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El tipo de cambio es el precio que tiene en moneda local una unidad de moneda extranjera.
En primer lugar, hay que dejar en claro que, si bien el estado con sus decisiones políticas tiene cierto grado de libertad para intervenir en la determinación de su valor, éste no es arbitrario, sino que, en principio, está relacionado con las productividades del trabajo entre los distintos países. Tomemos un ejemplo irreal y arbitrario de dos estados (que llamaremos Argentina y Estados Unidos) y supongamos que en cada uno de ellos la hora de trabajo equivale a un peso y a un dólar, respectivamente, y que en Estados Unidos una unidad de producto requiere una hora de trabajo (se vende a un dólar) mientras que en la Argentina dos horas (se vende a dos pesos), el tipo de cambio de equilibrio es un dólar igual a dos pesos: el mismo producto, producido en cualquiera de los dos países vale lo mismo: dos pesos o un dólar. Cabe señalar que la diferencia de tiempo de trabajo requerido obedece a diversas razones: naturales (como el clima) o económico-sociales e históricas, como la acumulación previa de capital, las tecnologías aplicadas o la (muy importante) la amplitud del mercado, por lo que debe quedar muy claro, la productividad no tiene implicancias valorativas, sino que se trata de un simple dato objetivo: es el cociente entre producción y el tiempo de trabajo necesario.
La teoría económica clásica, la que sigue a pies juntillas Milei, sostiene que el mercado libre es el encargado de buscar el equilibrio: el tipo de cambio que tienda a igualar las necesidades y fuentes genuinas de divisas (básicamente importaciones y exportaciones); en nuestro caso, con el monto de las exportaciones hay que pagar las importaciones de bienes y servicios y, además, atender el pago de intereses generados por el alto endeudamiento externo que dejó Macri y las obligaciones de pago de las deudas (amortizaciones pactadas).
En segundo lugar, se puede verificar fácilmente que un tipo de cambio bajo (un dólar barato) fomenta las importaciones (incluyendo como tal a los viajes al exterior) y dificulta las exportaciones, como ocurrió durante el período de la convertibilidad o está pasando en este momento; por el contrario, un tipo de cambio alto (dólar caro) tiene el efecto contrario: permite exportar nuevas líneas de productos, mientras encarece y, por lo tanto, limita a las importaciones. Se puede verificar también que los países que se desarrollaron después de la Segunda Guerra lo hicieron con un tipo de cambio alto, como se puede ver con el caso paradigmático de China, cuya moneda sigue subvaluada.
En tercer lugar, hay que señalar un problema adicional que se plantea cuando una economía nacional presenta distintas actividades con productividades muy diferentes. Es lo que el economista argentino Marcelo Diamand ha llamado “estructuras productivas desequilibradas”. En la Argentina se ha dado con la pampa húmeda que, por razones naturales, tiene una productividad muy grande comparada con los niveles internacionales, mientras que la industria, por haber empezado tarde y con un mercado reducido, tiene una productividad mucho más baja que el promedio internacional. Si el tipo de cambio se fijara en función de la productividad del agro, la industria local no podría exportar ni competir internamente con las importaciones: desaparecería, creando desocupación y marginación. Si el tipo de cambio se fijara en función de la productividad de la industria, el agro tendría un precio muy superior al normal: implicaría un encarecimiento de los alimentos que castigaría al grueso de la población y generaría una enorme transferencia de fondos en beneficio de los dueños de la tierra. Fijar y mantener el tipo de cambio adecuado para cada una de las actividades es uno de los principales problemas de la política económica para nuestro país.
Una solución a este dilema fue la que aplicó el primer gobierno de Perón con la creación del IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio) que implicó la nacionalización del comercio exterior: el estado fue el único exportador e importador autorizado, quedándose con la renta extraordinaria que hubiera significado para el agro un tipo de cambio que permitiera el desarrollo industrial. Es lo que explica la cerrada oposición de la oligarquía hacia ese gobierno. Con esos fondos el estado fomentó la industria, se hicieron obras para satisfacer necesidades colectivas y se aplicó un profundo plan de justicia social.
Otra solución es el de las retenciones a las exportaciones y los “mix” cambiarios (una parte de lo exportado se liquida al valor oficial y otra parte en el mercado libre). De esta forma se aísla al mercado interno de los precios de exportación y se evitan ganancias sin causa por un tipo de cambio elevado.
Lo que hay que tener en cuenta en que un país con “estructura productiva desequilibrada” es incompatible con el mercado libre de divisas, que llevaría necesariamente a la primarización de su economía (es lo que ocurre en Chile, por ejemplo).
Un cuarto y último problema: nuestro país es exportador de alimentos, cuyo precio se fija en los mercados externos (es “tomadora” de precios); por lo tanto, el tipo de cambio es esencial en la fijación del costo de vida (determina el valor del rubro “alimentación” y, por los insumos importados, prácticamente a todos los precios de la economía.
Por eso se ha usado el tipo de cambio barato para controlar el índice inflacionario, a costa de la actividad interna (la industria no puede competir con las importaciones) y del saldo externo del comercio exterior. Es lo que ocurrió durante la dictadura (fines de los años ’70), con la convertibilidad de Menem, con el gobierno de Macri y lo que se intenta en la actualidad. Para mantener el tipo de cambio el gobierno necesita divisas que permitan sostener el aumento de importaciones y los viajes al exterior: para ello se recurre primero a las privatizaciones y luego el endeudamiento externo a tasas crecientes, hasta que el sistema deja de ser sostenible, finalizando inexorablemente con una crisis como la del 2001.
La situación a fines del año 2024 es la siguiente:
1-El 12 de diciembre del 2023 el reciente gobierno de Milei realizó la mayor devaluación de nuestra historia: llevó el dólar de $ 366 a $ 800, desatando una enorme inflación en los meses siguientes, mientras el tipo de cambio se ajustaba a razón del 2% mensual. El efecto inflacionario se fue agotando hasta que en octubre pasado fue del 2,7% y del 2,4% en noviembre. Independientemente que este índice en realidad es mayor, cosa que explicamos en una nota anterior, es evidente que la inflación está disminuyendo y que, por ahora, es la única bandera que tiene Milei para exponer.
2-Hay evidente atraso cambiario. Por ejemplo, desde 2011 a 2024 los precios mayoristas aumentaron 1.598% mientras que la cotización del dólar subió 984% (atraso cambiario del 38%).
3-La otra bandera es el libre comercio, sin trabas a la importación ni al acceso al mercado de divisas. Con el atraso cambiario la industria argentina no resiste la competencia importada y las PYMES industriales están en crisis.
4-Mantener el tipo de cambio actual requiere el ingreso de dólares del exterior. Capitales de inversión no vienen, así que la esperanza gubernamental está centrada en nuevos créditos del FMI, que postergue la inevitable devaluación (que hará explotar la supuesta estabilidad con un salto inflacionario) y que permita al gobierno llegar a las elecciones con una inflación del orden del 2% mensual. Y después, Dios dirá…
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