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De nuevo la derecha precipita al país a una crisis que parece no tener final. Fueron los fusiladores del 55, luego Martínez de Hoz, Cavallo y ahora Caputo. Fueron y son los avezados pilotos encargados de conducirnos al desastre en todos los órdenes: social, económico, político y cultural.
Hacia lo que finalmente sería el ocaso de la Convertibilidad, la “cátedra” (lo que serían los expertos en Economía) vaticinaban su fin. La señal no era otra que se había terminado el financiamiento en que se basaba el programa. Ya no se conseguía crédito para sostenerlo y el país entraría en default.
Hoy el gobierno de Milei se enfrenta al mismo dilema. Mantener estable el valor del dólar requiere contar con reservas y aportes por exportaciones, que no se dan o se dan de manera insuficiente.
Estamos en víspera de una crisis económica, si no aparece un salvavidas dispuesto a aportar dólares sin importarle su improbable destino.
La crisis social es palpable en los numerosos signos de carencias múltiples que a diario se presentan en el seno de la realidad. Personas que duermen al sereno, niños que no reciben alimentos que completen las necesidades básicas para su crecimiento y desarrollo, incremento de la desocupación, desfinanciación de los presupuestos provinciales, ausencia de la obra pública. Todo ese cortejo de causas, y muchas más, muestra la base del iceberg donde se ahogan el Hospital Garraham, los haberes jubilatorios, el precio de los alimentos, la desindustrialización del país y el desmantelamiento de la Ciencia y Tecnología. En suma, una declinación que, de mantenerse, nos llevará a dejar de ser país.
Mientras tanto, lo político languidece en tensiones degradantes, visto el contexto de crisis que nos embarga. En primer lugar la oposición fragmentada que llega a las elecciones de medio término muy debilitada y mostrando una flaca unidad en la que pocos creen que se pueda sostener en el tiempo. Con un oficialismo cuya capacidad real se mide más por lo que destruye que por su nula vocación de construir, pero que paradójicamente, es sostenida por un electorado que también expresa abstención e indiferencia mucho más que vocación de emitir su voto. Como país, estaríamos en un stand by peligroso, lateralizadas las preferencias del gobierno por favorecer a las élites, una minoría que no proyecta en la Patria la base de su crecimiento, sino en las ventajas de un posicionamiento atento a los privilegios.
Muchos ya dicen que de este gobierno no se puede esperar nada, y rebajan de ese modo lo que se vislumbra como un renunciamiento a seguirlo con empecinamiento o resignación.
El espanto va ganando de a poco la subjetividad de grandes masas de electores que suelen descreer de la política, con lo que devuelven al trasto la esperanza de un cambio que permita apasionarse por la Argentina. Sin embargo no se debería olvidar que solo la política y la democracia tienen la aptitud de rescatar la esperanza del lugar donde fue arrumbada por la injusticia.
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