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Es necesario comenzar esta nota con una aclaración: este artículo no pretende hacer un juicio de valor sobre el acto privado del consumo de la cultura porno. Sería fútil y hasta un poco retrógrado juzgar moralmente aquello que se realiza en el terreno de la sexualidad individual, adulta, autosatisfactoria y desde el universo mismo de lo privado. Por eso, si alguien pretende inclinar su balanza moral para determinar si el porno es “bueno” o es “malo” leyendo este artículo, está perdiendo un poco el tiempo.
Por definición del diccionario, la pornografía es “toda obra literaria, artística, cinematográfica, etcétera, que describe, presenta o muestra actos sexuales de forma explícita con la finalidad de excitar sexualmente”. Entonces difícil es desafectarla del uso y consumo humano por considerarla “mala per se” o “inadecuada”, ya que el espíritu de la representación y la mímesis está arraigado en el ser humano desde la antigüedad más antigua y -en este sentido- “representar” el sexo es poner en acción un ejercicio catártico más de todos los que podemos llegar a practicar. Solo que el sexo, ya se sabe, viene precedido de una mojigata vara de doble moral.
Por eso este artículo busca pensar algunos puntos relacionados con el uso que las sociedades actuales hacen del porno a través de internet; quizás poner un poco en tensión el “discurso social” del porno. Ver de cerca qué es lo que nos está diciendo el porno desde las pantallas, a quiénes nos está hablando y desde dónde nos está diciendo lo que nos dice.
Para invitar a nuestros lectores a reflexionar en los términos propuestos, vamos a recomendar tres películas relacionadas con la temática, dos documentales y una ficción.
La primera es el documental “Pornocracia: las nuevas multinacionales del sexo”, una película escrita y dirigida en 2016 por la única intelectual visibilizada -hasta el momento- de la cultura porno global: la activista feminista, periodista y actriz porno francesa Ovidie. Este es el tráiler con subtítulos en español:
En “Pornocracia”, Ovidie intenta acercarnos en un primer plano implacable a MindGeek, la única maquinaria multinacional que hay detrás de los 40 sitios de distribución de videos de porno gratuito que consume el planeta entero. Ovidie se esfuerza y nos muestra cómo esa multinacional es “el Monsanto de la sexualidad”, que actúa con la misma impronta neoliberal, distractiva y completamente desaprensiva que utiliza el gigante transnacional de la comida. El resultado es contundente.
El segundo film también es documental y se llama “Chicas calientes se buscan: enciéndete” (2017), un film original del matrimonio de documentalistas norteamericanos conformado por Jill Bauer y Ronna Gradus. Este es su avance:
En “Chicas calientes…” Bauer y Gradus filman en primera persona el testimonio de una serie de jóvenes de menos de 25 años, chicas que filman películas porno para uno de los portales de jovencitas “amateur” más vistos de los EEUU. Y no solo eso, también recogen el testimonio de su “representante”, el hombre que las “cuida”, las “administra” y las “entrena”. ¿Les suena demasiado parecido a la prostitución?... lo es. El tono íntimo, súper humano, que consigue el matrimonio en el film choca directamente con la indiscutible voracidad que la sociedad le está imprimiendo al porno online con sus exigencias de “realismo” y “crudeza”. Escalofriante, pero actual.
La tercera película es una ficción, es del 2013, y la escribió, dirigió y protagonizó el joven y genial Joseph Gordon-Levitt. Se llama “Don Jon” (Don Juan) y en muchos países de habla hispana fue estrenada con el chabacano y algo porcelesco título de “Entre sus manos”. Este es el tráiler:
En “Don Juan”, Gordon-Levitt cuenta la historia de Jon, un típico pibe de la clase media baja de New Jersey que se regodea de sus conquistas en discotecas y bares, pero en la soledad de sus pensamientos admite que encuentra muchísimo más satisfacción en la masturbación con porno online que en la vida sexual compartida. La comedia (¡sí, es una comedia!) transita la tensión propia del protagonista, que vive un tanto acuciado por el temor de ser un adicto al porno, tocando a través de su propia historia muchos de los temas que vinculan actualmente a las personas con el porno, un elemento cultural que ha dominado el cotidiano de la humanidad entera.
Los tres films se encuentran en varias plataformas online, gratuitas y/o pagas, solo hay que ponerse a buscarlos un rato y se los puede ver.
Pensar el coito que vemos
Si hemos de empezar a pensar algunas cuestiones en derredor a la realidad masiva del porno en Internet, arranquemos por una frase de la mismísima Ovidie. Ella asegura en “Pornocracia” que lo peor del porno online es que cada vez más gente lo consume sin cuestionarse demasiado qué es lo que está consumiendo: “Parece que hacerse demasiadas preguntas al respecto mata la emoción", dice ella, con inteligencia cínica y tajante. Su punto de vista acompaña una realidad incontrastable: el sitio de videos gratuitos PornHub entregó a finales de 2016 las estadísticas de 2015 de su website (https://www.pornhub.com/insights/pornhub-2015-year-in-review) y en ellas se da cuenta de que los usuarios vieron la friolera de 87 mil millones de videos. Por esto mismo, durante el año pasado -y en lo que va de este- han invertido muchísimo dinero en publicidad no convencional, ocupando los principales letreros de Times Square, Tokyo y Picadilly, y haciendo performances en vivo por todo el planeta con una versión a capella de “All you need is love” en la que los cantantes no cantan al amor, si no que dicen “All you need is hand” (Todo lo que necesitas es tu mano).
La visibilización comercial de PornHub a través de campañas “amables” no es menor, y llega para inaugurar una nueva era en la cristalización de la cultura global del consumo de porno en línea.
