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Los movimientos telúricos de la corteza global se suceden, espasmódicos, conmoviendo geografías diversas y con diferentes significaciones y consecuencias.
Así, el USA Horror show al que acabamos de asistir el martes 5 de noviembre último, guarda sus diferencias con lo ocurrido, por caso, en Moldavia, dos días antes. Veamos.
El triunfo de Maia Sandu del 3/11 pasado en esa ex república soviética, es el triunfo provisorio de una cosmovisión proeuropea, es decir, por la integración del país a una Europa imaginada como próspera y fuerte pero en realidad cansada, dividida y sumergida en crisis recurrentes. El programa europeísta de Sandu choca con fuerte oposición interna, empezando por la región prorrusa de Transnistria, espacio administrativo autónomo que no reconoce al gobierno de Chisinau (capital de Moldavia) y que no ceja en su aspiración a reintegrarse a su ancestral cultura rusa.
Asimismo, esa Europa admirada por la presidenta moldava forma parte de un occidente desgarrado por tensiones políticas intensas que enfrentan a "nacionalistas" con unos "globalistas" que hasta hoy sólo han podido ofrecer, como orden social, una colusión orgiástica de lucro, finanzas, violencia y tráficos ilegales, aunque semejante decadencia se autodefina y se perciba a sí misma, con el vaho discursivo del atlantismo, las libertades civiles, la democracia y los derechos humanos.
La tensión Trump-Harris, así, congela, en la coyuntura, la fotografía de una crisis anunciada: la de un sistema político bipartidario que generó riqueza y su concentración durante un siglo pero que ahora fracasa en administrar las nuevas amenazas que dispara la globalización y que por ello venía incubando, dentro de sí, la opción antisistémica que, como no puede ser de izquierda, irrumpe con los atavíos "MAGA" (Make America Great Again), exaltando disvalores como el aislacionismo, el patrioterismo y todo lo peor que, como "Weltanshauung", supo parir aquel violento "tea party "en los albores de un proceso histórico que pronto daría a luz a un adefesio que, con el tiempo, se llamaría Partido Republicano. Empero, aquel "aislacionismo" de Trump requiere matizaciones, pues sólo parece adecuado atribuirlo al flamante presidente si se ponderan las políticas que ha anunciado respecto de los conflictos globales y sus dinámicas y actores. Así, Trump, "se irá" de Ucrania y de Israel tanto como dejará de poner demasiado empeño en la participación de EE.UU. en la OTAN. Pero sólo eso. Por lo demás y en cuanto a Latinoamérica respecta no hay que esperar ningún aislacionismo sino todo lo contrario.
Sería un poco perogrullesco decir que las defecciones de sus adversarios constituyen causa eficiente de la irrupción de la derecha filofascista, tanto en EE.UU. como en Europa e incluso, en la Argentina. No es que eso no sea verdad; el punto es que, de tanta inanidad conceptual que encierra esa verdad, se vuelve banal y vacía. Mucho más provechoso -e indispensable en términos existenciales- sería, para estas víctimas del capitalismo global y local, captar las coincidencias de fondo que existen entre atlantistas abiertos al mundo y derechistas replegados en la protección, aun cuando mucho ruido y hojarasca espesa dificulten la percepción precisa de los intereses de clase que cada uno defiende, tanto acá como allá, y que resultan, mirando de cerca, parecidos e, incluso, casi idénticos.
Cuando decimos "acá", estamos aludiendo a la Argentina. Y en el capítulo de la geoestrategia, Milei, naturalmente, será, para la nueva etapa trumpista, el cuatro de copas que siempre fue, pues nada más allá de lo simbólico-gestual le seguirá concediendo al presidente argentino su nuevo "colega" de la Casa Blanca, y nada indica que esto vaya a cambiar. Trump no cree en ademanes y sabe distinguir entre un actor global que puede ser su eficaz aliado y un hombre inseguro y lábil que procura disimular sus ignorancias exhibiéndose en modo exultante, movedizo y charlatán, cualidades que no lo libran de la irrelevancia.
