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En Neuquén, el peronismo construirá un frente para frenar a Milei, dijo un connotado dirigente peronista. Pero el subtexto, allí, dice otra cosa: a saber, en Neuquén, el peronismo construirá un frente para disputar poder a Figueroa. La pregunta, briosa y obstinada, surge sola: si de enfrentar a Milei se trata ¿lo correcto es dividir el voto opositor con el riesgo de que gane Milei, o hacer un frente con Figueroa para infligirle una derrota de dimensión nacional a Milei? Un rejunte del figueroísmo con el PJ sería eso, un rejunte, pero sería coyuntural, no estratégico, y como el programa de tal frente no se propondría ninguna utopía constructora de nuevas catedrales, sino, apenas y nada menos que la formulación de un modelo de gestión que resista la destrucción antifederal que nutre la ideología del gobierno nacional y defienda en los hechos los logros "bienestaristas" conseguidos por Neuquén a lo largo de los últimos sesenta años de su historia política y social, no debería haber obstáculos para la construcción de un consenso como el aquí propuesto.
Deberá notarse que la disyuntiva no atañe sólo a Neuquén, sino que tiene genealogía vieja y propia en la historia de las luchas políticas y sociales de los pueblos del mundo, lo cual trasciende enteramente a nuestra provincia, que parece una isla sólo cuando se vive en ella pero que, mirada de lejos, siempre es encrucijada de fuerzas y punto de ebullición conde se cuecen guisados que, de un modo u otro, se hallan implícitos en la materialidad del proceso histórico nacional e, incluso, en el “zeitgeist” de los tiempos globales, eso es, en el espíritu de época.
Que al fascismo no se lo discute, sino que se lo debe eliminar como opción política, era una especie de consigna que recorría Europa en los albores del nazismo. La nota identitaria propia del fascismo (por lo menos la que aparece en su superficie), es el uso de la violencia integral (física y moral) para la eliminación de sus opositores políticos. Si lo habrá sabido Filipo Turatti, quien tuvo que sufrir las hordas de Mussolini cuando éste se había propuesto arrasar, mediante el incendio y la metralla, al Partido Socialista Italiano (PSI).
Entre nosotros, el hombre que insólitamente está a cargo de la primera magistratura de nuestro país ejerce violencia repetida y constante contra sus opositores políticos e instiga a sus partidarios a que hagan lo mismo. Las hordas de trolls a su servicio no han rebasado todavía el ámbito digital, pero simbólicamente se preparan para ello. Eso es violencia como atributo definitorio del fascismo. Este gobierno, así, es fascista, aunque todavía no haya sustituido el congreso por ningún remedo corporativo ni exhiba las formalidades gestuales y de indumentaria que constituían lo payasesco del mussolinianismo en aquella Roma de 1922.
Este gobierno argentino protesta cuando se le imputa naturaleza nazi. Y, en realidad, no es nazi; "sólo" es fascista porque es necesariamente violento, ya que sólo con la violencia puede sostenerse e imponerse una mentira dañina como esa de que el "déficit fiscal" está en la etiología de las crisis argentinas. Es dañina esa mentira pues con el pretexto de eliminar ese déficit el gobierno tiene el campo orégano para cumplir con las expectativas de quienes lo ungieron candidato: no “gastar” en solidaridades inconducentes ni altruismos “distorsivos”, y no pagar más impuestos que los ”razonables”, y que despedir trabajadores salga barato.
Se suprimen, así, instituciones y orgánicas que, si el país fuera una empresa, habría que eliminar porque irrogan gasto y desequilibrios en el balance anual. Pero un país no es una empresa sino un proyecto espiritual comunitario que, para su feliz concreción, exige criterios de gestión que no se rijan exclusivamente por la dinámica oferta-demanda. Si el "mercado" manda, en ese caso deberíase dar razón al delincuente que propuso ponerse a esperar que se muera la mitad de los jubilados para equilibrar el sistema previsional.
El gobierno no es nazi, pero el argumento que usa para desmentir esa imputación es falaz, erróneo, inconsistente y estúpido. No soy nazi porque voy a rezar al muro de los lamentos, es como decir que Zelensky tampoco lo es porque su judeidad se lo impide. Pero hay judíos -como Netanyahu- que piensan y dijeron que Hitler no persiguió a los judíos, sino que el autor de tal persecución había sido el gran muftí de Jerusalén. Entonces, ojo ahí ... porque si se puede ser judío y absolver a Hitler de sus crímenes, en cualquier momento estaremos en riesgo de que una costumbre inveterada, violenta y fascista, degenere en una de sus variantes, el nazismo.
Lo cierto, en todo caso, es que se impone una gran construcción frentista, en todos los ámbitos del país, para enfrentar la amenaza existencial que vive la Argentina como consecuencia de los designios y políticas del actual gobierno. Por eso es necesario un gran frente, porque está en riesgo la viabilidad de la Argentina como nación.
Estos temas -como decimos al principio de esta nota- no son nuevos. El punto a dilucidar es: con qué tipo de unidad se enfrenta a los que ponen en riesgo la Constitución y la soberanía nacional y que, por añadidura, hacen de la crueldad y la indiferencia por el sufrimiento ajeno, convicción personal y política pública.
Los comunistas, en el siglo XX, ya discutían la construcción frentista. Ahí el problema era otro: cómo enfrentar al naciente nazismo; y la opción fue binaria: aliados a la socialdemocracia, o solos y lejos de ésta, a la que se consideraba una variante del nazismo (¡¡¡ … !!!). Se la estigmatizaba con el mote de "socialfascismo"; algo así como si, hoy, se le imputara al gobernador Figueroa "socialmileísmo", y en esa extraviada dirección vamos si se persiste en diferenciaciones prematuras. Los resultados de aquellas políticas europeas del Comintern, fueron catastróficos, vale recordarlo. La ambición extemporánea, como el egoindividualismosiempre es un error. Pero, en épocas de riesgo existencial, es peor que un error, es un crimen.
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