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En los muros blancos, las ciudades parecen flotar. Hay silencio, no solo en el ambiente sino precisamente en las pinturas: en la primera, una línea de edificios divide por la mitad el universo de la tela, que se prolonga en el blanco más allá junto con la mirada y el pensamiento; en otra, una luna roja custodia la memoria del lago y más allá, una luna -¿la misma?, ¿otra?-, ahora azul, ilumina las redes mientras que en una tercera, el vacío está interrumpido por pasarelas a ninguna parte. Unen dos orillas que no se ven, y ellas son la tercera. Estas obras son parte de los “Paisajes internos” de Cecilia Tappa, exhibidos en julio pasado en el espacio Artistas Neuquinos, en la calle Yrigoyen al 600 de esta ciudad. Verlos implica asomarse a un abismo: el de adentro.
Hace apenas dos años que regresó al valle. Estuvo en San Martín de los Andes casi dos décadas y luego, acaso agotada por el clima de la cordillera, buscó el paisaje original en un lugar de clima seco, sol implacable y árboles que la remitiesen a su infancia. Se radicó en Yacanto, un pueblo de Traslasierra, Córdoba. Ahora está de vuelta, en su paisaje, que es “algo que pasa en la piel”, dice. Pero no encuentra al vecindario de entonces, en los barrios de Neuquén donde la chacra entraba a la ciudad. Explica que ese habitante paisano con que convivía en Córdoba, “aquí está en el norte, en Huinganco, Andacollo, por ahí: comen ñaco, mote con huesillo”. Recuerda a su abuela “que vivía a metros de casa en el barrio Belgrano, con sus gallinas, sus nogales, el damasco, sus plantas que curaban todo”.
La casa estaba -está- en la calle Winter. En la muestra, también sobre las paredes y entre los cuadros, se reproducen poemas de Raúl Tappa, su padre, que murió en 2012. Esos textos remiten a reuniones, tiempo atrás, del grupo Poesía en Trámite. Estamos a finales de la década de 1980 o comienzos de 1990, no más. Varios leen poesía propia o ajena: están, además del dueño de casa y otros que quedan en el fondo de la memoria, Raúl Mansilla, Macky Corbalán, Ricardo Costa, Ricardo Fonseca, Mariela Lupi, acaso Andrea Diez. Se entabla una discusión por un espectáculo que se hará en el Simón Bolívar. Se habla de músicos, actores, espectáculo.
Le pondré un abrigo
al frío de mi cuerpo,
saldré con mi sombra atada a mis zapatos,
en un bolso de lona
acomodaré la vida,
el vino, el amor
y la caja de Pandora.
Ya en el camino
redondo y abierto del sur
saldré a buscarme,
no soporto haberme perdido
así como así, sin reclamo. (Raúl Tappa)
En alguna de esas reuniones, quizás Raúl Tappa hable de sus búsquedas, que tanto tiempo después, ahora, Cecilia refiere en la entrevista. Ella comparte esa sed por el origen con su padre, que fue criado en Cutral Co por tías y abuelas. Desde ahí empieza a desenhebrar la historia, que tiene un paisaje fronterizo entre lo rural y lo urbano y protagonizan mujeres curanderas, sanadoras, de saberes no oficiales. El relato comienza cuando el apellido paterno se entrevera con Orelie Antoine de Tounens, el autoproclamado rey de la Araucanía, nacido en 1825 en Dordoña, Francia. Resulta que Raúl Tappa encontró en esas historias que Tounens había contratado a un marino maltés llamado Pietro Angelo Tappa quien, enamorado de una mujer mapuche, decidió quedarse en Santo Tomás. Ahí comienza a tejerse la biografía familiar.
Hoy Neuquén se agrieta
en la latitud de mi tristeza,
los tamariscos sostienen nombres
con historias desterradas
y hombres crecidos en Agosto.
El frío tajante se acentúa
detrás de cortinas ruinosas
despoblando mi amor en cada verso
que sube al abrigo de un poema. (Raúl Tappa)
Dice: “confronto con el arte contemporáneo, que en gran proporción está armado como producto, más allá de que sea bueno o no. Porque tiene un soporte económico, hay una concepción de mercado” con la que no concuerda. Habla de sus maestros en la Escuela de Bellas Artes de Neuquén: Marta Such, Jorge Michelotti, Mario Martínez, que le proporcionaron los elementos formales y transmitieron “una actitud frente al arte porque son fundamentalmente creadores”. Se preocupa de “observar y experimentar; no asumir nada como dado” y eso implica una postura política que no se traduce necesariamente “en un discurso; sí en una actitud”.
Luego de la serie “Paisajes interiores”, Cecilia Tappa prepara una nueva muestra para el año próximo, quizás en la sala Saraco. Le interesa “sugerir situaciones con la pintura; el paisaje y las situaciones que están todo el tiempo” y que “se conectan con el misterio” porque, en definitiva, el arte es forma, es discurso y también es espíritu. Las protagonistas de esta nueva etapa de su obra son mujeres: niñas, jóvenes, adultas, inmersas en contextos oníricos y naturales donde las cosas “se dicen a través de metáforas”. El arte, para ella, tiene un aspecto celebratorio, de fiesta, de ese lapso donde todos somos iguales, aunque sea breve. Y con la fiesta, el juego, que impone reglas comunes, requiere códigos que se comparten y donde también la igualdad es el clima. Son tiempos fuera del tiempo, de ese tiempo mercantilista, de competencias, de tener y no de ser, que se aproximan a su obra: “busco llegar al realismo mágico pero en la pintura”, dice, y alude a su abuela, que la alertaba de pequeña a cuidarse de la “luz mala”. Y en este punto está el tercer elemento: el símbolo, esa mitad de tejuela que permite reconocer en el futuro a quien comparte hoy un proyecto, una idea, una esperanza y vuelve a recomponer ese vínculo. Se disfruta de ese encuentro, dice, aunque desconfía de la manipulación que pueden hacer de los símbolos los medios de comunicación social. Pero en esto también apela a lo simbólico: prefiere sugerir antes que contar; opta por la metáfora más que por lo literal y, por debajo, “están las cosas profundamente humanas, políticas”.
Cecilia Tappa nació en Neuquén en 1969. Estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes. Realizó muestras individuales y colectivas en la Patagonia, en Buenos Aires, en Córdoba y en el exterior. En 2014, expuso en el Museo de Arte de Puerto Madryn y un año antes asistió a la residencia de arte en la Ciudad Universitaria de Córdoba, con la coordinación de Lucas di Pascual, Andrea Ruiz y Daniel Fischer. Formó parte de varios proyectos -Art Boomerang; Festival Internacional de Teatro Infantil de Lingen, Alemania- y participó en varios salones -OSDE; Banco de la Nación; CFI; y Exposición del Fin del Mundo, en Italia, entre otros-.
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