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Columnistas
30/09/2017

II parte de “El disfraz del lobo”

Su violencia, nuestra resistencia. No pasarán

Su violencia, nuestra resistencia. No pasarán | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Ante un gobierno cruel y cínico, con enormes usinas de pensamiento implacables que nos llenan de violencia e intimidan, a los dirigentes con conciencia popular les cabe escalar hacia una democracia más comprometida y a todos nos toca el compromiso de escucharnos, buscar y exigir respuestas y forjar nuestro futuro.

Marcelo Medrano

Detrás de lo que puede parecer un ida y vuelta, un ensayo y error como expresan varios, el gobierno tiene un sustrato ideológico (aunque atribuya "el componente ideológico" siempre a quienes no piensan como ellos), y actúa en consecuencia. Posiblemente, su forma de actuar e interactuar sea también propia de su ideología, los nortes están claros, pero lógicamente el ideario neoliberal (por poner un nombre con horizonte de identificación) va moldeando y desandando camino según cantidad de variables. Por eso, insisto, creer que quienes conducen el país, son dignos de ninguneo por su falta de capacidad, constituye un error, grave error; en todo caso pensemos en otras capacidades con las que uno no comulga y rechaza de plano.

Hacia ahí vamos.

En términos políticos vuelven a instalar que lo económico es una variable independiente, a resultas de ser parte del mundo -otra vez ¿qué mundo? ¿En qué condiciones?, ¿alguien puede honestamente creer que las grandes usinas de crédito y financieras se vinculan con nuestro país para hacernos solo el bien sin rédito alguno?, ¿que no hay detrás de estas vinculaciones financieras, enormes centros de pensamiento condicionantes?- y de "crecer" con lo que nos dan -¿qué significa crecer? ¿ Qué paradigma de consumo, crédito, importación/exportación regirá?-. En esta escisión de lo político de la economía, lo político es solo el maquillaje de lo económico financiero. Entonces, alcanza con una visión de palabras huecas y mucho de discurso símil autoayuda.

Aquí subyacen a mi modo de ver dos grandes falacias.

La primera y esencial es que si la economía, comprendiendo las dificultades de estar insertos en un mundo globalizado con sus variables, es distribución de riqueza; a quien le llegará un buen vivir y de qué manera, es un tema eminentemente político.

La segunda falacia, es que puede trazarse una matriz que subyace a las políticas públicas. El comportamiento del Estado es transparente si alguien pretende mirar y ver. Las alineaciones en política exterior, las acciones en relación a la renta y el crédito, la política de enfrentamiento con ámbitos educativos, las decisiones sanitarias, el destrato a los problemas de pobreza, el paradigma de seguridad que imponen, los avances directos y subrepticios sobre los otros poderes (siempre vociferando que son los otros los que responden a intereses espurios); la política, o no política más bien de derechos humanos, y podemos seguir; confluyen en una matriz ideológica diáfana y representativa. Una visión elitista del poder disfrazada de proclamada pureza. La famosa meritocracia es ni más ni menos que esto. Igualdad de oportunidades en vez de igualdad de posiciones. Tremenda y fructífera discusión en términos sociológicos. Lo que no quieren ni van a poder jamás querer ver -porque no conviene desde ya- es que el merito que se atribuyen para "poder decir y convencer", no es tal. La mayoría de la estructura blindada del poder viene de la clase de los que más tienen, pertenecen a los sectores más acomodados, formateados en términos de conocimiento para pensar y hacer lo que hacen, y subjetivamente alineados en el mismo sentido. Siempre la misma cuestión. Que fácil resulta hablar de mérito para los que arrancan cien metros delante del resto, digo esto en términos de capacidad económica, hay otros valores en danza también, es bueno decirlo, que ellos posiblemente no conozcan.

¿Y Santiago Maldonado?

Debo aquí referirme a uno de los temas más tristes que hoy nos toca vivir. Santiago Maldonado sigue desaparecido al momento en que escribo. La ministra de seguridad de la Nación revisa según su mirada, la pasada dictadura. Me pregunto entonces: ¿qué respeto republicano hay en poner en discusión, una vez más, que la dictadura o el genocidio pasado fue la elaboración de un plan sistemático y criminal del Estado? ¿Y qué quiere decir la ministra cuando expresa esto en medio de que Santiago no aparece?.

Y el ministro de justicia y derechos humanos de la Nación, tan soldado y tan formateado para decir que en el anterior gobierno también hubo desaparecidos, que al menos a mí me quedo claro que su único interés era cuestionar al anterior gobierno (parte esencial de su discurso programado) y no decirnos que puede hacer por Maldonado.

Eso es lo que dicen, eso es lo que son. No son republicanos, puros, honestos, neutrales y objetivos.

Detrás de escena, la ruptura

Hay una cuestión esencial que aprendimos de la dictadura, y que también fue pensada en otros momentos donde imperaban gobiernos similares al actual. Me refiero a la destrucción de las subjetividades, al imperio del individualismo. Subyace a sus planes estructurales y al discurso de justificación, una visión de estereotipo personal. Lamento otra vez la comparación con la dictadura, pero aprender del pasado constituye también un imperativo ético. O acaso no pretenden consolidar el negacionismo, las ideas liberales por antonomasia, el endeudamiento furioso, el alineamiento con determinados países, la utilización de la inteligencia para operar sobre grupos y organizaciones contrarios a su visión, la voluntad de dominar al Poder Judicial, el choque frontal contra sindicatos y colectivos de defensa de sus trabajos y salarios dignos.

