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Columnistas
02/09/2017

Otra vez, Macky

Otra vez, Macky | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Después de varios meses, Conversaciones en la noche del amor ya está en las librerías. El libro se distribuye por el mecanismo boca a boca o por ese remedo impersonal y disfrazado que son las autodenominadas redes sociales -más redes que sociales-.

Gerardo Burton

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La reunión es en una casa detrás de la suya. Es primavera, quizás noviembre: enfrente, la casa rosada que se llama Lejos de Buenos Aires y que da nombre a esa parte del barrio está rodeada por los frutales ya florecidos. Hace calor al llegar, el atardecer siempre es una sorpresa entre los pocos álamos que quedan: las calles ya están pavimentadas, las casas ocuparon todos los baldíos disponibles. Hay que hacer un esfuerzo de memoria para evocar cómo era cuando ella compró ese terreno con una indemnización, cómo hizo construirla casi ladrillo a ladrillo, y cómo al final edificó la de su mamá, donde estamos ahora.

Ilda, su mamá, nos abre la puerta, contiene a los perros -nunca sabré cuántos son, al menos dos son parecidos- mientras los gatos vienen a saludar. Primero Djuna, ese que creíamos hembra y finalmente resultó un hermoso macho color naranja, barcino que se enreda entre las piernas de quienes llegan y luego mira e interroga: quiere saber si somos o no amigos, si la conocíamos.

Nos sentamos a la mesa, entre mate, té y facturas: Silvia Mellado, poeta; Cristina Cid, pintora, Paola Corbalán, la hermana, y otro más. Ilda se sienta y empezamos: hay que revisar los archivos de libros que quedaron listos hace ya dos años, antes del 14 de septiembre de 2014. Ella revisaba con obsesión en los pocos momentos -sí, momentos, ya que no horas- de tregua. Ya no escribía sino que dictaba, escuchaba la corrección del verso y volvía a dictar. Gesticulaba con desagrado y brusquedad cuando el resultado no la satisfacía; suspiraba aliviada cuando encontraba la palabra exacta. Cristina recuerda cuando le leíamos poesía, novelas, textos que encontrábamos y pensábamos que le harían bien en su convalecencia. Paola se refiere a la búsqueda de salud, a la lucha contra la enfermedad desde los recursos del cuerpo lastimado, desde la voluntad insuficiente pero sólida, cimentada en una vida inclaudicable. Recuerdan anécdotas de curaciones, de consultas, de rechazos y de transitorias mejoras, todas efímeras.

Recordamos eso y vamos a los libros. Ella planea por ahí, con la tarde que cae lentamente. Paola los trae impresos: Conversaciones en la noche del amor; La rama, los haikus de la poeta estadounidense o puertorriqueña -da lo mismo para el caso- traducidos por ella, pensamos que con Griselda Fanese. Hay que decidir con qué empezamos; hace un año terminamos de editar su obra publicada en vida y fue un hallazgo para los poetas del sur, los poetas de otras provincias. Muchos la recuperaron, otros tantos la descubrieron. Y siempre es nueva, como ahora con estos libros nuevos que dejó listos, con una prolijidad obsesiva, con algunas correcciones de último momento -las más antiguas con su caligrafía, las recientes seguramente dictadas a amigas-.

Tras mirar y discutir un rato, por unanimidad decidimos que sea Conversaciones... Con la misma editorial y alguien propone que sea una edición apaisada, con tipografía grande que ocupe bien la página, que sea la poesía destacada entre los silencios de los espacios en blanco, porque queremos respetar cómo ella quiso diagramar el texto, la letra, los versos y su aliento. No queremos prólogos ni notas, ni siquiera menciones de otras personas que colaboren con esto. Apenas una mención biográfica al final y un texto en la contratapa que explique algo de la génesis del poemario. Pretendemos que haya un “ingreso directo, a veces brusco, a la poesía. Son conversaciones en la noche del amor, también conversaciones de la poeta consigo misma, con la poesía, sintonizando y siendo dicha por la poesía”.

Establecemos que el libro fue concluido entre julio y los primeros días de septiembre de 2014. Precisamente en ese invierno, uno de los que discuten alrededor de esa mesa las características de la edición le había enviado un comentario vía electrónica de ese poemario. Había confiado en que “este día frío pero luminoso te encuentre bien. Aquí te mando algunas palabras sobre tu libro que, demás está decirlo, me gustó mucho: por su novedad, por la sorpresa y por el trabajo sobre el pensamiento-lenguaje. Hay un cierto logos allí”.

