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El ataque llevado a cabo por Ucrania el 1 de junio con drones a dos aeródromos estratégicos rusos contra bombarderos allí estacionados, orgullosamente reconocido y difundido por Zelensky, pone de relieve cuestiones muy inquietantes, por calificar de manera púdica lo que es pariente de lo espeluznante. Uno de los ataques implicó un largo viaje de miles de kilómetros conduciendo en camiones adaptados para no sólo transportar los drones, sino para lanzarlos directamente abriendo un techo corredizo en los furgones. La valiente acción de un grupo de transportistas en vehículos aledaños, al percatarse de la operación, lograron bloquear el despegue de un lote de drones, haciendo explotar al vehículo intruso, a riesgo de sus vidas. Pero la demencial operación consiguió de todos modos la destrucción de cuatro a seis bombarderos, capaces de llevar cargas termonucleares, abusando de la obediencia de Rusia a las normas entre las potencias nucleares: los aviones con capacidad de lanzamiento deben estar visibles, nunca dentro de hangares. Fue, evidentemente, el resultado de una meticulosa preparación, al estilo operativo del MI6 británico o, como se sospecha, de la agencia de Langley y, a la vez, no debe descartarse, el apoyo de agentes infiltrados del SBU ucraniano en territorio ruso. Esta nueva y delirante aventura de la OTAN supera con claridad las líneas rojas que prevé la nueva doctrina nuclear de Moscú: “La agresión contra la Federación Rusa y (o) sus aliados por parte de cualquier Estado no nuclear con la participación o el apoyo de un Estado nuclear se considera como su ataque conjunto”. El corolario es que Rusia decidirá la posibilidad de responder con armas nucleares contra quien fuere responsable, nuclear o no. En cualquier caso, al parecer sin mayor conocimiento de su dormida población, los ingleses vuelven a colocarse a tiro de piedra como primer blanco termonuclear, si Putin por algún motivo se sienta suficientemente presionado por sus fuerzas armadas, que deben estar hasta el copete de las provocaciones que comenzaron en realidad hace 11 años. Por supuesto, una respuesta de este tipo activaría el artículo 5 del Atlantismo y ello “obligaría” a Washington a responder, y ahí se acabó todo: no solamente los Rolling Stones sino que Hollywood será un ave Fénix que no resurgirá de las cenizas y ni hablar que todos sus consumidores o no pasaremos a ser parte de la geología. Surge la eterna pregunta: ¿vale la pena que los EE.UU. se suiciden si Rusia se canse y actúe de manera limitada, por decir, contra alguna base de la OTAN en Escocia? ¿El otaonanismo será tan sagrado para Trump como para los histéricos antirrusos/neonazis europeos en el que convergen desde troscos franceses y verdes alemanes a laboristas ingleses, y toda la plasta de las elites europeas de Bruselas? En Washington parece manifestarse una pugna sorda entre agencias del “Deep State” y Trump, al que los primeros le impiden al segundo afirmar ninguna de sus fantasías siempre imperialistas pero aparentemente consciente de que esta guerra, que sí es suya por demás, debe ser terminada antes de que opere la MAD (la destrucción mutua asegurada, por sus siglas en inglés). Sin embargo, al paso de los días, seguiremos agradeciendo nuestra supervivencia a la infinita paciencia de Putin. El régimen de Kiev tiene los días contados.
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