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La semana pasada el gobierno nacional hizo público su informe “El estado del Estado, Diagnóstico de la Administración Pública Nacional en diciembre de 2015”. A primera vista el documento resulta demasiado extenso. Desde otro lugar podría destacárselo por su relativa brevedad. Es cierto que 223 páginas lo hacen del tamaño de una modesta novela, seguramente insuficiente frente a la empresa inventariar doce años de una administración gubernamental que se continúo a sí misma. Resulta menos voluminoso al incluir en el mismo esa suerte de breviario y, recuérdese muy mal leído, que fue el discurso de Mauricio Macri en ocasión de la asunción del mando presidencial ante la Asamblea Legislativa.
El informe adelgaza aún más al excluir una introducción de igual número de páginas que el mencionado discurso presidencial del pasado 10 de diciembre. Si consideramos que ambos son de similar factura o sea se repiten, alguno de los dos está demás. El balance final es un documento con un cuerpo de 180 páginas, dividido en nueve capítulos. Cada capítulo cuenta con sus propias secciones. Carece de conclusiones, estimando que quienes consideren relevante y serio su contenido entiendan que el discurso de Macri oficie tanto de apertura como final del texto.
El informe carece de fuentes, aunque uno hubiera pretendido otra cosa. Sin duda un extraño modo de fundar cada afirmación crítica sobre lo que sus autores llaman El Estado del Estado. Sin embargo, son mencionados otros informes producidos por ONGs o usinas del mismo campo ideológico al que pertenecen los integrantes del Gobierno. Por ejemplo, la ultra liberal Fundación Libertad y Progreso de la cual se toma su arbitrario Índice de Calidad Institucional que en 2014 daba a la Argentina el lugar 134 entre 192 países. Desconocemos a los escritores, aunque se entiende que la autoría es colectiva. Suponemos que cada responsable de un área ministerial elaboro la parte que le toco. Aún así ni siquiera están mencionados. Igualmente nos queda pendiente saber si ha sido el mismo Jefe de Gabinete o alguna oficina especial la encargada de hacer semejante compilación. No cabe duda que el presente documento contrasta con otros provenientes del mundo estatal y organismos internacionales –OEA, PNUD, ONU, etcétera- que siempre informan sobre la autoría material –apellidos y nombres, junto a una breve biografía institucional y personal-. Por si fuera poco, el relato construido desde generalización del tono “muchos casos”, “a veces”, “en ocasiones”. Por momentos el lector cree haber leído esos párrafos en la prensa que durante años ejerció una fuerte oposición a los gobiernos kirchneristas.
Acerca del contenido llama la atención la insistente perspectiva economicista. De hecho, los tres primeros capítulos están casi calcados. Dos de estos, que, si bien la academia puede señalar la conveniencia de su separación, hablan de lo mismo. Los títulos “Política Económica” y “Desarrollo Económico” ocupan un lugar central. De allí que haya definiciones obtenidas de recetario neoliberal respecto a políticas laborales. Dice un párrafo del capítulo “Trabajo y Seguridad Social”: “En Argentina, la negociación colectiva es centralizada a su máximo nivel y su aplicación es coercitiva para todos los empleadores”.
Llama la atención la ausencia, siquiera como sección, del tema de Derechos Humanos. Solo son mencionados los edificios porteños que albergan las oficinas de esa secretaría de Estado. Según el documento se “encontraban en estado crítico respecto a su deterioro edilicio y de seguridad e higiene”. Nada se dice sobre las políticas del área, apenas un párrafo confuso sobre litigiosidad en la legislación de las políticas reparatorias sobre violaciones de DDHH durante las pasadas dictaduras. La ausencia se extiendo al tema de los derechos, sobre todo los avances en políticas de igualdad. Sin duda todo está teñido de pura lógica economicista, aún en aquellos capítulos que suponen informar algo más que inversiones y gastos, por ejemplo, los dedicados a la cultura y educación.
Finalmente, además del rampante economicismo, el texto nos regresa al lenguaje anti político y anti estatista del tiempo del “qué se vayan todos”. Por ejemplo, cuando nos señala que durante los gobiernos kirchneristas se habían borrado “la diferencia entre lo político y lo público, entre el partido de gobierno y el Estado” y que todo estuvo“sobrepolitizado” o“al servicio de los políticos”.
Sin duda un documento escaso.
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