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El esfuerzo por mejorar mi pronunciación del portugués no alcanza. El taxista mira el espejo y no oculta su curiosidad. “Sí, argentino”, confieso al fin. El tipo sonríe como anticipando la provocación. "Bueno, salvo en el fútbol, allá están mucho mejor que acá; la estamos pasando muy mal".
Prefiero no arrugar, aceptar el convite. Casi con inocencia pregunto: "¿De dónde sacó esa idea?”. "Es que soy una persona informada –declara- lo primero que hago, muy temprano a la mañana, es leer los diarios. Además, me paso todo el día acá sentado y escucho las noticias...".
Prefiero ir hacia la rivalidad deportiva, tal vez para pensar un poco más mi réplica. Evoco el Mundial de 1990 y agrego con ironía: “yo vivía en San Pablo y un periodista amigo me invitó a ver el clásico sudamericano rodeado por una docena de brasileños”.
Después no pude evitar describir con lujo de detalle –una provocación excesiva- aquella maniobra de Maradona habilitando a Caniggia y la definición ante Taffarel. Para que el tachero no me baje del auto, pasé enseguida a las lágrimas del Diego (y a las mías) por la derrota (con penal inventado) en el estadio Olímpico de Roma ante Alemania.
Como una cosa lleva a otra, le recuerdo al taxista que en aquellos días Brasil era presidido por Fernando Collor de Mello y la Argentina por Carlos Menem, algo así como decir que el Brasil de hoy es encabezado por Temer y nuestro país por Macri. Todos estábamos mal, pero nos consolábamos pensando que el otro estaba peor.
Ya próximo a bajar, le dije: Y no se olvide de Maradona. Antes que me insulte –vi en su cara que pensó que lo estaba cargando- lo atajo. El otro día le preguntaron sobre las elecciones en Ecuador (la segunda vuelta es el 2 de abril). ¿Y sabe qué dijo? Llamó a votar al candidato de Correa (Lenin Moreno) para no seguir los pasos de Argentina y Brasil, “porque a nosotros nos quieren quitar la tierra, nos quieren clavar la bandera de Estados Unidos y no lo podemos permitir".
Los mismos de siempre
Cuando llegué al Plenario del Partido de los Trabajadores (PT), al que fui invitado junto a otros colegas de la región, decidí que tomaría por cierto lo que me dijo el taxista para poner a prueba su perspectiva (y la mía, que la desmentía). A saber, que a Brasil le estaba yendo mucho peor que a nuestro país.
No tardé en darme cuenta que lo que diferencia a una realidad de la otra no era relevante, que lo importante estaba en que compartíamos una misma matriz, un proceso político, económico y cultural que viene a restaurar la hegemonía neoliberal.
Así, los periodistas Fernando Morais y Mino Carta hablaron sobre "las causalidades y complicidades entre las coberturas mediáticas, los órganos de prensa, los miembros del Poder Judicial y los políticos brasileños para impulsar lo que aparece como la mayor causa de corrupción en la historia de Brasil: Lava Jato (lavado a presión)”.
Esa alianza para abordar las denuncias de sobornos ligados fundamentalmente a la empresa Petrobras se da, según Morais y Carta, en consonancia con estrategias del departamento de Estado norteamericano, artífice del golpe parlamentario contra la presidenta Dilma Rousseff.
Morais manifestó que el Brasil actual le recuerda los tiempos más decadentes de la dictadura militar (1964-1987). "Lo que se ataca es el derecho de la sociedad a informarse de la forma más plural posible", señaló, para concluir que “los medios de comunicación Inciden sobre el debate público para que muchos trabajadores y pobres reproduzcan el discurso que necesitan los ricos”.
Carta agregó que "lo que la Justicia persigue hace años es condenar y encarcelar a Lula" para impedir que vuelva a la presidencia y así consolidar la actual etapa de destrucción del Estado y de empoderamiento de las élites.
Lula: daré pelea hasta el fin
Participaron del plenario los principales dirigentes de los 26 estados y del distrito federal. En total, alrededor de 200 delegados del PT que se enfocaron en la utilización de “la corrupción para deslegitimar” a su fuerza política y principales referentes, en una pelea desigual con el poder económico, los medios concentrados y los tres poderes del Estado.
El cierre estuvo a cargo del ex presidente Luis Inacio Lula Da Silva, quien con voz apenas audible y no exenta de angustia recordó que “fuimos creados para cambiar la historia de este país y para hacer las cosas como corresponde. Quien comete un error debe pagar por él. Tenemos pleno respeto por las instituciones”.
En ese punto se preguntó “si acaso Dallagnol (procurador de la República y jefe del equipo que investiga la corrupción en Petrobras), que sugiere que el PT fue creado para ser una organización criminal, si semejante imbécil ¿conoce la política?”. Y enfatizó: “él no tiene idea cómo se monta un gobierno y ha hecho un tremendo daño al Brasil”.
