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Columnistas
22/06/2016

Un "se puede" sin pueblo

Un "se puede" sin pueblo  | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Sin duda, el acto del 20 de junio en Rosario reforzó la nota infantil del macrismo al exigir que cientos de niños de primaria se constituyan en repetidores del “¡Sí, se puede!”.

Gabriel Rafart *

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La presidencia de Mauricio Macri se propone dejar una marca distintiva en los rituales y conmemoraciones sobre la manera en que el poder político aborda los eventos de la historia nacional.

En sus 30 semanas al frente del Ejecutivo nacional Macri presidió dos actos ligados a sucesos decisivos de la historia del país. Cuentan el correspondiente al 106 aniversario del 25 de Mayo de 1810 y el de esta semana, en homenaje a la obra de Manuel Belgrano. Suman otros dos de índole diferente, aunque centrales para proyectar la naturaleza política, social y económica del modelo presidencial en marcha. Hablamos del acto de asunción del 10 de diciembre del año pasado y aquel otro, de hace apenas un mes, cuando se anuncio el veto presidencial a la llamada ley antidespido. Todos importan por un común denominador. Faltó el “pueblo” a la cita. En ninguno de los casos se lo invito. Sin duda, muy distinto a la manera en que el kirchnerismo y las otras variantes de peronismo, hasta el alfonsinismo, pensaron su relación con esa cosa llamada pueblo. Por si fuera poco pareciera que dicha ausencia quiere compensarse con un tipo de relato de continuidad, no muy distinto al utilizado en la campaña para ganar las elecciones presidenciales.

El primero de los actos importa por su encierro en la quinta presidencial de Olivos. El segundo por haber dispuesto un cerrado y represivo esquema que imposibilitó la circulación de hombres y mujeres hacia y dentro del espacio público de la plaza donde se levanta el monumento a la Bandera en la ciudad de Rosario. Y aquellas personas que quisieron superar los cercamientos no lo lograron ya que se habilito un férreo cerco, además del clásico expediente de la represión policial. Dos ejemplos que le dan la razón a las voces que destacan un tiempo diferente. El de la intentona no sólo de monopolizar el espacio simbólico público también de privatizarlo.

En cada una de aquellas presentaciones presidenciales hubo un discurso abstracto basado en términos muy propios del liberalismo menos filosófico y para nada moralista, ese que se destaca por su alto pragmatismo. Esto último puede verse cuando Macri y los suyos insisten en su “se puede”. Suman los vocablos libertad y felicidad, usados insistentemente como contraseña o clave para inventar al mejor de los hombres posibles. Con esta figura humana nacería una sociedad sin más Estado que otro que sepa proteger aquella felicidad y libertad. De allí que ese lema de campaña -“¡Sí, se puede!”- supone un convocatoria a la voluntad. Aquí la síntesis de la verdadera utopía macrista. Aunque sea una formula un tanto ingenua o un poco tonta la idea es llegar a la libertad feliz. Y el Pro gobernante se propone darle cierta eficacia discursiva. En esa economía de vocabulario que caracteriza la voz presidencial la conjunción de todo es “se puede ser libre y feliz”. Es curioso que semejante reducción de la palabra prometa caer en saco roto si carece de un destinatario que se constituya a su vez en coro y consenso activo. Sin duda el acto del 20 de junio en Rosario reforzó la nota infantil de este macrismo en palabras al exigir que cientos de niños de primaria se constituyan en repetidores del “¡Sí, se puede!”.

Hace muchos años que el antropólogo norteamericano Clifford Geertz señaló el estrecho vínculo entre la naturaleza de una construcción de poder y sus manifestaciones simbólicas externas. Esto se ve claramente cuando observamos los primeros pasos de un régimen que quiere producir un nuevo imaginario. Ese que supone generar la ilusión de la unanimidad, de un consenso que ya estaría dado. El de la libertad y la felicidad. Como ensayo posible debería contar con un grado de movilización social relativamente importante. Sin duda importan las audiencias de “domicilio” y de las “redes”. Sobre ellas el macrismo ha hecho un esfuerzo denodado. En esto parece seguir los pasos de las viejas vertientes de las derechas universales al seguir trabajando en el territorio del elitismo y la desmovilización consciente.

¿Alcanza con glorificar el “se puede”? ¿Libertad y felicidad, son suficientes para inventar un horizonte de futuro? ¿Dónde está el pueblo, como universalización de lo social? El macrismo, si quiere sostener su poder, tiene el desafío de producir algo más que un ritual de abstracciones. Sobre todo en una Argentina que ha imaginado y reiventado muchas veces la realidad de un pueblo que interpela activamente.

Sin duda el macrismo está tratando de dejar una huella en la historia de los festejos populares. Tiene un cercano y crítico capitulo cuando le toque abordar el bicentenario del 9 de Julio de 1816. 



(*) Historiador, autor del Libro “El MPN y los otros”
29/07/2016

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