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“Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan” invocaba el Manifiesto de la Reforma Universitaria argentina. El año próximo se cumplirán 100 años de ese acontecimiento. También se conmemorará el cincuentenario del ‘Mayo francés’ y del levantamiento estudiantil en México que terminara en la brutal represión de la plaza de Tlatelolco. Rebeliones y protestas contra las jerarquías, contra la educación elitista, contra los privilegios, contra el autoritarismo gubernamental, contra la sociedad de consumo capitalista. Todo ello escenario que anticipó la entrada triunfal en la historia de un nuevo sujeto: los jóvenes.
Elmovimiento iniciado en Córdoba en 1918 fue compatible con el proceso de democratización que reclamaba la Argentina de entonces. Al cuestionamiento de la impronta de clase y clerical de la enseñanza superior sumó la reivindicación de los estudiantes a formar parte de la toma de decisionesno sólo en los claustros sino también más allá de ellos.
“Ser reformista es estar insatisfecho” se escribió. Insatisfecho frente a un mundo en crisis y de ideologías errantes. Donde el liberalismo se hundía por sus promesas incumplidas de progreso, donde la utopía revolucionaria renacía de la mano de los sóviets de 1917 y donde el positivismo y el nacionalismo retrógrado eran interpelados por el latinoamericanismo, el indigenismo y el antiimperialismo. Esa Nación raquítica y para pocos ahora debía ser ampliada para que entraran en ella los que habitaban en sus márgenes.
Los jóvenes de los años ‘20 le arrebataron a las elites el dominio de la educación y extendieron los lazos para que universidad y política anudaran por siempre. Los jóvenes de los ’60 desafiaron al poder y disputaron la hegemonía cultural. Revolución, realismo mágico y ciencias sociales críticas fueron sus temas en América Latina. Tierra donde sus referentes también morían jóvenes y allí estaba ‘el Che’ para confirmarlo.
Absurdo y anacrónico es que en el 2017 el Ministerio Público Fiscal haya increpado a las autoridades de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires para que no se hable en sus aulas acerca de la desaparición forzada de Santiago Maldonado. En consonancia con ese pensar “el adoctrinamiento durante tantos años en las facultades de humanidades ha hecho estragos” escribió en su twitter una candidata a diputada por el oficialismo.
Instalar jerarquías que esconden desigualdades es el trasfondo del maltrato y del sarcasmo que se les da a los estudiantes secundarios movilizados por su futuro. Ese que les depara a lo sumo un puesto de cajera o en un lavadero de autos. Porque decirles que dejarán de estudiar para hacer pasantías en empresas en un país cuya aspiración es ser el ‘supermercado del mundo’ no resulta prometedor.
Todo ello es revelador de la batalla cultural que se está librando. Porque no alcanzará con ganar elecciones, habrá que hacer lo posible para regresaral paraíso perdido de las minorías autoritarias de comienzos del siglo XX, al Macondo de cien años de soledad.
Por eso precarizar la educación, ver en los jóvenes una mercancía electoral, desacreditar a los científicos, promover un antiintelectualismo impugnando toda idea que no provenga de un manual de autoayuda sirve para retornar al edén del dominio del ‘más apto’ ese que deja librado al derecho de cuna la educación y el bienestar.
Un siglo de saldar dolores y recuperar libertades no desaparece por decreto, ni aún bajo un régimen de absolutismo comunicacional.
Tutto e subito -todo y ahora- gritaron los jóvenes italianos. La imaginación al poder dijeron los franceses.Nada con la fuerza, todo con la razón clamaron los mexicanos.
Por fortuna para mí tantos años en la Facultad de Humanidades me enseñaron que la edad biológica es un accidente, que el no saber te lleva al precipicio y que como escribió Roberto Arlt, el futuro es nuestro por prepotencia de trabajo.
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