Si en las décadas de los años ‘50, ‘60 y ‘70 la industria del porno era financiada por las mafias de la prostitución (el caso de “Garganta profunda” es emblemático al respecto http://www.ciudad.com.ar/espectaculos/60148/la-historia-secreta-de-garganta-profunda), ahora entran en juego otros intereses. PornHub es solo uno de los casi cuarenta portales/empresa que acaparan el 95% del consumo de pornografía en internet en todo el planeta, y todos ellos pertenecen a una sola transnacional: MindGeek, con sede central en Canadá, pero con todos sus papeles y finanzas radicadas en (¡sí, adivinaron!) los paraísos fiscales de Panamá, Luxemburgo, Chipre y Suiza.
El “blanqueo social” de los portales de MindGeek como sitios “no delictivos ni undergrounds” comenzó en 2012, cuando la empresa –por aquel entonces llamada ManWin- financió una campaña llamada "No a la medida B", en la que bregaban para que los actores porno no usaran condones en las películas, ya que varios países estaban trabajando en sus Congresos proyectos de ley que proponían el ejemplo social del uso de condones en las escenas de coito de las películas condicionadas. La excusa formal de ManWin, a través de su presidente, el alemán Fabián Thylman, fue que la profilaxis y la salud de sus actores en los sets estaban por demás garantizadas y que la exigencia del uso de condones respondía más a un condicionamiento moral de sociedades pacatas que a una realidad de salud sexual. Una epidemia de sífilis entre los trabajadores y trabajadoras del porno de los EE.UU. acaecida en 2011 casi dio por tierra con ese argumento, por lo que ManWin decidió abrir sus propios laboratorios de análisis clínicos en todos los EEUU, avalados por la mismísima Universidad de Oxford, y financiados con poderosos fondos de inversión de Wall Street como el del Fortress Group, el del Cold Back Group e inclusive con dos reconocidos corredores de Goldman & Sach. Es decir, la creme de la creme de la bolsa neoyorquina.
Cinismo & Lubricante
Lo cierto es que tras el constante avance monopólico del gigante transnacional del porno hay mucho dolor desparramado de por medio. El estándar requerido por el grueso de los usuarios en internet es cada vez más ultra específico y denigrante, el modelo que reproduce el porno actual es aún más cosificante de la mujer que en los siglos anteriores, y las preferencias estadísticas muestran un crecimiento exponencial en las búsquedas de videos de mujeres que son doblemente penetradas por el ano mientras lloran u obligadas a la servidumbre, la coprofagia, el bukkake por violencia y otras disciplinas del sexo sadomasoquista. Algunos números y testimonios al respecto están incluidos en el film “Chicas calientes…”, y en “Pornocracia”, y Ovidie lo deja bien claro en una sola frase: "cuanto más grande se tornan las multinacionales del sexo -dice- más pueden salirse con la suya. Así es como nuestro sufrimiento se tornó parte de la cultura popular global, con un poco de cinisimo y un montón de lubricante".
La falta total de empatía con las performers es total. El público que consume los llamados “tubes” de sexo (videos de corta duración) no conoce ni siquiera el nombre de las actrices, siendo que antaño lo que destacaban eran las firmas de auténticas “starlets” como Ginger Lynn, Belladona o la Cicciolina. El dato parece nimio pero no es menor, acompaña el razonamiento de Ovidie (no olvidemos, también ella actriz porno): la sociedad consume y no necesita nombres, prefiere mantener en el anonimato a quién está mirando sufrir.
Sexo y sometimiento en la soledad unitaria de la pantalla: tendencia mundial.
Ampliando este concepto, Ovidie acusa sin vueltas: “con la llegada de las multinacionales del sexo, lo que conocíamos como porno dio lugar a un sector sujeto a las mismas reglas de un mundo neoliberal, un capitalismo sin restricciones, una política de tierra arrasada, un total desprecio por los trabajadores. Cuando uno piensa seriamente en esto, Mindgeek es un poco como el Monsanto del porno”.
Globalisexión
Las estadísticas entregadas por universidades y hasta por los mismos sitios “triple equis” dan la razón: el mundo entero está unificado en la dura propuesta estética del porno online actual. Esta unificación no reconoce geografías ni diferencias culturales, los requerimientos y “necesidades” de los usuarios son casi iguales en Estambul que en París, en Buenos Aires que en Tombuktú, en Tel Aviv que en Praga. Todo está homogeneizado en videos gratuitos de entre dos y veinte minutos que muestran el mismo modelo de sexualidad: la mujer entregándole el goce al hombre, que siempre y en todo lugar se encargará de eyacular sobre ella. Ni siquiera los videos de bisexualidad, transexualidad u homosexualidad escapan al modelo.
Una de nuestras películas, “Don Jon”, estimula -en clave de comedia- a pensar el tema con profundidad: ¿qué nos dice el lenguaje del porno cuando nos habla siempre de lo mismo? ¿No nos estará invitando a hacer una catarsis individualista que nos apaga en vez de encendernos? Pensémoslo seriamente.
Ochocientos millones de usuarios (más del 10% de la población mundial cada día) ven porno online diariamente, muchos de ellos son niños y adolescentes que encuentran en ese modelo -casi exclusivamente- una suerte de guía para sus propias sexualidades.
Si antaño la vida sexual de un hombre o una mujer se constituía entre la información que recibía del entorno de sus pares, la poca información que recibía de sus mayores, la escasa y casi nula educación sexual que recibía en las escuelas y una moderada cantidad de imágenes pornográficas en revistas y películas, el estímulo que hoy recibe desde la pornografía online es casi un imperio. Es un tema para pensar un poco, sobre todo porque -al parecer- esta nueva “realidad sexual” recién está comenzando.
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