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Milei debe ser el presidente argentino que mayor cantidad de apelativos degradantes ha cosechado en toda la historia en la menor cantidad de tiempo de ejercicio de un mandato presidencial. Quizás en la época de Rosas o en la de Perón, ambos, tuvieron también múltiples apelativos, pero por esos tiempos no existía tanta prodigalidad de medios que se hicieran eco de insultos o juicios despectivos. Es más, cuando ocurrían daban lugar a un grave acontecimiento político. Ahora los insultos solo consultan una naturalidad francamente llamativa.
Milei ha sido calificado como un desquiciado, que padece una psicosis, un corrupto que comandó la estafa de la criptomoneda, un dirigente cruel que goza haciendo el mal, un ignorante y un creído que cree que va a recibir el Nobel de Economía. En este último sentido seguramente esperará que el Premio sea manejado por anarcocapitalistas.
Evidentemente existe una gran parte de la sociedad que no soporta su gestión ni sus alocuciones pletóricas de violencia verbal.
Todo ha servido para que se profundice la grieta que, ya es tradicional, presenta la sociedad argentina, aunque ya no se aluda a ella con la misma frecuencia que cuando gobernaba Macri. De cualquier modo esa grieta fomentó y aún fomenta una ruptura grave de los lazos sociales que es obligación de la política vincular, básicamente para lograr vivir una sociedad más o menos sana.
Quiere decir que convivir con la violencia no es gratis porque produce daños irreparables.
El clima social que se ha creado alrededor de este presidente termina así siendo francamente insalubre, sin olvidar que el inexistente programa económico cuya desordenada aplicación nos conduce a la pobreza generalizada, a la inestabilidad laboral y al sobreendeudamiento y dependencia del país, comprometiendo la soberanía nacional por la enajenación de los recursos naturales y la intromisión de potencias extranjeras en nuestras decisiones más trascendentes.
Hasta las familias se endeudan para adquirir los alimentos y los niños no reciben el aporte alimentario mínimo e indispensable para su crecimiento y desarrollo. Esto es imperdonable porque los alimentos estaban y la decisión fue no distribuirlos por temor de que sirvieran para promoción del kirchnerismo.
Frente a semejante cuadro, cabe preguntarse: ¿qué o quiénes sostienen a este gobierno? En primer lugar los intereses creados de algunas de las más grandes corporaciones que nunca pierden, y una voluntad antipopular y anti peronista que remueve los espíritus más recalcitrantes del gorilismo. que con renovada furia han vuelto a invadir muchas cabezas y no precisamente las más pensantes sino las más resentidas.
El país, queda dicho, se debate en una fragmentación donde parece que el “sálvese quien pueda” es la consigna más válida para huir del espanto. igual que, imaginamos, en un naufragio o en una catástrofe natural.
No obstante la difícil situación de cualquier gestión que se proponga cambios a favor de las mayorías, existe la esperanza de que las próximas elecciones los candidatos partidarios del gobierno, que casi nadie conoce, pierdan. La polarización resultante permitirá que una fuerza popular y democrática irrumpa en el escenario político, poniendo freno a tanto desquicio de gestión, y que el pueblo argentino deje de ser víctima del desprecio y de la nula empatía que le profesan las fuerzas que hoy gobiernan nuestro país.
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