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Dice que Tilda tiene “cuatro direcciones como el poema”. Pero el libro tiene más direcciones y no un centro. Entrecruzan caminos, senderos, sendas. Pasajes de una atmósfera a otra, de un plano al siguiente, y así. Tilda Swinton es una imagen, un símbolo andrógino que gira en el aire como David Bowie y su arte es un abanico de posibilidades. Como la música para Bowie, es un punto de partida, un trampolín, un lugar desde donde escalar o zambullirse.
Y entonces, Tamara Padrón Abreu arranca con su poema-novela: cada texto parece un fragmento lleno de fragmentos, como un rompecabezas razonado hasta la exasperación para que cada pieza combine con su par, con su complementaria, con su antagónica. Y allí nace la poesía, en un enorme mosaico que pretende abarcar el mundo, en un mural gigantesco que relata una historia que está detrás de la historia, una biografía que inventa la verdadera vida de la actriz: esa vida que se imagina con el filtro de la distancia tanto geográfica como cultural.
Esta poesía de Tamara Padrón Abreu necesita de la enumeración (casi) caótica. Recordemos que todo está razonado, hasta la realidad paralela se integra racionalmente. Hay una biografía de Tilda, que se mezcla con crónicas e historietas. Incluye menciones de personajes históricos, del ambiente deportivo, remedios (psicofármacos), comidas (esos famosos huevos estrellados, acaso versión chicana de los huevos fritos tan criollos).
El libro parece estar dividido por las ilustraciones o por los cartelones que la poeta incluye a manera de graffiti, como esas viejas pintadas políticas cuando no había punteros sino jetones en las organizaciones populares. Y aquí va una mención del padre que no está, de ese padre con quien en unos pocos meses “incineramos el mundo/ hasta que se volvió imposible/ sobrevivir a esta unión, luego la ausencia/ y ya nunca más pude pronunciar tu nombre” (“Goce en el diván”). Es el padre que “está enterrado en un lugar impreciso” del que se pregunta si “¿Habrá un registro/ para los muertos no declarados?/ Me pregunto, qué tan común puede ser una fosa” (“Sustituciones”).
Aun con esa concesión a una poesía de hace décadas, en la que lo político vertebraba las imágenes y los poemarios, este libro tiene una innegable pertenencia generacional: su estética, sus imágenes, sus alusiones se relacionan estrechamente con el mundo audiovisual de finales de los años ochenta y la década de 1990 completa: el boxeador Uby Saco, el animador Leonardo Simons son dos ejemplos. Las películas que cita y los poemas-manifiesto (“Postales”; “Filosa”; “Finalísima”) construyen ese edificio. Y los momentos de amor, de erotismo, tienen esa desolación, ese desencanto que transparenta en los textos de, por caso, Alejandra Pizarnik o Irene Gruss y, más acá, Macky Corbalán. Es una suerte de ironía descansada que permite soportar el desengaño, la conciencia de que el amor es una experiencia tan irreductible como sin retorno. Y más que una experiencia, una condición de la existencia que se alimenta del (y alimenta al) poema.
Tilda tiene una edición previa de 2021, en la serie Les desatormentades, de Ediciones de La Grieta que además lleva el subtítulo de (o los animales saciados).
Tamara Padrón Abreu: Tilda. Prólogo de Malú Urriola. Ilustraciones de Florencia Nobre. Colección Derivas poéticas. San Martín de los Andes (Neuquén), Ediciones Las Guachas, 2023. 76 páginas.
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