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Todos los economistas coinciden que es inherente al capitalismo un movimiento cíclico de las variables económicas, sucediéndose fases de expansión y contracción de unos 8 a 10 años en total. En cambio, en lo que no hay el mismo acuerdo es en la supuesta existencia de un ciclo largo, de unos 50 años y que estaría superpuesto al anterior. El primero en observarlo fue Kondratiev, un economista ruso de principios del siglo XX y quien le dio respaldo científico fue Joseph Schumpeter (que le dio el nombre de su descubridor, “ciclo de Kondratiev”) y varios economistas que lo divulgaron y popularizaron, como el conocido Ernest Mandel. Muchos otros niegan esa supuesta regularidad.
Aquí no vamos a discutir la existencia o no de las ondas largas en economía, pero vamos a señalar una regularidad ideológica pendular que se ha observado y que se repite superpuesta al supuesto ciclo de Kondratiev. Quizá sea más preciso hablar de ondas largas ideológicas que de ondas largas de la economía.
No hay coincidencia exacta sobre las fechas exactas de comienzo y fin de cada ciclo, pero, como una aproximación, podemos tomar, desde el origen del capitalismo industrial a nuestros días, los siguientes: 1° CICLO: 1780-1830; 2° CICLO: 1830-1880; 3° CICLO; 1880-1930; 4° CICLO 1930-1970; 5° CICLO 1970-2015; 6° CICLO: 2015-…
En cada uno de esos ciclos aparece una ideología como dominante, hegemónica. Es lo que, a partir de Thomas Kuhn (1962) se denomina “paradigma” y corresponde a lo que es aceptado sin discusión, que condiciona todo el conocimiento del área y está presente, generalmente en forma implícita, en todo desarrollo científico de la época.
Antes de iniciarse la etapa del capitalismo industrial, durante el largo período del capitalismo mercantil, el paradigma que regía la política económica “occidental” era el mercantilismo que, más que una ideología, era un conjunto de normas a seguir por el estado y sus habitantes para obtener un saldo favorable en el comercio exterior; es decir, asegurar que las exportaciones superaran a las importaciones con el fin de apoderarse de parte del metal precioso que España extraía de sus colonias americanas y que permitiera la acumulación de capital. La presencia del estado (y sus minuciosas reglamentaciones) son los principales protagonistas de la época,
El aumento continuo de la riqueza y, por lo tanto, de la demanda global, ante la imposibilidad de satisfacerla por simple adición de unidades productivas, generó la revolución industrial iniciada en Gran Bretaña en la industria textil y que llevó al reemplazo de la madera por el hierro y a la utilización de la energía basada en el carbón.
El ciclo largo ideológico se inicia como una reacción contra la excesiva intervención estatal; el nuevo paradigma es el liberalismo filosófico y político de Locke y, en economía, el “dejar pasar, dejar hacer” de los fisiócratas franceses y, a partir de 1776, del liberalismo económico de Adam Smith.
En el segundo ciclo (1830-1880) domina el liberalismo, pero en la versión de David Ricardo, en especial en lo que hace a su teoría del comercio exterior: la división internacional del trabajo; con cada país dedicado a producir aquello en lo que tiene ventajas relativas, aumenta la productividad global y el bienestar de todos. En resumen, Gran Bretaña dedicada a la producción industrial y el resto del mundo a producir la materia prima que mejor se adapte a su geografía. Y habrá prosperidad y felicidad para todos.
A pesar de la teoría, ni Francia, Bélgica y, especialmente Alemania y, luego, Estados Unidos y Japón, aceptaron el papel que les tocaba en la división internacional del trabajo y desarrollaron su industria. Comenzó así una nueva etapa del capitalismo: la de distribución imperialista del mundo, iniciada con la carrera entre Gran Bretaña y Francia por la ocupación territorial de África y parte de Asia. El tercero de los ciclos (1880-1930), que incluye la guerra de redistribución imperialista planteada por Alemania y su ingreso tardío al sistema colonial. Es la época de las doctrinas de superioridad racial y “de la difícil misión civilizatoria del hombre blanco”.
El ciclo anterior finaliza con la crisis mundial de 1929 cuyos efectos se extendieron por toda la década posterior e implicó la crisis del liberalismo. En el nuevo ciclo (1930-1970) volvió el estado como protagonista, en los primeros años con formas dictatoriales y fascistas (Italia, Alemania, Hungría, España, Portugal…) o manteniendo las formas democráticas, pero con un gasto público creciente en obras y armas para impulsar a la economía y salir de la recesión, que culminó con la guerra de 1939, efecto directo de la crisis de 1929.
Luego de la guerra se vivieron 25 años de crecimiento económico con aumento de la igualdad distributiva, que justifica la denominación de “período de oro” del capitalismo: el aumento permanente de la productividad permite el crecimiento simultáneo de salarios y ganancias y, por ende, del bienestar general; además se independizaron formalmente todas las colonias (aunque manteniendo la dependencia económica, lo que el papa Francisco denomina “neocolonialismo”). El paradigma de la época fue el keynesianismo en lo económico y, en el plano político, de la socialdemocracia en Europa y del “populismo americano” en nuestro continente, que combatieron la pobreza, permitieron el ascenso social de la clase trabajadora y afianzaron al estado en la economía, no solo como prestador de servicios indivisibles que le marcaba el liberalismo económico, sino como actor fundamental de la economía.
En los años ’70 se produjo la llamada “crisis del petróleo”, con el nacimiento de la OPEP (países productores de petróleo) que multiplicó muchas veces al precio de los hidrocarburos, esenciales para la economía industrial, generando una enorme transferencia de fondos hacia los países productores. Fue el quinto ciclo, 1970-2015, con recesión e inflación en el mundo. Las grandes empresas trasnacionales vieron afectado su tasa de ganancia y, mediante sus voceros, trataron de convencer a la opinión pública que el responsable de la situación era el estado. A falta de una ideología nueva, impusieron como paradigma al neoliberalismo, el mismo liberalismo económico que había entrado en crisis en 1929 pero sin el aspecto positivo (por ejemplo, derechos humanos).
Fue una nueva etapa del capitalismo, con predominio del capital financiero y concentración de la riqueza; la ganancia dejó de crecer por aumento de la productividad; en su lugar ocurrió la “desposesión” del productor y del trabajador en general. Las consecuencias son la caída de la tasa de ganancia en aproximadamente un 50%, el endeudamiento de los estados y de la sociedad civil en su conjunto, el individualismo extremo, la meritocracia, autoritarismo, xenofobia… El camino a la crisis del sistema parecía imparable.
Pero luego de 1915 pareciera que se está viviendo un nuevo “parteaguas”, como fueron en el mundo los años ‘1970 y el cambio de ciclo. En Gran Bretaña un laborismo renovado y después de muchos años, ganó las elecciones a los conservadores; en Francia se unió la izquierda e impidió un triunfo esperado de la extrema derecha; en España continua el centro-izquierda y en Italia crece el descontento con el gobierno de derechas.
Mientras en Europa se presenta ese panorama, en América Latina la derecha neoliberal está en claro retroceso: México, Brasil, Colombia, Chile, ahora Uruguay señalan el comienzo de un nuevo ciclo basado en más estado, más solidaridad y justicia social, que están rodeando y aislando a la experiencia conservadora del anarco-capitalismo de Argentina, que se debate en soledad y aislamiento creciente.
Alguien tendría que explicarle a Milei que, a pesar de “las fuerzas del cielo”, el tiempo histórico no está de su lado… que el tiempo de la meritocracia y del individualismo exacerbado pasó y que viene una nueva ola ideológica, de justicia social y solidaridad.
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