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La enorme capacidad de daño de la ultraderecha gobernante se ve favorecida por la inopia que exhibe la oposición a la hora de poner diques a la política de destrucción que el régimen lleva adelante.
Con una fuerza parlamentaria propia absolutamente precaria, en cantidad, experiencia y talento, el gobierno ha obrado prodigios. Pero eso no hubiera sido posible sin la anuencia, genuflexión y absoluta falta de escrúpulos de legisladores no oficialistas aunque extremadamente complacientes con el Poder ejecutivo.

Edgardo Kueider y Camau Espínola, exponentes del transfuguismo político.
El caso del exsenador Edgardo Kueider es quizás el más representativo por haber sido encontrado con “las manos en la masa”, pero de ninguna manera es el único.
Carlos Mauricio Espínola, mejor conocido como Camau Espínola, es un exregatista que -como Kueider- llegó al Congreso de la Nación mediante votos peronistas. Sin embargo, en junio de 2024 votó a favor de la Ley de Bases, pese a que en principio la había votado en contra. Como se puede advertir, un hombre de principios fluidos.
Según el criterio de muchos constitucionalistas aquella mega-norma en realidad tuvo el alcance de una modificación encubierta de nuestra Carta Magna y otorgó a la Casa Rosada una suma desmedida de poderes especiales.
Inmediatamente después de perpetrar su voto, Espínola constituyó el interbloque de derecha Provincias Unidas, que lo eligió como su presidente. Entre otras prestaciones, ese sector, en el que también participaba Kueider, apoyó las candidaturas a la Corte Suprema de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla, quienes ya habían sido nombrados por decreto por Javier Milei y que acabarían siendo rechazados por el Senado de la Nación.
Otro hombre devenido a la política desde el deporte náutico es Daniel Scioli, quien no solo ocupó cargos de enorme importancia en administraciones peronistas, sino que hasta llegó a ser su candidato presidencial en 2015. Pues bien, en una voltereta acrobática hoy milita efusivamente para el bando libertario.

Algunos seres se arrastran por necesidad; otros por decisión propia.
Entre conversos y “amigables” también hay que hacer lugar a los gobernadores que rifan convicciones y traicionan a los votantes de sus provincias por migajas que, muchas veces, ni siquiera llegan. Tanta declamación encendida en favor de “permitirle gobernar” mezclan voluntad de servicio con ingenuidad inexcusable o, peor aún, con vocación de alfombra. Y ya se sabe que los tapices propician los hábitos de los sujetos arrastrados.
Estos camisetazos políticos no ocurren con exclusividad en el territorio del viejo Partido Justicialista. Los restos de lo que en vida fuera el PRO (Propuesta Republicana) asisten con muy poca capacidad de reacción al trasvasamiento constante de sus figuras que, agotada la experiencia derechista, prefieren sumergirse ahora en las profundidades turbias de la ultraderecha. Esos saltos olímpicos los inauguró la propia excandidata presidencial y presidenta de la agrupación, Patricia Bullrich, minutos después de las elecciones de 2023. Su compañero de fórmula, Luis Petri, se cuadró obedientemente y la acompañó en la mudanza. El “esfuerzo” de ambos fue convenientemente recompensado con sendos ministerios nacionales, un bien escaso en un régimen que redujo drásticamente el número de carteras en su gabinete.
Ese proceso migratorio imparable involucra también a intendentes con apetitos superiores, como Diego Valenzuela o Guillermo Montenegro, jefes comunales de Tres de Febrero y General Pueyrredón respectivamente, que hoy visten trapos violetas. Ínclitos discípulos de Mauricio Macri, como los legisladores Diego Santilli y Cristian Ritondo, fogonean incansablemente estos comportamientos, mientras el expresidente, como novia desairada, ve que sus discípulos en fuga obtienen ventajas (o promesas) que a él nunca le cumplieron.
Y la promiscuidad alcanza cotas escandalosas cuando se analiza a una buena parte de la dirigencia de lo que alguna vez fue la Unión Cívica Radical y que sin transición alguna buscan pasar de ser furgón de cola del macrismo a alcahuetas del mileísmo. Cuesta asociar a estas cúpulas actuales con las conducciones de otras épocas en las que, por lo menos, se proclamaba aquello que "que se rompa pero que no se doble".

Una foto de la revista Leoplan del 17/07/63 que recogía la consigna ética de preservar los principios frente al oportunismo y la hipocresía.
Cuando alguien comenta admirativamente la decisión mexicana de someter a escrutinio popular las magistraturas judiciales, a uno le corre un frío glacial por la espalda. ¿Qué garantías tenemos de que aquí los jueces electos no copien las conductas saltimbanquis que campean en los otros poderes del Estado? Con un Poder Judicial tan desprestigiado como el nuestro, cualquier prevención siempre será poca.
Ahora bien, dicho todo lo antecedente acerca de las conductas repudiables de estas sabandijas (el diccionario de la lengua española, en su segunda acepción, define con esa expresión coloquial a cualquier “persona despreciable”), queda aún por evaluar la reacción social de los damnificados. Y es allí donde entramos a un tembladeral en el que escasean las sanciones y fallutea la memoria colectiva. ¿Cómo es posible que algunos de estos réprobos que el inefable Discépolo ubicó viviendo “en la impostura y robando en su ambición” sigan cayendo siempre parados, como los gatos? ¿Es que no estamos dispuestos a aprender de nuestros errores y cerrarles definitivamente todas las puertas por las que una y otra vez continúan regresando a consumar sus fechorías?
Cercanas ya las elecciones de medio término llaman poderosamente la atención tanto los altos niveles de aceptación que recoge una administración tan bizarra como la que encabezan los hermanos Milei como la ausencia de condena social explícita y contundente al conjunto de dirigentes amancebados que le toleran y facilitan sus tropelías.
Ya hemos expresado aquí (Véase
del 30/03/2025 “Una siesta improcedente y lesiva”) a necesidad de concebir “un programa integral de gobierno, que aglutine voluntades patrióticas, que sea reparador de los desmanes actuales y que -al mismo tiempo- construya bases robustas para un desarrollo industrial sostenido, desarticule la trama de intereses económicos, políticos, mediáticos y gremiales que protege al negocio de exportación de productos primarios, recupere la calidad de nuestros castigados sistemas de salud y educación públicos y genere protecciones ante el ataque despiadado que el sistema mediático hegemónico desatará en defensa de sus intereses y privilegios”. Pero en esa misma ocasión reclamábamos una actitud de resistencia firme ante la política de coloniaje implementada por Milei y su séquito fantasmagórico. Eso no está ocurriendo.
Hasta el momento la sociedad no ha emitido señales claras de que está dispuesta a darse modos de sancionar contundentemente la deslealtad de los funcionarios para con sus electores y castigar con toda la fuerza de la ley y el juicio histórico a esas dirigencias concupiscentes tan permeables a la compra de sus voluntades. Y así nos va.
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