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La poesía de Anahí Lazzaroni (La Plata, Bs.As., 1957-Ushuaia, Tierra del Fuego, 2019) constituye un claro ejemplo de cómo se puede torcer el cuello de lo regional y eludir el cosmopolitismo metropolitano. Acaso ése sea el camino de la poesía compuesta en la Patagonia: la superación del costumbrismo turístico (esos atractivos donde pululan gentes de cualquier origen, muchas veces sin ningún respeto por el planeta) y la indagación profunda en el significado de la existencia en esta parte del mundo. Fin del mundo, según el sentido común. Principio de todo, para los habitantes de estos márgenes.
Algunos poetas me escriben cartas/ donde me cuentan que deliran por el lejano sur./ No son pocos los que me imaginan en una casa/ construida con maderas claveteadas,/ escribiendo sin cesar mientras la nieve cae y cae./ Hasta piensan que suelo estar sentada junto al fuego,/ como si fuese un personaje de ciertas novelas decimonónicas./ y me piden que les describa el silencio porque ellos ya no lo recuerdan./ este mediodía varias calles de la ciudad están cortadas./ Escucho bombos,/ voces, /sirenas de patrulleros,/ personas que gritan cada vez más alto en medio de la aglomeración./ Por ahí no se puede pasar. (Primavera de 1999, “En todos lados se cuecen habas”)
Justamente a mitad de este poema se produce el quiebre que inunda toda la poesía de Lazzaroni. Del extrañamiento por ese “lejano sur” que tienen los poetas de otras latitudes, hasta la imaginación de un personaje: la poeta que escriben el silencio mientras nieva. Por eso, acaso, el verso final de este libro sea el que lo titula: “ La palabra nieve es una buena contraseña”. Es la nieve. Y es viento, que no tiene ese componente lírico que se le atribuye desde otros lados, aparece como testigo. Veamos en “Un día como otros”: Dice que están por demoler la casa de enfrente/ la de chapas de color verde agua/ con el jardín tan descuidado que parece abandonado.// Que ayer escuchó en la calle que ahí construirán un hotel.// En la ciudad los hoteles brotan como hongos.// ¿Y el viento?// El viento sopla. Entonces, ¿en qué ciudad de la Patagonia no brotan como hongos los hoteles? ¿En qué ciudad el viento apenas sopla? Nos quedamos con el viento, no con los hoteles, parece decir Lazzaroni.
Dos rasgos más (entre tantos): sobre la base de Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino, la poeta elabora su propio mapa del sitio que eligió para vivir. Ushuaia es una ciudad donde Antes el viento soplaba nada más que en primavera.// Eran tiempos donde no abundaba el dinero, ni la traición.// ¿Otra ciudad? ¿El esbozo de la que venía?// ¿Quién puede saberlo?// Los cerros no estaban poblados.// El viento aparecía en el momento justo.(“Far South”) Estas palabras podrían aplicarse, también, a otras ciudades que conocemos, que habitamos, que padecemos. Explosiones inmobiliarias que excluyen mayorías. Dineros que abundan, traiciones que sobran.
El segundo rasgo que interesa destacar es la reflexión sobre el acto de escribir poesía. Lazzaroni elabora, en breves textos, hondos y reflexivos, una forma de arte que le sirve a ella. Y sirve a quien la lee. El capítulo titulado “Modus operandi”, de A la luz del desierto, incluye esa serie de poemas (“Imposibilidades”; “Tribulaciones de alguien que escribe 1, 2 y 3”). Ella dice que no puedo escribir a la buena de Dios/ como hacen otros poetas.Al contrario: espera que la poesía me agobie/ o me acorrale. Y es consciente, entre tanto, que no sabe “¿adónde irán a parar tus veleidades de poeta// en estos tiempos tristes/ en los que la poesía es considerada/ una tarea de tontos, vagos y engreídos? Ocurre, sin embargo, que “a pesar del invierno// … las palabras (a veces) hasta logran embaucarte.
Anahí Lazzaroni, La palabra nieve es una buena contraseña. Poesía reunida 1988-2017. Prólogo de Alicia Lazzaroni. Palabras que tejen una red y una luz que fluye, notas introductorias de Luciana A. Mellado, Ushuaia, Editora Cultural de Tierra del Fuego, 2021, 256 páginas.
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