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Columnistas
23/11/2016

El balotaje y un gobierno de minorías

El balotaje y un gobierno de minorías | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El autor desliza una serie de dudas sobre la eficacia de la segunda vuelta. Recuerda que el largo ciclo electoral de 2015 dejó a la vista algo más que ilusiones: hubo un ganador que se impuso en dos rondas y perdió en la tercera y definitiva a manos del Pro.

Gabriel Rafart *

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Transcurrió un año de la elección nacional que catapultó a Mauricio Macri a la presidencia del país. En el balance anual hay mucho de un Macri gobernante para las minorías a la que pertenece. También de aquel que quiere dejar una huella impulsando una mal formulada reforma política, que parece reducirse sólo a la nacionalización del sistema porteño de boleta única y urna electrónica. A pesar de esa novedad hay una serie de institutos que nadie quiere abordar, entre ellos el sistema de segunda ronda electoral. Un balotaje que hizo su debut en el 2016 luego de dos décadas de ser letra muerta en la Constitución Nacional pactada entre radicales y peronistas en el año 1994. Antes había sido impuesto por la mano militar de Lanusse para las contiendas electorales que alumbraron el entusiasta y luego dramático período democrático de 1973-76. Recuérdese que la intrusión del sistema de balotaje se pensó para bloquear el acceso del peronismo al poder.

Es cierto que la naturaleza nada inocente de ese instituto adaptado a las lides electorales locales proviene de la Francia del Bonaparte menos famoso y también emperador de la segunda mitad del siglo XIX. Se recordará que ese instituto fue diseñado para alejar del poder a las variantes más extremas de la política apuntando a que el ganador sea siempre un moderado, preferentemente de derecha. También es sabido que los actores políticos dominantes en la Argentina de los ’80 jamás imaginaron que el instrumento podría ser ventajoso para alguien distinto a ellos.  Es que tanto el relato descriptivo como prescriptivo del momento reafirmaba la idea de que el balotaje debía ser un buen recurso para incitar la reunión de todo lo disperso en dos grandes bloques conducidos sea por un peronista o radical en condiciones de competir en el primer turno electoral y que después de lograr una buena cosecha de votos hacerlos valer en el siguiente turno. En definitiva el balotaje era el instituto de la “moderación” para la política argentina. El mejor de los incentivos que asegurara la continuidad de un régimen bipartidista y para el momento de las políticas del neoliberalismo.

Hasta el 22 de octubre de 2015 la historia dejo fuera de juego la segunda ronda electoral. Ninguna de las renovaciones presidenciales recurrió a ese instituto. Fue la fortaleza electoral de Carlos Menem en 1995 la que aseguro su reelección en primera vuelta. Se impuso sobre la segunda fórmula más votada de José Bordón-Carlos Alvarez, dejando tercero al radicalismo. De hecho, las pretensiones de los pactistas del ‘94 estuvieron en el camino de fallar. Para la elección de 1995 el bipartidismo ya estaba haciendo agua. Igual ocurrió a partir de las debilidades del candidato del PJ Eduardo Duhalde y el consecuente empuje de la Alianza comandada por el binomio Fernando De la Rúa-Carlos Álvarez en 1999. La deserción de Menem en abril de 2003 impidió su seguro estreno. Le siguió una suerte de sucesión matrimonial en 2007 y la reelección de Cristina Fernández en 2011. Todo fue distinto en 2015, porque allí ya no hubo dos turnos sino tres, con las PASO como primer capítulo. Ocurrió lo mismo cuatro años antes, aunque no fue necesario esa tercera ronda por la imponente cosecha de votos de la formula Fernández-Boudou. Si el balotaje hubiese asomado para la ocasión el bipartidismo ya estaba hecho añicos.

Ciertamente la segunda ronda se convirtió en tercer y definitivo momento. La presencia de un segundo momento después de las PASO actuó como un recurso para dividir los resultados permitiendo que los electores pensaran de manera provisora en dos triunfadores y no en uno solo. El balotaje como tercer turno echaría por tierra esa ilusión, dejando a la vista un solo ganador. El largo ciclo electoral de 2015 dejo a la vista algo más que ilusiones: hubo un ganador que se impuso en dos rondas y perdió en la tercera y definitiva a manos del Pro.

Como corolario de esta breve historia debemos señalar el pesimismo de la literatura contemporánea sobre la eficacia de este instituto. Es el politólogo Aníbal Pérez Liñán que encabeza esas críticas planteando que el sistema resulta muchas veces innecesario cuando el candidato más votado en la primera vuelta recibe suficientes votos para garantizar su legitimidad, y peligroso cuando el presidente electo en la segunda vuelta no obtiene suficiente respaldo para gobernar. Nosotros debemos agregar que el caso argentino muestra mayor complejidad, porque se puede ser ganador en las PASO y en la primera ronda que oficia de segunda y perdedor en la tercera instancia. Por ello el autor destaca el caso extremo de este problema que se produce cuando se revierte el resultado de la primera vuelta y el candidato inicialmente perdedor obtiene la presidencia deviniendo en general en crisis de gobernabilidad. Una crisis que es más propicia cuando se niega la palabra comprometida y se actúa como gobierno de minorías. Es el caso del macrismo gobernante. 



(*) Historiador, autor del Libro “El MPN y los otros”
29/07/2016

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