otros dos cargamentos de petróleo crudo importados que también ganó la empresa- que la titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, dijo que el “caso de Aranguren” es complicado, en referencia a los 16 millones de pesos que el ministro de energía posee en acciones de Shell.

Lo que empieza a manifestarse con mayor claridad es que las empresas que antes reclamaban exclusividad en “su” mercado petrolero, ahora empiezan a exigir que se les sostenga la actividad como sea, incluso con el despido de sus trabajadores. La paralización de la industria petrolera ha puesto en riesgo casi 5.000 fuentes de trabajo en la región.“Hay compañeros despedidos, compañeros que son apretados en su lugar de trabajo para que renuncien, empresas que no cumplen con el convenio colectivo de trabajo y, para peor, a los compañeros de los equipos los quieren volver a ocho horas, con lo que automáticamente se les reduce el salario entre un 36 y un 37%”, sostuvo el titular del sindicato de Petróleo y Gas Privado, Guillermo Pereyra.

Cierto discurso político regional y local ha cimentado la idea de que poseer los recursos es suficiente y que el desarrollo vendrá para quien sepa aprovechar las oportunidades del momento. Pero si esto no ha ocurrido hasta hoy, ha sido por el intervencionismo estatal con que las distintas administraciones nacionales sometieron a estas provincias. Sin embargo, y a pesar de lo atractivo de este argumento, desregulada ahora la economía y librada al volátil juego del mercado, la ilusión de cercanía con un mundo de posibilidadesparece ser sólo eso: una ilusión. Sin una política energética soberana que priorice las condiciones de vida de la gente por sobre la rentabilidad de las empresas, el panorama actual indica que el bienestar futuro será sólo la imagen distorsionada de una llamita de fósforo.

¿Que debería hacer la niña del cuento? En principio abandonar la fantasía de que todo va a estar bien, aunque se esté sufriendo. Suele ser la fantasía la que impide emprender la acción en los momentos críticos. Pero también podría administrar sus recursos y en vez de perderlos uno a uno alimentando una ilusión, construir con lo que tiene una fuente de calor propia para seguir caminando al día siguiente. Moraleja: el que se queda quieto se congela.

María Beatriz Gentile



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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