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En esta columna hemos repetido muchas veces que uno de los principales problemas de la industrialización tardía, es decir, la de aquellos países que comenzaron a industrializarse cuando ya estaba afianzado mundialmente el capitalismo industrial, en el siglo XX, como la Argentina, es la dependencia para su crecimiento económico de las importaciones de maquinarias y otros insumos, mientras que la producción, por razones competitivas, se destina fundamentalmente al mercado interno, por lo que no provee recursos externos suficientes, lo que genera una fuerte dependencia de la existencia de recursos originados en otros sectores; son “los dólares”, que normalmente escasean. En la teoría económica se la conoce como “la restricción externa”
El tema fue estudiado por Prebisch y la CEPAL y también por Marcelo Diamand y por Oscar Braun, entre otros, y, con posterioridad (1979), por el inglés Anthony Thirlwall. En teoría económica se la conoce como “Ley de Thirlwall”. Una versión muy simplificada de esta ley sería la siguiente: como el crecimiento del sector industrial requiere un aumento de las importaciones (maquinarias, productos intermedios y materias primas) y como la forma legítima de pagar las importaciones es mediante las exportaciones “a largo plazo la tasa de crecimiento de la economía está limitada por la tasa de crecimiento de las exportaciones”.
Si partimos de una base productiva industrial que requiere un cierto nivel de importaciones; a partir de allí el crecimiento del sector requiere un aumento de las importaciones. Si las exportaciones no crecen a una tasa suficiente para generar las divisas necesarias para pagar esas importaciones, se produce una crisis en el sector externo: devaluación de la moneda local, aumento de precios internos y disminución de la actividad económica para acomodarse a la nueva situación.
En la Argentina ha venido ocurriendo desde 1952 y se la conoció como “stop and go”, pare y arranque. Las exportaciones, fundamentalmente productos primarios o industriales agropecuarios, crecían a una tasa muy baja; el resto de la economía crecía (aumento de producto y disminución de la desocupación) hasta que funcionaba la restricción externa y había crisis de la balanza de pagos. Se salía con devaluación, suba de precios y recesión (caída de la producción y ocupación), con lo que disminuían las importaciones generando otra vez un saldo externo favorable que permitía un nuevo crecimiento hasta la próxima crisis, consecuencia de la misma limitación.
Los países asiáticos, como Corea, Taiwan e, inclusive, la China contemporánea, evitaron la restricción externa mediante la exportación industrial, en base a precios competitivos debido a la intervención de un estado fuerte y costos productivos muy bajos, especialmente los salarios en referencia al estándar internacional. Y, lo que es muy importante, por razones políticas contaron con la posibilidad de acceso privilegiado al mercado de Estados Unidos.
En nuestro país la restricción generó crisis devaluatorias, que ocurrieron en 1952 (segundo gobierno de Perón), 1958 (Frondizi), 1962 (Guido) y 1975, con el famoso “rodrigazo”. A partir de 1976, con el triunfo del neoliberalismo, la restricción externa fue escondida y aparentemente reemplazada por otro problema, el endeudamiento externo.
Hay que recordar que para combatir la inflación se ancló el tipo de cambio mediante “la tablita” de Martínez de Hoz o la convertibilidad de Cavallo-Menem, política continuada por De la Rúa, y, años después, por Macri y por Milei. Con el dólar barato conviene importar los productos y no producirlos (además de viajar y comprar propiedades en el exterior), lo que se paga en parte con endeudamiento; los mismos vencimientos de la deuda se refinancian haciendo que la deuda crezca como una bola de nieve; así, en 1981 se produjo la crisis externa por razones financieras, con devaluación e inflación, que fue uno de los factores que determinaron el fin de la experiencia; una crisis similar pero agravada, se dio en el año 2001. En el intermedio entre estas dos crisis estuvo el gobierno de Alfonsín, agobiado por el peso de la deuda que dejó la dictadura (que fue común a toda América Latina, la llamada “década perdida” por las enormes transferencias generadas por la deuda y por su crecimiento económico nulo) y por modestos intentos de industrialización que terminaron en la crisis de 1989 y que reunía ambos factores de la limitación externa: los productivos y los financieros.
Luego vino la crisis del 2001, que fue tan profunda en la caída del ingreso y en desocupación que en el año 2002 las importaciones se redujeron al 35% de las exportaciones, estas últimas beneficiadas por un alza en los precios internacionales de los productos primarios. El saldo positivo de la balanza comercial se tradujo en un aumento de las reservas monetarias del país, lo que permitió independizarse del FMI (pagando la deuda), renegociar el resto de la deuda externa y cumplir normal y regularmente con los compromisos asumidos con esa reestructuración, con lo que de hecho se pudo dar por superado el componente financiero de la restricción externa. A partir del 2003 el producto creció a altas tasas (un promedio del 6,9% anual) acompañado de un aumento de las exportaciones del 12% anual y las importaciones del 22,5%. Esto fue achicando el superávit del comercio exterior.
En el año 2015 aparecía en el horizonte la restricción externa. Vino Macri y su entrega al capitalismo financiero: “bicicleta financiera” y endeudamiento externo. El fracaso se vio en la economía real con tasas de crecimiento negativas. Y ahora Milei que repite la historia, cuyo final será el mismo que en las tres experiencias anteriores.
Pero de esos fracasos queda algo más que la experiencia: la carga sobre el pueblo argentino de la deuda externa y del pago de sus intereses, así como la fuga de capitales, conducta habitual de las clases sociales pudientes, que deben pagarse con las exportaciones futuras, es decir, disminuyendo el recurso necesario para el crecimiento económico. La responsabilidad frente al futuro parece clara.
Recién a partir de este nivel, de las exportaciones menos los pagos de la deuda externa y de la fuga de capitales, funciona la ley de Thirlwall. El daño que se causa al futuro del país con ese endeudamiento externo irresponsable y con la “fuga” de capitales es inmenso.
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