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Columnistas
23/06/2016

Hacia el final del camino

Hacia el final del camino | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Casi sin darnos cuenta, la mascota que llegó a casa como un tierno cachorro, muy pronto se transforma en un inquieto adolescente, en adulto, y en anciano.

El tiempo de vida de nuestros compañeros de hogares felinos y caninos es, en promedio, inexorablemente mucho más corto que el de la mayoría de los humanos. Así, casi sin darnos cuenta, el que llegó a casa como un tierno cachorro, muy pronto se transforma en un inquieto adolescente, en adulto, y en anciano. A veces 10 años alcanzan para llegar al final del ciclo, otras, puede tardar unos 20 años, pero, un poco antes o después, alcanzan esa edad en la que se requiere de ayuda y cuidados extras para sostener un buen nivel de vida.

Las redes sociales se llenan de imágenes de pequeños cachorros abandonados, que necesitan con urgencia hogares donde crecer, y aún con todas las dificultades que esto conlleva, la mayor parte de ellos tiene chances de encontrar un lugar y unos seres en el mundo al que podrán sentir como su familia.

Pero otro escenario del abandono se presenta con perros y gatos adultos ancianos cuando han sido abandonados a su suerte, desatendidos, ignorados. Deambulando por las calles, o viviendo en caniles de centros de rescate, o en zoonosis, esperando que la vida les otorgue lo que difícilmente llegará o, sólo algunos pocos tendrán chances de alcanzar: esa familia que los ame y los cuide hasta su último aliento.

No debería resultar extraño si, tal como vemos, los ancianos humanos también son muchas veces abandonados, dejados solos en sus casas sin capacidad para cubrir sus necesidades vitales, o en centros donde se les brindan atenciones que a veces no son siquiera las mínimas. Descuidados por su familia y por un estado que, entre sus ausencias, puede decidir dejar de cubrir las prestaciones más elementales indispensables para vivir los últimos años de la vida con la serenidad de saber que todo lo necesario estará disponible cuando se lo requiera.

Pero otra vez, una y otra vez, lo que somos capaces de hacer a nuestros hermanos animales, es lo que seremos capaces de hacer a otros humanos. Los animales domésticos nos brindan una oportunidad única, maravillosa, de cultivar el mejor de los ejemplos en nuestros niños, en los hijos de nuestra sociedad, cubriendo desde la infancia hasta la vejez todas las etapas de una vida en apenas unos pocos años. En ese transitar tendremos sobrado tiempo para propiciar con acciones el aprendizaje de la solidaridad, el respeto, la paciencia, el amor y la comprensión hacia seres no sólo indefensos, sino también con limitaciones cada vez mayores.

Tener en nuestros hogares un animal no humano anciano, cuidarlo, dedicar tiempo y espacio a comprender acerca de sus necesidades, a actuar para colaborar con una mejor calidad de vida, ya sea que lo hayamos visto crecer desde pequeño, o que decidamos adoptarlo en su vejez, nos vuelve seres más sensibles, y nos brinda la oportunidad de enseñar a nuestros niños y jóvenes el valor de la vida, el respeto por las diferencias en las capacidades, la paciencia necesaria para con ese “paso lento” en medio de una sociedad que vive en alta velocidad. Finalmente nos permite también enfrentar la llegada de la muerte, y verla como parte del ciclo vital de la vida.

Como fomenta desde sus páginas una inagotable proteccionista, que tiene la enorme capacidad de sentir la tristeza en las miradas de los viejos abandonados a quienes les busca hogar, sin duda seríamos una sociedad mejor si, como tan bien lo canta Serrat: “…si simplemente todos, entendiésemos que todos, llevamos un viejo encima…”

Miria Baschini

29/07/2016

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