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El retorno al peor pasado de la Argentina que se percibe con la desaparición de Santiago Maldonado, no es un fatalismo cíclico. Mucho que ver tienen aquellos personajes que se formaron en el régimen militar de la década de los años ‘70. El caso de Patricia Bullrich es un ejemplo patético de manipulación de la fuerza de seguridad inspirada en métodos que la democracia parecía haber desterrado.
En medio de demandas masivas por la aparición con vida de Santiago Maldonado, desaparecido por un organismo de seguridad del Estado nacional, Bullrich aduce que “no va a tirar un gendarme (presunto autor) por la ventana” solamente porque se lo digan los organismos defensores de los Derechos Humanos.
Así, la funcionaria explicita claramente que respalda a la fuerza y “se banca” las sospechas de la autoría del hecho, según sus propias palabras. No solo eso, sino que además niega lo evidente en cuanto a lo realmente ocurrido y en colaboración con la prensa inventa pueriles coartadas que se desvanecen en unas pocas horas.
Esta funcionaria cree que los organismos de seguridad funcionan en relación a lealtades corporativas entre los jefes y ella, igual a como hacen los “ceos” con el Poder Ejecutivo por encontrarse hoy ocupando cargos en el gabinete. Emulación que, por lo visto, está haciendo escuela: conflicto de intereses en un caso y reciprocidad de favores en el otro.
Parecería ocioso recordar que las fuerzas de seguridad funcionan en relación a políticas explícitas del gobierno y por órdenes superiores emanadas de autoridad competente. Todo lo que se le pida fuera de su misión específica es una transgresión o un delito, y cada miembro de la fuerza lo sabe muy bien.
¿De dónde saca la ministra que la Gendarmería como institución le devolverá con un accionar más leal, en la medida en que no ceda a la justicia el lugar que le corresponde en la investigación por una desaparición forzada de persona?
Si la titular del ministerio de Seguridad quiere una fórmula de buen entendimiento con esa o cualquier otra fuerza de seguridad, que se olvide de lo político-ideológico y que no las comprometa con órdenes ilegales, ya que la ley de Obediencia Debida ha sido declarada “nula de nulidad absoluta”.
Debe olvidarse también de las lealtades corporativas. Es posible que de ese modo y por un tiempo hablen bien de ella sin muchas ilusiones.
Ellos tienen una carrera por delante de muchos años, y la funcionaria del gabinete nacional ocupa un puesto temporario y fungible si los hay, por lo que, en este mismo momento, está más cerca de irse de su cargo que de quedarse.
Ministra Patricia Bullrich: tenga por seguro que no la recordarán ni por su vestimenta de combate ni por su encubrimiento cómplice, aun aquellos que de ese modo puedan eludir, transitoriamente, el alcance de la Justicia.
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