Esto es así debido a que la incidencia de un país en los asuntos internacionales no depende de las calidades personales de sus dirigentes sino de la estatura estratégica que tenga el propio país. Y este es el concepto clave -estatura estratégica- entendido como la cantidad de influencia que la Argentina pueda ejercer en un contexto en el cual Estados Unidos tenga un gran interés estratégico (Sherman Kent). No hace falta mucha reflexión para darse cuenta de que esa influencia argentina en conflictos como, por caso, Ucrania, es igual a cero. Milei no entiende -o simula no entender- este axioma de la política internacional.
Para Estados Unidos, en los años por venir, sólo Orban, Meloni o el residual pero activo bolsonarismo brasileño constituirán una referencia eficaz en su enfrentamiento de fondo, que es con las potencias euroasiáticas En esa línea estratégica, habrá que esperar agresiones y violencia de Estados Unidos contra Irán y Venezuela, para lo cual los actos preparatorios de la agresión consistirán, al mejor estilo "globalista", en la demonización de ambos países proclamando su afinidad con el "terrorismo" en el caso de Irán y fulminando de corrupción y de "Estado dictatorial" al país bolivariano. Una coincidencia más entre atlantistas universalistas y nacionalistas proteccionistas.
Trump, con toda evidencia, venía haciéndose cargo, discursivamente, de los desastres sociales que resultaban de las políticas del partido demócrata. En particular, y como su ideología de clase le impide remontarse en el tiempo para descubrir la genealogía última de la explotación obrera en su país, recurrió al mismo facilismo con que también los demócratas miran, en general, los problemas más acuciantes. Dijo, así, el nuevo presidente, que los trabajadores estadounidenses de origen africano se ven perjudicados por los migrantes latinos que les disputan y les quitan el empleo a causa de unas insensatas políticas falsamente humanitarias que permiten las migraciones masivas mientras el gobierno mira, cruzado de brazos, cómo resultan perjudicados, a raíz de estas migraciones, los propios ciudadanos norteamericanos. El voto afro nutrió, así, en medida importante, la escarcela de Trump. Y tal vez no sería exagerado decir que estas elecciones, en buena medida, las perdieron los demócratas en vez de haberlas ganado Trump. Pues ese progresismo "woke" que cacarean aquéllos sin ton ni son tiene, para la base social histórica del PD (los trabajadores y las clases medias empobrecidas) el mismo encanto que en La Matanza puede exhibir el pañuelo verde como galvanizador de voluntades en una contienda electoral. No es el progresismo autocentrado en su propia belleza espiritual lo que importa, sino el bolsillo, la comida, los remedios y el salario, aquí y en Estados Unidos. Olvidarse de ello tiene un costo en el "mercado" electoral.
Brasil y China
Lula parece haber llegado a la conclusión de que parlotear una posición "democrática" y pluralista le ahorrará problemas con Estados Unidos justo cuando Brasil se encamina a revistar en el club de las principales potencias del mundo, pues para 2030 los pronósticos del Banco Mundial, ubican al país en esos podios de privilegio a favor de un crecimiento sostenido de su PBI. Sin embargo, lo que parece mostrar la coyuntura es que unos Estados Unidos, no importa si de color rojo o azul, no necesitan, ni quieren, ni van a tolerar un Brasil soberano, por más"atlantista" y preocupado por la democracia y los derechos humanos que se diga ese Brasil. No es la democracia o la dictadura lo que está en juego aquí, de modo que vetar el ingreso de Venezuela a los BRICS no le va a rendir al presidente brasileño ningún rédito en términos de estabilidad política a futuro. Lo que Estados Unidos necesita es una América Latina fragmentada y débil. Un Brasil soberano y autónomo es un Brasil ingobernable -por independiente- y, por ello, disfuncional al designio estadounidense de imponerle a todo el subcontinente las opciones geopolíticas que su enfrentamiento con las potencias euroasiáticas está demandando. Lo cierto es que el otrora obrero metalúrgico ha optado por hacer buena letra con sus enemigos de antaño a los que decide unirse desorientado por sus insuficiencias ideológicas que no le permiten percibir nada más allá de un horizonte democrático liberal-burgués. Pero igual le van a tender la cama. Y encima, ha quedado a la derecha de Petro y de Sheinbaum -que parecen progresistas más sólidos- y apuesta todo a que Brasil sea una "gran potencia" en 2030. Sin embargo, el bolsonarismo sin bolsonaro ya está aceitando sus contactos en la Casa Blanca con miras a la desestabilización de un presidente que (como Dilma Rousseff antes) está perdiendo su único capital: la base social obrera y popular que sostuvo su carrera política.
