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Adolfo Bioy Casares publicó en 1970 una novela corta que tituló “Diario de la guerra del cerdo”, que luego, en 1975, Leopoldo Torre Nilsson llevó al cine como “La guerra del cerdo”. En ella cuenta la historia de una supuesta guerra declarada por los jóvenes de Buenos Aires contra los viejos, a quienes hostigan y, si pueden, matan. Los jóvenes en lucha obran como si fuerandescerebrados, “actúan como como una piara. Una piara de cerdos”, dice uno de los personajes de la novela, que aclara: “en esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser”, “a través de esta guerra (los jóvenes) entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven. ¡De ellos mismos, tal vez! … matar a un viejo equivale a suicidarse”.
Lo que no podía imaginar Bioy Casares era que medio siglo después de escrita su distopía, un gobierno asumiría el papel de luchar contra los viejos, posiblemente porque es uno de los sectores más débiles de la sociedad. Porque ¿Qué hacen los viejos jubilados para defenderse? ¿Una huelga? Es decir, ¿quedarse en casa sin hacer nada?, si es lo que, según creen los activos, vienen haciendo desde tiempo inmemorial y que a nadie, salvo parientes directos y amigos, tan viejos como aquellos, les importe nada. Y a los pocos que se animaron a protestar en la calle, le dan palos por la cabeza para que la protesta no se repita.
Lo de la guerra declarada no es chiste. Para lograr un equilibrio fiscal medio mentiroso y “atado con alambre”, el gobierno le cortó a los jubilados en 10 meses (hasta octubre y en pesos de este mes) 7,9 billones de pesos de sus haberes (el 24% de la disminución real del gasto público que muestra el gobierno como un logro), mientras que en obras paralizadas y otras erogaciones de capital bajó el 15%, en gasto social el 11% y en subsidios a la energía el 10%..
Pero no es todo. A la disminución de los haberes jubilatorios le quitó, primero, los subsidios a la energía y al transporte, con la suba de la tarifa correspondiente, que representa una buena proporción de la jubilación, y, después, fue recortando la lista de medicamentos que la obra social PAMI daba gratuitamente, hasta eliminarlos totalmente. Y a medicamentos que cubría en un 50% los declara de venta libre, por lo que la obra social ya no los reconoce. No se requiere mayor análisis para demostrar que médicos y farmacia, por razones de edad, son unos de los principales rubros en sus prioridades de gasto. Por eso el Arzobispo de Córdoba denunció que estábamos ante una eutanasia.
Julio Moreno Ovalle es un senador salteño por “La Libertad Avanza” que hace méritos para su reelección. Como buen soldado en esta guerra, con sadismo expuesto, ha dicho que “no creo que los jubilados se mueran si no toman medicamentos. ¡No es para tanto!”. Se podría responder a Moreno Ovalle diciéndole “no creo que usted se muera si deja de comer por 30 días. Pruebe, si tiene éxito sería un gran avance para esta política de ahorro en el gasto”.
Como en toda guerra, parte de la estrategia consiste en desprestigiar al adversario. En este caso se acusa a los viejos de provocar un abultado déficit fiscal; en especial, a quienes accedieron a la jubilación mediante moratorias, porque no tenían la cantidad de aportes mínima necesaria. Se trata o bien de amas de casa o bien de trabajadores que han estado toda su vida laboral, o parte de ella, trabajado “en negro”. Respecto a lo primero, como la crianza de los hijos, el acompañamiento en la primera educación, la limpieza y orden de la vivienda, el cocinar cotidiano, lavar y planchar cuando son hechos por el ama de casa no se computan en el cálculo del PBI, rige la idea machista de que ese no es un trabajo y, por lo tanto, no le corresponde jubilación. Respecto al segundo, el trabajo no registrado, lo que no dicen es que se trata de casi un 40% de la fuerza laboral del país que trabajan así o no consiguen trabajo; y que ocurre no por culpa del trabajador sino porque los patrones no pagan las cargas sociales ni cumplen con las leyes laborales, y que son esos mismos patrones que llevan los dólares a los paraísos fiscales (por ejemplo, vía Panamá) y son a quienes el estado beneficia con moratorias impositivas periódicas, que “olvidan” la evasión, En los dos casos, tanto en amas de casa como en trabajadores no registrados, se trata de jubilaciones más que merecidas.
Siempre las guerras tienden a extenderse. En el caso de la guerra del cerdo, el gobierno ha planteado también la guerra al extranjero: pretende que los extranjeros no residentes que hagan uso de la salud o de la educación universitaria públicas paguen un arancel, Independientemente que los estudiantes extranjeros son relativamente pocos (entre 1% y 4% del total y que todos son residentes), el gobierno quiere mostrar a la extrema derecha mundial su posición de xenófobo, además de perseguir jubilados y de pretender ser líder en la guerra contra el progresismo.
Quisiera aclarar que soy viejo (90 años cumplidos), soy docente jubilado y soy muy optimista respecto a la guerra del cerdo: la vamos a ganar, aunque sea por simple cálculo demográfíco; ya que nuestro país, como en todo el mundo, la población envejece. Como dice Bioy Casares en su novela, “el número de viejos (crece y) de este modo se acumulan y (también crece) el peso muerto de su opinión en el manejo de la cosa pública... Se acabó la dictadura del proletariado, para dar paso a la dictadura de los viejos.
Y no tenemos que olvidar que en el 2025 hay elecciones. Y los jubilados sabemos cómo votar…
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