Paola busca entre carpetas y sobres una fotografía para la tapa. Propone un retrato, como en la edición de Poesía (1992-2013) y otra vez la foto producirá conflictos, de baja densidad, pero conflictos al fin. Esta vez con la autora de la imagen.

Y es que la utilidad de las palabras

tiene un fin, pero no

el que pensamos, no el que decidimos,

no. Las palabras diseñan

su propio fin

¿ y tienen sólo uno? el ritmo

neto; afán que comparten

con el amor. Como la copa

del árbol que asoma por

el tejado de la casa vecina, se mueve

cambiante, parece ascender y bajar

en el halo de ese movimiento. Y esa copa


 

remite al cuerpo entero

del árbol, a presumir que todo él danza,

abrigado de color y fragante. No se lo

ve, se asume: lo mismo con lenguaje,

lo mismo con amor.


 

El lenguaje, el amor, como una consumación.


 

Un final, en términos humanos, no es tal.

Es una apariencia de algo que pasa a otro

tránsito; hasta la muerte lo es, librada de

iconografía y mística, hace desaparecer e

instala en su lugar la intensidad de una

ausencia. ¿Ven? También el lenguaje.

¿Ven? También el amor. Y no es que

se hermanen muerte, amor y lenguaje,

sólo queda pensar que todo fin

trata de una síncopa de ritmo. (“Conversaciones en la noche del amor”, fragmento)


 

Luego del saludo, comienza el comentario: Hay una aparente intención de lentificar la lectura, de obligar a saborear cada palabra, a volver sobre los pasos de la lengua para entender cuál es el ritmo, hacia dónde lleva. En tu obra es un poema extraño: se abre el verso, las imágenes –metáforas- se reducen al mínimo –como en el caso de “musgo ambarino”-, aparecen palabras muy tuyas –pliegues, binarismos, arroparte, certidumbre, rizo, sibilantes-.

Recuerdo eso que dice Roland Barthes acerca de que “el placer del texto es ese momento en que mi cuerpo comienza a seguir sus propias ideas –pues mi cuerpo no tiene las mismas ideas que yo”. El poema conduce hacia ese placer.

Primero: el poema abre el verso “tradicional” o “esperable” en los libros tuyos. Difiere totalmente de tus libros anteriores: hay una expansión y una reflexión. El poema reflexiona sobre sí mismo, escindido del yo de la poeta. El poema me resulta una danza amorosa, pero trágica. Es una danza vacía, ausente. Es el movimiento del aire que queda cuando el bailarín, la bailarina –danzarín es el vértigo de la frase, decís- han salido de la escena. La danza hace la ausencia, la palabra la expande, la agranda.

La mención reiterada a la ronda habilita a pensar en un recomienzo, como el que dice que “El fin del deseo/también es un umbral”.

Se ama el cuerpo ausente, el cuerpo

que se escatima, el que se acerca a

distancia prudencial. ¿Qué desanima

a la amante: un gesto imperceptible,

o es la piel la primera, única barrera

que importa? El fin del deseo

también es un umbral.

 

Creías que conocías el lenguaje

del amor, esa manera de disponer

el cuerpo, un brillo apenas más

vehemente en la mirada, la morosidad

de esa lengua humedeciendo

te.

Hasta que la sequía llega y lo

verde se vuelve opaco, se retira

la luz brillante de cada abertura,

y la sangre, que se arremolinaba

ante una puerta ahora lo hace

ante otra.(“Conversaciones en la noche del amor”, fragmento)

Y continúa: La poeta afirma que debe pagar un precio: ¿es una deuda, una culpa que se arrastra hacia la relación amorosa? No hay pecado original en el lenguaje que comienza con el vértigo recién señalado y paulatinamente se desgaja, se deshoja y quedan el cuerpo y el amor: las (los) amantes, figura y vacío, forma y encuentro. Trampas que se ven del derecho y del revés, que leen un lenguaje que es gesto, que es palabra. Un dolor que se lleva en el lengua (je = punto irónico, sarcástico. Guiño que busca la complicidad de quien escucha –lee- las Conversaciones…).

También me recuerda el libro de Girri “El motivo es el poema”: un diario de cómo se escribe un texto poético. En este caso, es un diario de cómo se construye un amor desde la ausencia del amor, de cómo se edifica un goce que termina en derrota, en vacío. Por eso se es tres veces paria.

Ni el lenguaje ni el amor se eligen, pero estar en ellos supone una pérdida irremediable, una salida de sí –no el entusiasmo griego ni la fiebre orgiástica: “se ama para afuera”-. Porque, además, “todo lenguaje es lenguaje/del desamor”.