El caso es que un Lula quebrado y miope tropieza a cada paso con piedras de un camino que él se obstina en transitar. Sumarse al coro antivenezolano con los argumentos del Departamento de Estado y decir de Trump que "es un fascista" para enseguida tener que decirle "lo felicito por su triunfo, señor Presidente", es poco serio.
El nuevo presidente estadounidense se propone cancelar toda competencia impidiendo el ingreso de bienes y servicios a los que aplicará aranceles generales del 10 %, con excepción de China, contra la que aplicará el dislate del 60 % a sus productos. Es de manual que arancelar de ese modo es achicar la oferta y, por ende, dinamizar la inflación que, a su vez, disparará suba de tasas por parte de la Reserva Federal. Esto perjudicará a Brasil y a todas las economías eufemísticamente llamadas "emergentes", aunque nunca emerjan más que para sacar un poco el cogote fuera del agua.
Mientras tanto, quita el sueño en el ubérrimo norte del mundo el hecho de que el verdadero "emergente" del siglo XXI ha sido el más inesperado y el menos deseado.
En efecto, como si China, con sus espectaculares logros económicos y sociales de las últimas décadas necesitara algo más para sobresalir en el escenario global, han venido los Estados Unidos a hacer un aporte adicionalen punto a conferirle al "gigante asiático" aun más visibilidad: calumnias e injurias que se vierten todos los días en el "mundo libre" realzan la deslumbradora incandescencia de China en las marquesinas del pornoshow mediático de occidente, al tiempo que confirman la mayordomía de, sobre todo, Europa -que se suma, atolondrada, a la propaganda antichina-, respecto de los gobiernos estadounidenses.
China mete miedo; y no es para menos. Un país en aptitud de convertir, en diez días, un baldío en un hospital, como sucedió allí durante la pandemia de Covid 19, no puede sino suscitar imaginarios surcados por el temor. Pero es una fobia en modo neurosis que aqueja a occidente. Es su propio malestar en la cultura. Occidente siempre se ha inventado miedos irreales y nunca se ha puesto a pensar en su propia naturaleza criminal que viene desde el origen de los tiempos y de la cual se hubiese asustado, ahora sí, con razón.
El capitalismo no sólo no termina con la pobreza sino que la necesita en los márgenes con una funcionalidad múltiple orientada a la estabilidad del sistema total. Los desarrollos que requeriría esta sentencia escapan a las posibilidades de esta nota.
Realidades y perspectivas globales
Se descarga desde sí misma una prosa rítmica que se despliega como discurso impugnador del capitalismo, puntualmente, del capitalismo en su versión neoliberal financiera, el “salvaje” que le dicen, aun cuando todo el capitalismo es salvaje, pero no entender esto es parte de la confusión general del progresismo o la íntima certeza de que las vacilaciones seguirán dictando sus políticas aun cuando se accediera al poder del Estado.
Y acecha una dicotomía que atraviesa los nuevos escenarios globales: o experimentos represivos, o algún conato de apertura hacia un horizonte de largo plazo cuya nominación reverbera en un significante de reputación problemática: planificación, que es lo contrario del "libre mercado". Su preludio sería una remozada recidiva del bienestarismo. Tal tensión remite, simétricamente, a otra que está en su base: seguir globalizando o desglobalizar. Europa está tendiendo a esto último, y Trump es celebrado, a esta horas, por Orban, Meloni, y las oposiciones de ultraderecha de, por caso, Alemania, España y Holanda.
Es un crimen de lesa democracia asaltar el Capitolio o el Congreso de la Nación, pues ambos monumentos constituyen el símbolo por excelencia de estas democracias; pero todas estas democracias tienen su deep state, y los crímenes de éste no son considerados parte indescindible de aquéllas, sino excepciones deplorables que, naturalmente, los admiradores last time de Atenas y de Pericles consideran muy censurables. Pero estas anomalías suelen consistir en el asesinato de los presidentes o en los fallidos intentos de lograr ese cometido criminal. A Trump, el "Estado profundo" lo quiso asesinar dos veces en plena campaña y no está dicho todavía que no vaya a haber una tercera, la vencida que le dicen. Todo vuelve, y no se trata, precisamente, del nietzscheano "eterno retorno". Al final, el lawfare existía, no más. Ahí está Trump, con sus domicilios allanados y varios procesamientos sobre el lomo, para confirmarlo; toda esa persecución judicial, como prefacio a las dos tentativas de asesinarlo. ¡Sombra terrible de Cristina...! Imposible no evocarte, aquí...!, diría el "gran sanjuanino".
