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Columnistas
10/06/2017

Inés

Inés | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Inés Manzano y Gerardo Burton. En el ciclo Interiores de 2011.

La mujer estuvo al frente de Interiores, pensado como un ciclo en el que se invitara a un poeta de las provincias a leer en la Capital Federal: no más poetas de grandes ciudades solamente. Hace poco más de un año, en el último encuentro del ciclo Literatura Viva, ella recitó de memoria un poema dedicado a Carlos Fuentealba.

Gerardo Burton

[email protected]

Hace calor en las barrancas de Rosario sobre el Paraná, apenas iniciada la primavera de este año 2004. El Festival de Poesía terminó hace unas horas: lo único que falta es la cena de clausura. Inés y Silvia caminan hacia el restorán sin ninguna esperanza en entrar: ellas vinieron por las suyas, sin invitación, sólo porque querían asistir a las lecturas y, eventualmente, participar de algún recital. En Inés, sin embargo, hay un interés especial: quiere hacer contactos para su ciclo Interiores -poetas del país-, que organiza lecturas de poetas de provincias desde hace tres años junto con Cayetano Guzmán en IMPA (Industrias Metalúrgicas y Plásticas Argentina), una fábrica recuperada o en bibliotecas populares.

Las dos pagaron pasajes, estadía, comidas. Pero ahora no saben cómo hacer para entrar a la cena de cierre: quieren ir, pero ya no tienen un peso. Y se ríen en la calle, están casi a los gritos diciendo que con la poesía basta. Que pronto conseguirán algo. Alguien se acerca y les pregunta qué pasa; ellas explican y este alguien dice esperen, vamos a ver. Tras hablar con el turco Jorge Isaías, que le hace una mirada cómplice a Hugo Diz, las dos quedan habilitadas.

Los tres -ellas dos y el intermediario- ven una mesa semivacía, ocupan los tres asientos libres y quedan frente al poeta y narrador tucumano Juan José Hernández. Hernández se ríe mientras toma un whisky: su traje es blanco, como la camisa, las medias y los zapatos. Una corbata de lazo, negra, corta tanta blancura y el poeta sonríe con el mismo gesto de Truman Capote. Un Capote del Ecuador al sur.

Hernández capta la atención de todos: habla de su abuela y sus tías de Tucumán, refiere esa infancia en el trópico, encerrado a la hora de la siesta entre el aroma de naranjas y la fragancia del alcanfor de los roperos. Describe el aljibe en el patio interior de la casa paterna: uno casi puede oler los azahares, los jazmines, paladear el agua fresca. En verdad, es el jardín de la República, ríen todos.

 

Padrecito

miranos

 

no tenemos manera

de trepar a los árboles

de arrancar

leche dulce a la higuera

 

los palotes

apalean la carne

no nos salen las cuentas

sin los dedos

 

no podemos

atajar la pelota ni las penas

sostener el manubrio   las palabras

 

hasta el puente

de Martín Pescador

se nos cae de la infancia

 

borramos la desdicha

con los codos

 

¿Cómo hacemos la ronda?

 

Cómo haremos

con tus manos ahogadas en el río de tinta derramada

 

Tus muñones golpean gravemente los sueños

 

Ay Padrecito   al menos

no dejes de mirarnos

 

no nos dejes

 

(todos los poemas pertenecen al libro “Si es puñal que me mate”, que publicó Inés Manzano, Rosario, Papeles del Boulevard, 2011)

 

Tras la muerte de Cayetano Guzmán en 2014, Inés quedará al frente del ciclo. Cayetano, que ha nacido en Buga -Valle de Cauca- Colombia, en 1957 vivirá en la Argentina desde 1979.

Cuando los dos piensan Interiores, rompen el cerrojo municipal que encadena a la poesía -y a la literatura- en el país. No más poetas de grandes ciudades exclusivamente, no más cánones ni prestigios establecidos, sea por academias, sea por círculos, sea por medios de comunicación o editoriales -nacionales o extranjeras-.

La idea es organizar una lectura una vez al mes: con esfuerzo y sin apoyos, costean los gastos de viaje, estadía y difusión de la lectura. Los y las poetas pasan cuatro días en Buenos Aires entre colegas, y un pequeño folleto se distribuye entre los asistentes a la lectura, que se hace al principio en la fábrica recuperada IMPA y luego en bibliotecas populares. La biblioteca José Ingenieros, histórica del anarquismo porteño y argentino, será la sede final.