Ronda, ronda, ronda

del desprecio. Del descenso

de la imaginación a su escalón

más insípido. La imaginación

no es cosa del lenguaje, ni del

amor. Una amante imaginativa

terminará contigo. Conocerá

desde siempre lo que decir. Pero

te derribará

con lo que calla.

Ronda, ronda, ronda

del amor despreciado. (“Conversaciones en la noche del amor”, fragmento)

Al final, el autor del mensaje conjetura que el uso de infinitivos crea una suerte de mandato anónimo y concluye así: El lenguaje no responde (no corresponde, traiciona) al cuerpo. Es que el cuerpo es la única verdad; es el lugar donde ocurre la historia, donde transcurren las batallas. Es la única geografía posible para la amante que pronuncia palabras, que escribe porque no le queda más remedio que registrar esas palabras que se enroscan sobre sí, como una boa que ejerce su abrazo en torno de su víctima. Aquí se trata de que se produzca la epifanía del poema. O quizás no: la epifanía es ese amor que se ausenta, ese amor del que queda un perfume y que existe “porque hay desamor”. Pero estar en el amor es permanecer sin posibilidad de elección y queda entonces sólo una sombra “que atraviesa/los párpados cerrados, con su luz”.

Estos días, te conté, estaba leyendo la “Genealogía de la moral”. Allí Nietzsche dice que si un filósofo tiene conciencia de sí, debe sentirse “precisamente como la encarnación del nitimur in veritum –nos lanzamos hacia lo vedado-“. Esta es una cita de “El arte de amar”, de Ovidio, que dice textualmente que “nos lanzamos siempre hacia lo prohibido y deseamos lo que se nos niega; así el enfermo acecha las aguas prohibidas” (en latín: Nitimur in vetitum semper cupimusque negata; sic interdictis imminet aeger aquis). Es como si hubiera escrito eso para tu poema, para ese final que se apaga, como es el final de la Patética de Tchaikovsky. Es un hermoso libro, Macky. Te lo agradezco y te agradezco tu confianza para leerlo.

Terminado el trabajo, Paola busca y trae La rama. Es otro hallazgo. Ese componente epifánico que la poeta entreveía en los acontecimientos -desde los más nimios hasta los aparentemente importantes- y que permiten asomarse al otro lado de las cosas, está esta tarde de noviembre aquí. Se inicia una segunda marea, imparable, que terminará en un libro, con ese oleaje que precisa y alienta la poesía para expresarse, para aparecer.

Después de varios meses, Conversaciones en la noche del amor ya está en las librerías. El libro se distribuye por el mecanismo boca a boca o por ese remedo impersonal y disfrazado que son las autodenominadas redes sociales -más redes que sociales-. Como siempre ocurrió con ella, cada libro es nuevo, una nueva mirada desde la poesía, como si fuera la poesía quien mira desde otro lado, desde dentro de ella y en busca de puntos de vista siempre distintos, siempre escandalosos y, por tanto, políticos. Volvemos en la charla a aquello que siempre dice la poeta macky corbalán: todo acto es político, toda poesía es política. Cierto: el arte, la belleza también lo son y, como dice ella, se las ingenian para seguir, para vencer: hay una gran pulsión en el arte y que, permite crear una región, una red de poesía en la Patagonia.

Poeta, lesbiana y feminista, Macky Corbalán había nacido el 19 de junio de 1963 en Cutral Co, una ciudad que fue siempre su lugar en el mundo, ese Cuzco que configuraba su vida, definía sus peleas, maduraba sus descansos. Murió en Neuquén, en la madrugada del 14 de septiembre de 2014. Fue una militante por los derechos de la mujer y por la libre elección y práctica de la orientación sexual.

Era periodista, licenciada en servicio social, y es ya una de las voces más originales en la poesía que se escribe actualmente en la Argentina. Su poética trasciende la región. Se definía como “poeta, lesbiana, feminista”. Como tal, participó activamente del grupo Fugitivas del Desierto (http://lesbianasfugitivas.blogspot.com), entre otros.

Libros publicados: La pasajera de arena, 1992; Inferno, 1999, Como mil flores, 2007; El acuerdo, 2012 y Anima(i)s, 2013. En 2015 se editaron esos libros juntos en un volumen titulado Poesía (1992-2013) por Ediciones En Danza.

Antologías: Poesía en la Fisura, por Daniel Freidemberg, 1995; Antología de Poetas de la Patagonia, 2006, Poetas Argentinas (1961-1980), 2008 y Antología Poesía del siglo XX en Argentina, 2010.

29/07/2016

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