El conurbano bonaerense y la ciudad de Detroit, en los EE.UU. exponen muy bien lo que está ocurriendo con el trabajo en la actual fase de desarrollo del capitalismo. El opuesto del trabajador activo es el “ejército de reserva”, es decir, los desempleados. Pero el creciente deterioro social produce constantemente un término (viejos, enfermos, “lúmpenes”, expulsados de toda especie) que no parece tener su opuesto dialéctico en otro término. Pero -dice Jameson- “…le toca a la globalización dramatizar esta categoría mucho más visiblemente, proyectándola en el espacio geográfico visible”. Esta categoría faltante a la que alude Jameson es, ahora, la de los “antiguamente empleados”, esto es, ex obreros del rust-beltque circunda conglomerados antaño industriales (como Detroit). La globalización dinamizó este proceso depredador en su búsqueda febril de trabajo barato (inversiones en China, maquiladoras en México). Y agrega Jameson: “La visión de Marx del mercado mundial… no debe entenderse… como un espacio inmenso, plenamente lleno y ocupado, en el que todo el mundo trabaja a cambio de un salario y produce ‘productivamente’ capital; sino más bien como un espacio en el que todo el mundo fue en algún momento, un trabajador productivo y en el que el trabajo ha comenzado en todas partes a valorarse por fuera del sistema, una situación que Marx anticipó sería explosiva”. Pues bien, la explosión acaba de ocurrir, está ocurriendo, la detonó la globalización y la impulsa una “disease” (enfermedad) nacida en las antípodas, y Merlo, Moreno o José C. Paz se descubren a sí mismos, en el espejo de los suburbios de Detroit, como hábitat de nuestros “crónicamente desempleados”. Así, en el centro y en el borde, la tendencia del capital es, por una u otra razón inmediata, a producir miseria. Es la tendencia del capital en esta fase histórica de su desarrollo, la de la globalización, tan lejos de aquellos “treinta gloriosos”. La guerra, la discriminación, el racismo, la violencia doméstica, siempre acompañaron a las sociedades opulentas de Occidente; pero también producían “bienestar”. Ahora -crecientemente- las lacras siguen vigentes, y comienza a difuminarse el bienestar. La cita de Fredric Jameson recién transcripta está tomada de su Valencias de la dialéctica, 1º ed., Bs. As., Eterna Cadencia, 2013, pp. 661-662.
Mucho se ha escrito -sobre todo en la izquierda- sobre los orígenes del fascismo. Ninguno de esos textos tiene actualidad hoy. Y tampoco está tan claro que alguien haya advertido que, así como la posmodernidad es -o pudo ser- "la lógica cultural del capitalismo tardío" (Janeson), el fascismo es la lógica política de ese capitalismo avanzado, es decir, es inherente a la globalización porque ésta lo engendra como su opuesto necesario. Y toda vez que tal fascismo viene a desglobalizar a como dé lugar, es preciso captar que la globalización engendra las tensiones y líneas de fuerza que propenderán a un debilitamiento sustancial del capitalismo en el largo plazo. Si esto toma la forma del conflicto social agudo o de la guerra civil interna en los Estados Unidos es algo que hoy sólo reverbera en el borde como incierta posibilidad, como incierto es todo lo conjetural.
En lo que a la Argentina se refiere, llevar adelante una desnacionalización masiva de recursos naturales y una transferencia brutal de ingresos hacia los multimillonarios de este país requiere, necesariamente, de la intimidación preventiva a través de una explicación superficial en clave de lenguaje soez, agresivo y violento. La "motosierra" es metáfora de este designio y de esta necesidad, no de un benéfico achicamiento del Estado. El poder judicial como herramienta disciplinadora integra, asimismo, la consola de "recursos" con que cuenta el Ejecutivo para doblegar toda protesta y toda resistencia. El peronismo se está deshilachando y sólo Cristina podría detener esa dinámica. El problema es que Cristina puede operar en la coyuntura pero no es seguro que lo pueda hacer en el mediano y largo plazo, esto por razones que le conciernen a ella en lo personal como a la fortaleza de los designios persecutorios en su contra.
