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En charla con un ex gobernador del MPN, entonces en ejercicio del gobierno, que se proponía acometer una de las tantas “reformas políticas” que pasaron sin pena ni gloria, este cronista le preguntó si no pensaba introducir la segunda vuelta electoral. La pregunta no era ingenua porque no pocos en la oposición venían reclamado ese cambio a lo largo de los años, con la esperanza de unirse para desalojar al partido provincial de su prolongado ejercicio del poder. La respuesta fue inmediata y contundente: “la segunda vuelta o balotaje, es antidemocrática. Por qué habría de introducir el MPN una cláusula contraria a las mayorías. El que gana, aunque sea por un voto, gobierna”.
El “ballotage” o segunda vuelta es ajeno a las Constituciones de 1853 y 1949 y fue introducido en la Argentina por la dictadura militar autodenominada Revolución Argentina durante el gobierno del dictador Alejandro Lanusse, precisamente para posibilitar la derrota de la fuerza política mayoritaria, es decir del peronismo que había sido desalojado del poder por otra dictadura sangrienta: la “Revolución Libertadora”. Esta vez el supuesto era que el peronismo ganaría la primera vuelta con menos del 50 por ciento de los votos pero luego el amplio espectro de los partidos minoritarios unidos por su antiperonismo, terminaría arrebatándole el poder.
El proyecto de Lanusse era legalizar a un peronismo sin Perón, desodorizado, desaborizado e inocuo, para derrotarlo en las urnas, fue lo que bautizó como el Gran Acuerdo Nacional, que tenía como frutilla del postre a su propia persona: Lanusse presidente. Como se sabe, aquella alquimia salió muy mal, Perón unió a todo el campo popular, le torció el brazo y el 20 de Marzo del 73 el peronismo volvió al poder de la mano de Héctor Cámpora.
Fue la defección de un peronista lo que permitió introducir, en la reforma constitucional del 94, la segunda vuelta. El Pacto de Olivos, sellado entre Alfonsín y Menem, contuvo una serie de concesiones a la oposición a cambio de la ansiada reelección del segundo, entre otras cuestiones se incorporó la segunda vuelta, la elección directa del intendente de la capital federal, la eliminación del Colegio Electoral, el tercer senador para la principal fuerza de la oposición (entonces la UCR) y otras cuestiones, ninguna de ellas positivas para el país a la luz de lo que viene ocurriendo desde entonces.
Si Menem no fue coherente en la defensa de los sectores populares que abrevan en el peronismo, Alfonsín tampoco lo fue en defensa del tan mentado “republicanismo” de los radicales. Este cronista todavía recuerda que un par de meses antes le tocó entrevistarlo. El tema de la reelección ya estaba en el candelero y cuando le preguntó por él, Alfonsín contestó rotundamente, palabra más palabra menos: “estoy totalmente en contra, la Constitución del 53 es sabia y la reelección lo único que logra es eliminar la alternancia, vital para la democracia, y facilita la perpetuación en el poder de modelos autoritarios o dictatoriales”.
A riesgo de hacer pesada esta introducción, diremos que es necesaria para recordar que el ganador real de las últimas elecciones, a pesar de que el gobierno de Alberto Fernández había defraudado parte de las expectativas populares, fue Sergio Massa, quien se impuso en las generales y luego fue derrotado por la alianza antiperonista que ungió a Javier Milei.
El actual presidente sólo obtuvo poco más del 29 por ciento de los votos, ese es su núcleo, compuesto en su mayoría por sectores jóvenes, despolitizados, inmersos en la economía informal o desilusionados por el incumplimiento de las promesas electorales del último gobierno peronista. Pero quien inclinó el fiel de la balanza fue el antiperonismo, nucleado en la UCR, el Pro y el partidito de Elisa Carrió.
Lo mismo puede decirse de la elección del 2015, que ganó el peronismo (de la mano de Daniel Scioli), y cuyo triunfo le fue arrebatado en la segunda vuelta por Mauricio Macri.
Lo hemos dicho desde este mismo espacio y desde Radio Nacional (cuando era nacional y era radio), después de la derrota de Juntos por el Cambio, el antiperonismo se unió y se encolumnó detrás de una figura desbocada y lunática que prometía destruir el Estado con una motosierra. Lo hizo para impedir que el peronismo gobernara otra vez y como los dislates de Milei eran bien ostensibles está claro que pesó más el atávico antiperonismo que la racionalidad, y que entre la democracia y el abismo se eligió este último. Pues bien, estamos en el abismo.
La Argentina camina hacia la destrucción de la mano de un presidente mesiánico que sueña con ser un líder mundial mientas lleva adelante en el país un plan de destrucción del Estado y las instituciones trazado por el poder económico más concentrado y elaborado por los estudios de abogados más encumbrados de la capital federal.
Milei rompe todo lo que encuentra adelante, el trabajo, la industria, la educación, la salud, los ingresos de los trabajadores y la clase media, la soberanía, los derechos laborales, la ciencia, la investigación, las normas… solo beneficia a los poderosos librándolos de impuestos y sumándoles privilegios. Peor aún: está involucrando al país en conflictos internacionales con los que nada tiene que ver, mientras enfrenta a sus tradicionales socios regionales e internacionales.
Parece odiar a los argentinos y se sostiene gobernando por decreto, avasallando constantemente la Constitución y las leyes, y cuenta para ello con el apoyo, cada vez más dudoso, de las minorías parlamentarias antiperonistas que se debaten entre la perplejidad por los dislates presidenciales y su afán por distinguirse de lo que la prensa canalla y la justicia vendida han logrado que se convierta en una suerte de “mancha venenosa” llamada peronismo o kirchnerismo.
Milei y sus mandantes están destruyendo la democracia argentina y el sistema de convivencia nacional.
¿Hasta cuándo?
La decisión de Cristina Kirchner de acceder a la conducción del partido Justicialista parece enderezada a unir a todos los sectores y articularlos bajo una conducción que permita enfrentar con la mayor contundencia a este gobierno antiargentino.
Pero debe hacerlo con todos, en primer lugar con Axel Kicillof, que fue reelecto como gobernador de la provincia más rica y poblada del país, pero también con el resto de los gobernadores empezando por Eduardo Quintela -que también se comportó con valentía y lealtad- y siguiendo por todos los intendentes y dirigentes que han obrado con coherencia frente a esta suerte de dictadura civil que vive el país.
El peronismo unido, tiene que examinar detenidamente los errores cometidos y elaborar una propuesta que sea capaz de poner dique a la locura que vive el país, al tiempo que debe elaborar un nuevo proyecto capaz de volver a concitar la adhesión de todo el campo popular.
Hay muchos cambios que hacer en la Argentina pero antes hay que frenar la ofensiva criminal de la derecha.
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