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El hecho que voy a comentar intenta probar que cuando se oculta la verdad histórica, así pasen décadas, aquella aflorará y su peso afectará como una deuda impaga en las generaciones posteriores, aunque estas no hayan participado en los hechos.
En el número 13 de “Review” se comenta el libro “La tumba de Lenin”, cuyo autor, David Remnik, ganador del Pulitzer 1994, definía “el retorno de la Historia” como la explosión de ensayos, crónicas y denuncias sobre los aspectos más siniestros de los años negros de la revolución soviética.
Durante la segunda guerra mundial se conoció el crimen de más de 20.000 polacos en Kathin por parte de tropas nazis, según la versión soviética de entonces.
Pero todo cambió a partir de la Perestroika y la Glasnot, los procesos puestos en marcha por Mikhail Gorbachov en lo que a la sazón serían los últimos años de existencia de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
En esa etapa de fines de los años ‘80 se revisaron los hechos de décadas pasadas, y ocurrió que el asesinato de esa inmensa cantidad de personas detenidas en campos de concentración en territorio polaco habían sido ejecutadas por soldados soviéticos dirigidos por Beria, el siniestro jefe de la agencia de inteligencia, o policía secreta, KGB.
Sostiene Remnik: “La maquinaria de propaganda del Kremlin sostuvo dicha historia en conferencias, negociaciones diplomáticas y en la literatura, entretejiéndola con la vasta red formada por la ideología y la historia oficiales que sostenían al régimen y su imperio. Para el Kremlin, la historia era un asunto tan serio que creó una gran burocracia para controlarla, para tergiversar su lenguaje y su contenido, de modo que las purgas arbitrarias y asesinas pasaran a ser «triunfos sobre enemigos y espías extranjeros» y el tirano reinante, un «Amigo de Todos los Niños, la Gran Águila de las Montañas».
Junto con ese esclarecimiento tomaron estado público otros hechos que fueron cayendo sobre los hombros de viejos militantes del régimen, quienes no podían creer que no hayan sabido de los mismos en el momento en que esos hechos ocurrían. Es más, la pétrea y amenazante prédica oficial los compelía a mantener una conducta de sometimiento incondicional y autocensura en una sociedad signada por el secreto.
Tanto impactaron la revelación de esos crímenes y otros, que se empezó a observar un deterioro en el ánimo y la conducta social de los soviéticos, hasta que el mismo Gorvachov pidió que los archivos pasaran a su control para moderar la frecuencia con que la verdad irrumpía en las mayorías.
Más de 50 años después, aquello que se había silenciado empezó a emerger y a constituir por fin la verdadera historia de ese tiempo siniestro de la URSS que recaería en las nuevas generaciones con una fuerza devastadora.
Si trasladamos este proceso a nuestro país en época actual y analizamos el caso de Santiago Maldonado, observamos que el gobierno necesita ocultar los hechos y el cuerpo del desaparecido.
No obstante, mi impresión es que posiblemente los actos de corrupción del macrismo, sus arbitrariedades, su impunidad, por trazar un paralelo, se olviden en pocos años.
La opinión pública tolera mejor el robo que el crimen.
Por ello es que no se olvidará la desaparición de Maldonado, que una y otra vez repercutirá en la mente de la sociedad argentina cualquiera sea la ideología que cada cual sostenga.
La historia del muchacho desaparecido no se convertirá en polvo que se mezcla con el polvo. Estará viva en el anhelo de justicia de su familia y de sus amigos, y de todos los que preguntan con ansiedad: “¿Dónde está Santiago Maldonado?”
Estaría bien que más allá del hecho aberrante de su desaparición y del encubrimiento del delito por parte de todos los personajes visibles y ocultos que actuaron oficialmente en este caso, el joven artesano apareciera con vida.
Si eso no ocurre, las generaciones próximas cargarán con el sayo de asimilar la escena canalla que se ha montado hasta ahora en torno a esta desaparición y su inocultable encubrimiento.
Alguien, o algún grupo humano perteneciente a esta sociedad de ahora o del futuro, deberán hacerse cargo por los hechos aberrantes que, en vida, le ocurrieran a Santiago Maldonado por un acto de terrorismo de Estado.
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