En el plano global, además de Rusia y China como actores con densidad bastante como para configurar la coreografía de fondo en la política exterior de casi todos, el problema constante es Nanyahu, el partido Likud y el fascismo israelí.Denuncias de crímenes de lesa humanidad contra palestinos? NO HAY. Sanciones contra Israel por crímenes de guerra? NO HAY. La Corte Penal Internacional (CPI) ratifica con su actividad jurisdiccional que es un instrumento de las peores políticas injerencistas de los EE.UU. Y resulta tan estúpido y mentiroso decir que el genocidio en Gaza se justifica en "la lucha contra el terrorismo" como decir que los disturbios en las calles de Londres o Amsterdam son causados y teledirigidos por Rusia.
Aunque no todo es lo mismo al interior de Israel. Por caso, Yoav Gallant el renunciado ministro de Defensa del país, disiente con Netanyahu en dos cuestiones esenciales: Gallant dice que un asunto como la vida de rehenes no puede seguir esperando y, en consecuencia, lo que se impone como política de Estado es un acuerdo con Hamás para la liberación de aquéllos, y solamente después proseguir con la guerra. En segundo lugar -también lo decía el ministro echado por Netanyahu- los ultraortodoxos jasídicos deben ir a arriesgar el pellejo en la guerra como cualquier hijo de vecino y no tienen por qué no hacer el servicio militar. Netanyahu ha sido calificado de criminal de guerra por más de un actor -estatal o no gubernamental- del proceso político global y también al interior de su país encuentra resistencias duras, lo cual vincula su subsistencia política a la continuación de la guerra en Gaza. Con el "Bibi" no habrá paz en la Palestina ocupada. Salvo mejor opinión de Trump.
Así las cosas, tal vez sea cierto que hay esperanzas pero no para nosotros, como le dijo una vez Kafka a su amigo y editor, Max Brod. Pero sí las habría para los estudiantes y los jóvenes de hoy. Sin embargo, no parece una buena idea promover en la Argentina un luchismo sin conducción y alentar la refriega callejera con el argumento de que, como costra y por encima del sistema político, profita una "casta" podrida y decadente y perdida en menesteres frívolos como una elección interna para elegir candidatos. Es como patear el tablero diciendo son todos unos tramposos y no juego más. Hay que seguir haciendo política; y de la fea; nunca nadie dijo ni prometió que la política iba a ser un remedo del fragante jardín de Epicuro. También hay que decir que no pasa de ser una chicana berreta referirse al período 2019-2023, como el del gobierno de "Alberto y Cristina". Ella lo ungió pero él gobernó sin admitir jamás injerencia alguna de nadie más que de, en sus últimos estertores, Massa. Gobernó mal, eso sí; pero gobernó él y nadie más.
Y hay que arremangarse en América Latina porque lo que viene ahora será, para nosotros, probablemente, la militarización de la política exterior estadounidense. No se sabe todavía si tal política exterior estará a cargo del Departamento de Estado o del Pentágono, pero si el designio fuera la militarización, será este último el llamado a tocar a rebato los clarines intervencionistas. Trump no ha renunciado ni al petróleo venezolano ni a derrotar ideológicamente al "comunismo" cubano. Los "marines" y el "comando sur" cobrarán nuevo y mayor protagonismo.
Los "apoyos" a Trump de Milei, Bukele o Bolsonaro son como el de Heidegger a Hitler, es decir, de esos apoyos de los cuales el apoyado ni se entera ni le importa enterarse. De modo que no mueven, los fascistas regionales, ningún amperímetro. Hoy, como nunca antes, la política interna de nuestros países se halla inescindiblemente unida a la geopolítica y a la geoestrategia. Esto es así por imposición del devenir histórico, no de la voluntad de Trump. Éste no es más -ni menos- que un multimillonario que ha logrado que los trabajadores lo supongan su amigo y, de ese modo, se ha apoderado de la totalidad de los resortes institucionales de su país.
Un "monarca elegido", diría Duverger, que recelaba del poder "excesivo" de que disponía De Gaulle.
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