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La Argentina se hunde pero Milei dice que al país le va bien y, ¡cuándo no!, los medios lo repiten a coro. “La mentira mil veces repetida termina convertida en verdad” , decía Göebbels, y debe ser que por ahora “estamos mal pero vamos bien”, como pregonaba el inefable Carlos Menem. La pregunta es ¿cuánto durará esto hasta que estalle?
De un tiempo a esta parte, el gobierno libertario vive un “veranito” que en parte tiene que ver con un blanqueo tan inmoral como relativamente exitoso, la bicicleta financiera que beneficia solo a los especuladores y el alivio relativo del dólar barato para los sectores medios, que les permite hacer un remakede los viajes al exterior y del “deme dos” de Martínez de Hoz, ahora potenciado por las compras de artículos importados en Internet.
Pero la verdad para las grandes mayorías sigue siendo que “plata no hay” -en algunos casos ni comida y en el de los jubilados, ni comida ni remedios-, el país está recontra caro para los argentinos y también para los extranjeros que lo visitan y el dólar recontra bajo se está llevando puestos a la industria y el trabajo.
Pero según el gobierno y sus medios nos va bien. ¿Será que nos estamos acostumbrando?
En realidad, la inflación sigue alta, al nivel que la dejó el gobierno anterior, solo que Milei la disparó al infinito con la devaluación de hace un año y ahora, en comparación con aquel infierno, su tendencia decreciente parece un alivio.
Desde ya el costo de vida es bastante más alto que el que informa el Indec. El organismo oficial no mide mal, el tema es que lo hace en base a una canasta desactualizada, de la época en que los servicios casi no pesaban en el costo de vida porque estaban congelados, pero ahora, con gente tan solidaria y honesta como Caputo y Sturzenegger, han trepado por las nubes y su peso en la canasta no está bien ponderado.
El señor Marcos Lavagna rezonga por lo bajo pero no se atreve a decirle públicamente al Peluca que si no le permite modificar los parámetros para dar con la inflación real, patea el tablero y se va. Mientras tanto estamos mal pero nos convencen de que vamos bien.
Esta semana, al gobierno más cruel de la historia argentina se le ocurrió darle una vuelta más de tuerca al programa de exterminio de los jubilados: les sacaron los remedios. Ya no alcanza con robarles los ingresos para dibujar un equilibrio fiscal trucho, además tratan de acortarles lo que les queda de vida, y si se quejan les rompen la cabeza.
Mientras, a los poderosos no se los toca. Por el contrario Milei y su troupe no se cansan de beneficiarlos. El gobierno “anticasta” es en realidad un gobierno antipueblo, enemigo jurado de los humildes, los carenciados y los más débiles, y servidor incondicional de los ricos y poderosos. Más casta que el gobierno anti casta no se consigue.
Es que el gobierno de Milei tergiversa permanentemente el sentido de las palabras: para él casta es pueblo, libertad es sometimiento, comunista es todo aquél que no piensa igual; corrupto es el que trabaja para el pueblo; gente de bien son los malvados encaramados en el poder. Ajuste fiscal es eutanasia social; crecimiento, en fin, pérdida de soberanía.
En los días que corren también estalló el escándalo del senador Edgardo Kueider, un hombre que ascendió en las listas del peronismo pero le aprobó al gobierno las leyes más controvertidas.
Kueider, quien se identificó ante la policía paraguaya como perteneciente al gobierno libertario, ha colocado a Milei en el difícil trance de tener que defenderlo sin que se note demasiado. La irresoluble contradicción tiene que ver, por un lado, con que no está dispuesto a perder un aliado con la cara muy dura y por el otro, con evitar que su defenestración permita el ascenso de la peronista en serio que sigue a Kueider en la lista.
Si de escándalos de corrupción se trata, el caso de la vicegobernadora neuquina se ha convertido en una caja inagotable de sorpresas. Las irregularidades de todo tipo hablan de conductas propias de un pensamiento muy primario, por momentos al filo de lo esotérico, cuyos portadores cuando están en el llano identifican a la práctica política con la corrupción y si por casualidad logran encaramarse en el poder proceden consecuentemente. En cierta forma son coherentes.
Ahora también se dice -y repiten los medios cómplices- que la imagen de Milei repuntó y que muchos de los que lo votaron todavía mantienen la esperanza. En realidad con el gobierno de Milei pasa lo mismo que con el torero sobre el que las opiniones estaban divididas: unos se acordaban de su madre y otros de su padre.
En la Argentina de hoy ocurre algo parecido, a pesar de los esfuerzos de esa policía del pensamiento que son los medios concentrados, las opiniones están divididas: algunos dicen que este personaje grotesco llamado Javier Milei terminará mal y otros muy mal.
Esto, salvo para los que no quieren o no les conviene ver, porque eso es lo que señala la experiencia histórica. De manera que “nos va bien”, pero no se sabe cuándo llegará el colapso.
“Nos mean y Clarín dice que llueve”, rezaba una pintada al finalizar la última dictadura.
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