Además, Lula desafió a los procuradores a que digan y prueben qué delitos cometió. “Estoy a la expectativa para saber cuál es el crimen que me será imputado. Yo daré pelea hasta el fin. No tengo hecho ningún negociado. Ellos van a tener que probar lo que dicen y denuncian”, advirtió.
Aunque no hubo una definición explícita, la candidatura de Lula para las próximas presidenciales parece ser un hecho.
Más ajuste, menos derechos
Al igual que ocurre en la Argentina, la corrupción (real o inventada) sirve para avanzar en las políticas de ajuste y echar por tierra los avances que en materia de derechos se produjeron en los últimos años.
El presidente Michel Temer anunció el envío de un proyecto al Parlamento con modificaciones traumáticas en la previsión social.
Bajo la excusa de “obedecer a la autonomía de los estados”, trasladó la problemática de los trabajadores estaduales y municipales a esas órbitas, excluyéndolos de la incumbencia federal.
Además, propuso llevar a los trabajadores de ambos sexos a un mínimo de 65 años para la jubilación y la necesidad de comprobar 49 años de aportes para percibir de manera completa el beneficio. Sólo exceptúa de esta decisión a las fuerzas armadas, los bomberos y la policía militar.
Las seis mayores centrales sindicales de Brasil (CUT, UGT, Forza Sindical, CSB, CTB y Nueva Central), afirmaron que “el proyecto del gobierno se quiere imponer con terrorismo publicitario y extorsión sobre el Congreso” y que “significará el fin de las jubilaciones y los derechos de los trabajadores”.
Tercerización
Con 231 votos a favor y 188 en contra, la Cámara de Diputados aprobó el proyecto de ley que permite la subcontratación en todas las actividades de las empresas, iniciativa fuertemente rechazada por los sindicatos, que consideran que “avasalla los derechos laborales”.
Los trabajadores tercerizados ganan cerca de 24% menos que los empleados de la misma empresa o institución pública, con las mismas funciones, aunque contratados por una empresa que presta servicios.
La expansión de la tercerización significa la posibilidad inmediata de reducción salarial de los trabajadores en todo Brasil, ya que las empresas podrán sustituir la totalidad de sus trabajadores directos por mano de obra tercerizada.
Además, podrán rebajar salarios en un 30% y no tendrán que pagar beneficios, como vacaciones, prima extra por Navidad o por cesantía.
“Este proyecto suprime derechos históricos conquistados por los trabajadores brasileños desde el gobierno de Getulio Vargas y sepulta la legislación consolidada por las leyes del trabajo”, graficó la ex presidenta Dilma Rousseff.
Temer en problemas
Incremento del endeudamiento externo, elevados índices de pobreza e indigencia, desempleo en franco ascenso y cierre de locales comerciales y fábricas. Todo, en un contexto de creciente malhumor social. El Brasil de Temer, se parece demasiado a la Argentina de Macri.
“El proyecto del gobierno no se sustenta por dos motivos: por su propia naturaleza de origen golpista y porque Temer no logra mantenerse en pie ni siquiera desde el punto de vista neoliberal”, razona el historiador y docente universitario Gilberto Maringoni.
“Soy moderadamente optimista con las espectaculares manifestaciones que ha habido contra las reformas al sistema previsional y el apoyo al paro del transporte el pasado 15 de marzo”, completó el académico, quien alerta sobre un sindicalismo que no consolida unidad de acción y que atraviesa un período de titubeos.
Para Maringoni, la creciente conflictividad social obligará al movimiento obrero a tomar decisiones “más confrontativas”. En ese marco no descarta para las próximas semanas una huelga general. Cualquier parecido con lo que ocurre en nuestro país no es mera coincidencia.
De ricos y pobres
Por fin, llegamos al destino y comprobé que el motorista (así le dicen a los choferes en Brasil) se había quedado pensando: "mire yo sé que estos que gobiernan ahora son ricos y por lo tanto ladrones, porque en nuestros países no se llega a rico de otra manera. Si no robó él lo hizo su padre o su abuelo y siempre con ayuda de los gobiernos que eran sus socios”.
Su discurso continuó: “yo soy pernambucano igual que Lula y también tengo 70 años y a él no puedo perdonarle que se haya enriquecido ¿vio?". "Pero no hay una sola prueba de lo que usted dice, ni una sola", le contesto con énfasis, quizás todavía sensible por ver a Lula golpeado, por la calumnia y por la muerte de su mujer.
El silencio se hace largo por primera vez. Le pago y aguardo el vuelto. "¿Usted pretende que a esta edad cambie mis costumbres y deje de creer en los diarios y canales de televisión que me acompañan desde que tengo uso de razón?”, pregunta el taxista.
Pero ahora es él quien se anticipa y no deja lugar a mi alegato. "Estoy enojado con Lula sí, pero él cambió este país y lo necesitamos de vuelta pronto, antes que no quede nada".
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