La poeta Irene Gruss dirá en su blog “El mundo incompleto”: “Inés Manzano tuvo la idea única de hacer un ciclo de lecturas en el que se invitara a un poeta de las provincias a leer en Capital. Ese ciclo se llamó Interiores. Muy pocos la ayudaron. Inés invitaba, conseguía hospedaje, pagaba los viáticos y la comida. Imprimía una plaquette con material del poeta o de la poeta en cuestión, que repartía durante la lectura, y un póster ilustrado por buenísimos plásticos. Las sedes de dicho encuentro eran mínimas bibliotecas o el IMPA. Cero difusión de prensa. A pulmón, cada cosa, cada detalle, como el acompañar a cada unx de ellxs a Retiro hasta la hora de su partida”.

Cuando la reunión de su ciclo coincida con algún festival o encuentro como el de Rosario, Inés invitará a poetas extranjeros cuando pasen por Buenos Aires. Entonces, Interiores también será exteriores. Esa laboriosa construcción de una red de poetas y su puesta en marcha le servirá para ser el plato principal de otros festivales, organizados por fundaciones e instituciones de prestigio, donde ella mantendrá su segundo plano sin ninguna estridencia. Cuando Inés cuenta qué hace -además es maestra, bibliotecaria y coordina un taller de escritura sin cobrar a los asistentes un peso más que el sueldo que percibe- alguien le pregunta por sus poemas. Y, sí, dice como disculpándose, algo escribo. Pero no publico nada, tengo mucho trabajo. Lo mío no importa, concluye, y vuelve a hablar de Interiores.

Varios años después, casi siete piensa el interlocutor de Rosario, en el café El gato negro de avenida Corrientes, en Buenos Aires, ante dos cafés y el aroma de la pimienta negra, Inés dirá que terminó un poemario. “Si es puñal que me mate”, dice que se llama, mientras afuera cae una garúa incómoda. Y le pasa los poemas, impresos en hojas A4. Es maravilloso, piensa el otro cuando lo lee, en el viaje de vuelta a Neuquén; esta mina es de otro mundo, sigue pensando, y en un mensaje por correo electrónico le enviará un comentario que dice, en uno de sus párrafos “Los de Inés Manzano son poemas compuestos desde el desamparo, la exclusión, la marginación. Son la mirada del Otro, que observa desde una situación de indefensión estructural y estructurada, desde una palabra escamoteada y desde imágenes distorsionadas por exageración (hiperbolización) o por casi omisión (diminutivos). Las preguntas, los interrogantes suponen un monólogo que instala justamente esas preguntas en la interpelación ética (¿la justicia, la equidad, la solidaridad?). ¿Dónde está ese universo que se suponía común, que era “lo dado”? En realidad, es lo robado, lo saqueado: tanto el universo de la infancia como el de la familia, como el del amor.

El 9 de abril, de 2016, ocho días antes de morir y en el último encuentro del ciclo de poesía Literatura viva, Inés va a leer el poema dedicado a Carlos Fuentealba. Ella se coloca en la voz de Sandra Rodríguez, la viuda del maestro. Lo recita de memoria, como siempre habrá hecho desde el momento -demasiado tarde, para algunos- que decide hacer públicos sus poemas. Suave, como el susurro del viento y contundente como el murmullo del río o el oleaje del océano, Inés dice estos últimos versos, como resistiendo a ese gobierno que apenas asoma sus garras pero que ya la habrá dejado sin empleo, sin posibilidad de jubilación, sin cobertura social. La pelea contra el gobierno de la CABA será inútil, y ella sentirá la derrota.

 

Está de nuevo en la lectura última, mira a quienes la rodean sin comprender por qué pasó lo que pasó con el pueblo de su país. El 17 de abril, muchos poetas se reunirán para despedirla en el barrio de Chacarita. Otros tantos habrán de recordarla en el país.

 

A Carlos Fuentealba

 

Arrodillada

sobre agujero cruel

que se me traga

las voces de las hijas

las preguntas

que a sus trenzas atábamos

cuando todo era niebla

 

Aferrada

a la rama más débil

a su voz que me deja

al tapiz de esa música

que cunde bajo tierra

y fulgura

y me vence

 

Reposo

en la brizna sagrada de sus sueños

en mi abrazo celeste que rodea

su cabeza estallada

en lo que pierdo

 

Yo guardaba

las cosas que decía

la hilera de sus pasos

su caricia de avena

entre los utensilios

por las dudas

 

Respiraba

del ritmo de su pecho

Alguna vez

tirados en el pasto tuvimos todo el tiempo

 

Ahora sólo tengo

la argamasa que cede a sus latidos

tres temblores gemelos

y una camisa hueca

que humedezco de lágrimas

en un confín del mundo

enmudecido

 

Déjenme recostada en su costado

besarle los fragmentos

No hay ternura como ésta

que resista

los embates brutales de tal pena

 

Desangelada muerte

que se lleva a mi Carlos

Quiero oír el silencio

Más allá

del rumor de su sangre que me hiere

no queda más que viento

a Carlos Fuentealba

y a la mujer que lo amaba

 

29/07/2016

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