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Juan Bautista Alberdi escribió en 1879 que: “La América del Sud, emancipada de España, gira bajo el yugo de la deuda pública. San Martín y Bolívar le dieron su independencia, los imitadores modernos de esos modelos la han puesto bajo el yugo de Londres”, afirmación que, un siglo y medio después, y con sólo dos pequeñas modificaciones, mantiene total actualidad: en lugar de “América del Sud” se puede decir “el tercer mundo” y, en reemplazo de “Londres” se debería escribir “potencias centrales” del capitalismo financiero trasnacional, porque “La deuda externa se ha convertido en una actualizada forma de esclavitud, que condiciona de manera irreversible las posibilidades de desarrollo de cualquier país soberano”, según el decir de Alejandro Olmos en su lucha por denunciar el endeudamiento externo argentino.
A la importancia del tema la pusieron de manifiesto las Naciones Unidas en un documento reciente: la deuda pública mundial logró un triste récord, el de superar los 97 billones de dólares (como punto de referencia, al PBI mundial, al total de bienes y servicios producidos en el mundo durante un año, se lo calcula en 101,3 billones; ¡la deuda pública es casi el 100% del PBI!. Según la ONU 54 países (entre ellos la mitad de los africanos) dedican más del 10% del ingreso público a la deuda. 3.300 millones de personas habitan países donde el pago de intereses por la deuda externa es mayor que lo que gastan en educación o salud; en África, en promedio, cada habitante gasta 70 dólares anuales en intereses de la deuda pública, 60 en educación y 39 en salud. En total, los intereses representan en África el 9,8% del ingreso público, en América Latina, en su conjunto, el 6,8%, en Estados Unidos el 2,5% y en Alemania sólo el 0,8%.
En el presupuesto del gobierno central de nuestro país (año 2022) el servicio de deuda (intereses y amortización) representaba el 10,3% del gasto total, mientras que educación el 6,1%, ciencia y técnica el 1,4% y salud el 4%.
Para el análisis de la deuda es necesario separar la deuda pública y la privada, la primera es la contraída por el estado, mientras que la segunda corresponde a los habitantes del país en forma particular; por otro lado, la deuda se clasifica según la moneda es que está nominada, que puede ser en moneda local o en moneda extranjera (deuda interna y externa, respectivamente). La razón de esta diferencia está en que el estado tiene la posibilidad de emitir dinero legal, por lo que, al menos en teoría, por las deudas en pesos no puede caer en “default”. Es el caso típico de Estados Unidos, donde, como su moneda es aceptada mundialmente, no hay diferencia entre deuda interna y externa, y no hay una preocupación mayor por su alto endeudamiento público.
Este análisis se puede visualizar fácilmente en un cuadro de doble entrada: en las columnas PÚBLICA o PRIVADA y en las filas INTERNA o EXTERNA. Según la Oficina de Presupuesto del Congreso al primer semestre de este año, la deuda pública del gobierno central (sin incluir a las jurisdicciones provinciales ni el Banco Central), era:
(La deuda pública interna era de 166,54 billones de pesos que, para hacerla comparable, se expresa convertida en dólares).
La historia de la deuda en nuestro país se remonta a 1824, con un préstamo de Baring Brothers, cuyo destino era la construcción del puerto y dotar a la capital de aguas corrientes. Mario Rapoport escribió una interesante historia de la deuda argentina (“Tiempos de crisis. Vientos de cambio” Ed. Norma, 2002) donde encuentra períodos de intenso endeudamiento externo (1862-1873; 1880-1890, que culminó en crisis económica y renuncia de Juárez Celman; 1976-1981, durante la dictadura y bajo la política neoliberal de Martínez de Hoz y 1990-2001, durante la “Convertibilidad”, que culminó con la crisis del 2001 y la declaración del “default”.
En el año 2003, fecha en que inició su gobierno Néstor Kirchner, la deuda total era de 172.979 millones de dólares (63.833 millones en “default”, 31.362 millones a organismos internacionales y 77.784 millones préstamos garantizados o posteriores al “default”.
En ese año (2003), en la asamblea del FMI y Banco Mundial se hizo una primera oferta de reestructuración de deuda, que fue rechazada por ambos organismos y por los acreedores. También se rechazó una propuesta mejorada presentada al año siguiente. Finalmente, en el 2005, se hizo una nueva, que fue aceptada por el 76% de los acreedores. Lo importante de la reestructuración fue, además de la quita, los nuevos plazos de vencimiento, la conversión a pesos del 37% de la deuda (en la deuda original era sólo del 3%) y la baja a un tercio de la tasa de interés. En el 2010 se completó la reestructuración llegando al 91% de adhesión; quedaron afuera sólo los fondos buitres que reclamaron judicialmente.
En el año 2006 se canceló íntegra la deuda de 9.500 millones de dólares con el FMI (lo mismo hizo Brasil), liberando al país de la tutela del organismo internacional, que venía desde 1955.
El ciclo kirchnerista, que había comenzado con una deuda bruta de 173 mil millones de dólares, entregó el gobierno 12 años después con una deuda bruta de 157,8 mil millones, en gran parte en moneda local, con vencimientos escalonados en el tiempo y a una tasa de interés conveniente, que permitía ser atendida sin mayores problemas.
Macri inició su gobierno pagando a los fondos buitres lo que reclamaban, sin negociar el monto y sin considerar el apoyo internacional que el país había reunido en su lucha contra los mismos. Un segundo grave error fue abrir al país al capital extranjero, lo que produjo una elevación del endeudamiento global. En el año 2018, debido al endeudamiento creciente, los mercados internacionales comenzaron a retacear su apoyo; en esas condiciones, el gobierno anunció un crédito del FMI por unos 57 mil millones de dólares. Existe un informe de la Auditoría General de la Nación que señala 1) el importe supera la capacidad de endeudamiento del país; 2) No se cumplieron los requisitos legales internos para la toma del crédito, y 3) se violaron las noemas vigentes del propio Fondo.
Lo que sigue es historia reciente: la deuda pública externa no ha crecido, no por virtud sino porque nadie quiere prestarle al país.
Por otro lado, en estos días se está viviendo un “veranito” cambiario, con baja del dólar “blue” y caída del riesgo país debido al blanqueo de capitales en vigencia. Pero es una situación de corto plazo.
A mediano plazo continúa el problema de la falta de dólares. Como señalaron varias consultoras, según el presupuesto 2025 se esperan exportaciones por 104 mil millones de dólares e importaciones por 83 mil millones, lo que implica un superávit comercial de 21 mil millones; pero el 20% de las exportaciones se liquidan por el mercado financiero, por lo que el ingreso de dólares al Banco Central rondaría los 83 mil millones, el equivalente a las importaciones. Pero durante 2025 hay vencimientos de deuda externa por 14.450 millones de dólares (5.500 de capital y 8.950 de intereses).
La restricción externa (con su faltante de dólares) y el fantasma del “default” siguen en el horizonte.
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