Se ha dicho desde los albores de la actual presidencia de Javier Milei que visto su política económica y social antipopular, terminaría cayendo sin que nadie lo empujara de su sillón. Personalmente nunca creí en tamaño dislate, que hasta hoy ha servido solo para que el mencionado personaje se consolide en su sitial.

Es cierto que la magnitud de sus decisiones apuntan a la miseria programada, que está acuciado por una pulsión de muerte y una ausencia de empatía por el pueblo y la nación argentina, que haría suponer el fin anunciado y espontáneo de su presidencia de la república. Y eso podría haber ocurrido en otro momento del país, cuando la presión popular y el peronismo en particular contaba con una homogeneidad y una sensibilidad avalada por vastos sectores de la clase trabajadora sindicalizada, donde gestionar por la pobreza era un baldón para cualquier administración.

Hoy esos valores han sido desplazados por un individualismo alentado desde el poder político que, ya desde hace tiempo, ha pretendido destruir la solidaridad de clase de los trabajadores que además van perdiendo a sus conductores con la bala de plata de la justicia amañada con el poder gobernante.

La madre de todas las desgracias fue el voto popular al Pro que negó toda continuidad a las políticas del kirchnerismo, asumido como el adversario a vencer de una vez para siempre si fuera preciso. Por el contrario, Macri no dio continuidad al desendeudamiento, al revés lo incrementó exponencialmente, no dio continuidad al consumo en la economía ni al desarrollo científico y tecnológico, dejando en la impotencia a la siguiente administración. Paralizar los pocos avances que el gobierno de Fernández había propiciado y obturar todos los canales de crecimiento y desarrollo de la nación, fue propósito manifiesto de Cambiemos, al día de hoy causa o error voluntario formulado por la oligarquía como el motivo de su llegada al poder en la figura de La Libertad Avanza.

Ahora, como ocurriera con los gobiernos militares del siglo XX, en que cada asonada profundizaba la represión y el antiperonismo, mascarón de proa del movimiento nacional,

vamos llegando a nuestro tiempo partiendo cada vez de más abajo y habiendo debilitado el ímpetu revolucionario de un pueblo acostumbrado a interpelar por sus derechos y por el progreso de la Nación.

Por todo lo expuesto pensar que Milei se cae solo como un títere desprendido de los hilos que lo articulan, aparece como utópico. Es como si (y esto es una metáfora) Volodimir Zelenski, renunciara a la presidencia de Ucrania. Si quisiera hacerlo y estoy seguro que habrá intentado hacerlo muchas veces desde que comenzó la guerra, no podrá porque su poder no es de él, es de la NATO y de las potencias que lo sostienen.

Lo único que puede debilitar a Milei es un triunfo del principal partido de oposición en las elecciones de medio término en el 2025.

Milei no caerá solo, si permite que haya elecciones, un triunfo de la oposición puede ser un golpe que anuncie el cambio real, el retorno de los derechos conculcados, en el 2027.

Para eso el peronismo deberá hacer de la unidad de sus fuerzas un acto de fe inquebrantable. Ese solo atributo percibido por la lucidez de las mayorías es la garantía para las mismas que no serán traicionadas por las luchas que dividen, a partir de las listas internas de los partidos populares.