La mentira obscena, como aquel “Los argentinos somos derechos y humanos”, mientras 30.000 personas dejaron para siempre de ver el sol. O acaso no pretenden consolidar la defensa del mérito, la exaltación del que hace buenos negocios, del que trabaja sin quejarse. O acaso no venden al por mayor que debe esperarse que suceda algo mientras todos los días se sufre. Dedican trabajo diario y permanente para comunicar que el enemigo es el otro, que las represiones están siempre justificadas en beneficio de la parte sana. ¿Después seguirá el miedo, el terror? Sabemos que cuando se inocula miedo, se pretende paralizar los colectivos; de su casa al trabajo y del trabajo a su casa, a mirar la tele, a leer lo que se encargan de difundir todo el día.

El absurdo absoluto

En este esquema, debemos reconocer que todo se vuelve absurdo. El mundo de hecho es bastante absurdo. A veces tan absurdo que intentan convencernos acerca de que vivienda, remedios, educación plural y democrática, comida, y paz diaria son concesiones que nos hacen.

Tan absurdo que algunos -muchos tal vez- siguen creyendo en este gobierno nacional y sus redes.

Un gobierno absolutamente cruel y cínico. Que sabe a qué vino y que sabe cómo hacerlo. No hay otra definición que me aparezca. Cruel de crueldad absoluta. Por la sencilla razón que hace sufrir, diariamente, sistemáticamente, con sus actos y discursos.

Y probablemente en la absurdidad del cruel que sabe cómo exteriorizar que en realidad es generoso, lo peor que puede pasarnos como pueblo es que quiebren nuestro imaginario de solidaridad, de preocupación por el otro, por el vulnerable especialmente. El discurso les sirve para eso, para convencernos de que la culpa es de otro, del pasado en este caso.

Pensemos exclusivamente en los Derechos Humanos, esencial por antonomasia para hacernos como pueblo lo que somos. Bastardean lo que logramos; asimilan el concepto al gobierno anterior. Ellos representan grandes negocios económicos y un discurso disruptivo, engalanado y vacío, pero reaccionario y violento. El hambre es violencia, la desocupación lo es, la falta de medicamentos para nuestros ancianos, y puedo seguir y seguir y seguir.

Eso es ni más ni menos que romper nuestro subjetivo colectivo; ese es su objetivo primordial. Eso saben hacer. Por eso también existen las tristezas colectivas; después de las guerras, de nuestra dictadura, el fenómeno es colectivo y el sentimiento imperante es la tristeza.

Tal vez si...

No podemos pasar por alto que el gobierno nacional y su estructura, cuenta con recursos suficientes. Económicos, comunicacionales, institucionales, y también lógicamente con apoyo popular.

¿Qué hacemos? ¿En qué creemos para poder hacer lo que debemos?

Desde ya que no tengo la respuesta absoluta, carezco de la mejor respuesta posible. Solo puedo pensar en términos de algún conocimiento acerca de los procesos que involucran los neoliberalismos, las referencias al plafón cultural, las formas de construir sentido en la dictadura y la apuesta constante y permanente a las salidas colectivas, equitativas y justas socialmente.

Y no se me ocurre forma más contundente que trazar la línea en clave de derechos humanos.

Los derechos humanos establecidos en los Tratados, Convenciones, Pactos que nos rigen como pueblo, legítima y constitucionalmente.

El catálogo, interesante para internalizar, constituye, ni más ni menos que nuestras protecciones. Pero de igual modo la manera en que queremos construirnos y constituirnos como pueblo.

En la calle, en la diaria, significa que me importa el otro. Somos pueblo que nos defendemos y defendemos nuestros derechos -todos ellos-, no variables numéricas; sujetos, no objeto de variables económicas.

Nos encontramos hostigados por enormes usinas de pensamiento, implacables, que nos llenan de violencia y nos intimidan. Con un recurso ya viejo y conocido, el sujeto individual que comulga con este poder que hoy nos toca será exitoso, el que insiste con la defensa irrestricta de los derechos que pretenden arrancarnos es violento o utópico.

La absurdidad que refería más arriba; pretenden convencernos no solo de que no existen otros rumbos, si no que este es el único correcto. En medio la pobreza y la violencia.

La disputa entonces, puede plantearse en términos de derechos humanos.

Sus formas de comunicar y separarnos son novedosas, esto es incontrastable. Las hipocresías constantes pueden sostenerse en el campo de disputa que ellos conocen. Pero en esta tensión podemos oponer resistencia. El contacto directo acerca. Sigámonos convocando a conversar, a discutir, a reflexionar. Que el privado de derechos -sin remedios, sin escuela, sin plata, sin casa, sin trabajo, sin, sin, sin- sea el que lo cuenta, al que se escucha. Esa es la variable de conocimiento y empatía, la fuente directa, la tristeza palpable.

Por eso es indispensable seguir saliendo a la calle y conservando los espacios públicos. Ahí reside nuestra fortaleza como pueblo, constitutivo de nuestra identidad y cultura.

Enfrente, las redes y los comunicadores que lucran con hipocresías. Pero aunque lo repitan no nos equivoquemos, esa no es la realidad, es la que pretenden imponernos, para convencernos, para violentarnos.

Las responsabilidades

Ellos lucran con sus mentiras huecas, sus impiadosas transferencias de riquezas, sus negociados y sus comunicadores. Son parte del mismo equipo, se garantizan recíprocamente sus posiciones.

A los dirigentes políticos con verdadera conciencia democrática y popular, toca ir subiendo escalas en una democracia más representativa, más audible, más comprometida.

A nosotros el compromiso de escuchar, escucharnos entre nosotros, buscar las respuestas y exigirlas. El protagonismo de seguir defendiendo nuestro futuro inclusivo. En el encuentro diario y permanente vamos diseñando nuestro propio discurso, combatimos el miedo y forjamos nuestra cultura. Esa es nuestra arma y nuestra defensa.

29/07/2016

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