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El viejo mundo liberal es un mito decimonónico alentado por los británicos a partir de la revolución industrial de fines del siglo XVIII, resumido en la teoría de la división internacional del trabajo creada por David Ricardo: si cada país se dedicara a producir sólo aquellos productos en los que tiene ventajas relativas, con el intercambio, todo el mundo se beneficiaría. Una especie de nueva versión del milagro de la multiplicación de los panes del Nuevo Testamento.
Ricardo supone ventajas relativas estáticas, que no varían en el tiempo, y la aplicación práctica de su teoría es Gran Bretaña como único taller industrial del mundo y el resto proveedor de materias primas y mercado para la producción industrial. Este mundo ideal (para los ingleses) en realidad nunca llegó a institucionalizarse y su influencia se limitó a los libros de economía y fue utilizado como medio publicitario para convencer a los países dependientes de las virtudes del libre comercio (y se la suerte que tenían de ser semi-colonias de Su Majestad la reina, Victoria en el siglo XIX o Isabel en el XX).
Se rebelaron contra la división internacional del trabajo los Estados Unidos que, especialmente después de la guerra de Secesión, conformaron un estado común con medidas proteccionistas para desarrollar su industria, y Alemania, que comenzó como unidad aduanera de los distintos estados hasta conformar un estado industrial y moderno, En Asia inició Japón y le siguió Corea del Sur y los países asociados, culminando con la industrialización de China.
En realidad, la leyenda liberal quedó herida con la guerra de 1914 (de redistribución colonial) y por crisis del capitalismo de 1929 y no murió debido al esfuerzo de quienes dominan al mundo para reflotarla, en los años ’70 del siglo XX, como neoliberalismo. Debería persistir sólo como curiosidad bibliográfica de los libros sobre economía del siglo XIX, como los pertenecientes a la escuela austríaca, de la que se dice seguidor el presidente Milei.
Que hoy alguien se dedique a estudiar esta teoría económica del silo XIX no debería molestar a nadie; sería equivalente a quienes gozan estudiando a los clásicos griegos y romanos, lo que hace a nuestra cultura. Lo que sí es grave es que alguien, en pleno siglo XXI, y con poder, pretenda llevar a la práctica las recomendaciones de Ricardo y su división internacional del trabajo. Que es lo que procura hacer Milei, con un daño al país difícil de reparar.
Aunque nuestro presidente pretenda negarlo, desde mediados del siglo XX, luego del fin de la segunda guerra, los estados nacionales se han preocupado por el desarrollo de sus mercados internos, la industrialización como forma de modernización y la creación de espacios comunes transnacionales, procurando ampliar el mercado para colocar su producción. En particular la Unión Europea, que se inició como la Comunidad Europea del Acero y del Carbón y fue creciendo hasta conformar la realidad actual, mostró que la unión de países con similar nivel de desarrollo permitía el intercambio “intraindustrial”, con la especialización (y abaratamiento de los costos de producción), haciendo posible el desarrollo simultáneo de todos.
Es la idea detrás de la creación del Mercosur, según el Acuerdo de Asunción firmado en 1991 por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay,con la finalidad de crear un mercado común basado en tres condiciones fundamentales: 1) el establecimiento de un arancel externo común (esto es, que las partes den el mismo tratamiento arancelario a los bienes que provienen de países que no integran el bloque); 2) una política comercial común con relación a terceros Estados) y 3) la coordinación de posiciones en foros económico comerciales regionales e internacionales.
El Mercosur se autodefine “un proceso abierto (que tiene) como objetivo principal propiciar un espacio común que genere oportunidades comerciales y de inversión productiva”; busca una integración con rostro humano basado en la democracia y desarrollo económico y con acuerdos migratorios, laborales, culturales y sociales. Sus idiomas oficiales son el castellano, portugués y guaraní.
Con posterioridad a su creación se incorporó a Venezuela (suspendido durante el intervalo de gobiernos conservadores de Bolsonaro en Brasil y Macri en Argentina) y está a punto de ingresar Bolivia.
En el proyecto ultraliberal del gobierno de Milei no hay espacio para el Mercosur. Lo mostró con la ausencia presidencial en la última Cumbre de Jefes de Estado del bloque, prefiriendo estar presente en un encuentro de extrema derecha en Camboriú, de ninguna utilidad para el país y, especialmente, cuando presentó en el Mercosur la propuesta de terminar con la política comercial externa común establecida en el Tratado de Asunción, proponiendo que los Estados Parte puedan negociar individualmente (y no como grupo) acuerdos con otros países. Esta política dejaría de lado el proceso de integración económica, social, cultural y política conseguido luego más de tres décadas de esfuerzo común.
Tampoco ve con buenos ojos (“porque no hay plata”) al proyecto brasileño de corredor vial interoceánico que uniría, en paralelo al trópico de Capricornio, a San Pablo en el Atlántico con Antofagasta en el Pacifico, atravesando Brasil, Paraguay y Salta y Jujuy en Argentina, que implicaría una herramienta de desarrollo al noroeste argentino, con la posibilidad de incrementar el intercambio comercial con Asia oriental.
El “topo” que quiere destruir al estado argentino desde adentro, también pretende destruir las instituciones de integración regional, como el Mercosur, y, en forma similar, también Unasur o, el más importante desde el punto de vista de la política internacional, el CELAC.
De todas formas, el daño mayor lo ha producido con el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) al que, luego de años de esfuerzo diplomático y con el apoyo principal de Brasil y China, se logró la incorporación de nuestro país, Milei renunció a ella “porque no hace negocios con comunistas”, Ahora, 6 meses después, se da cuenta del error: China es uno de los principales mercados de nuestra producción y un inversor fundamental, para el que no encuentra reemplazo en el mundo. Entonces declara, sin ningún prurito, que “China es un socio interesante” y que piensa visitarlo próximamente.
Pero es tarde., Muchos países se postulan para reemplazar a Argentina e ingresar en su lugar al BRICS; incluso parece que quien más posibilidades tiene es Turquía, miembro de la OTAN pero que, en este caso, es apoyada por Rusia.
Queda pendiente una duda ¿Nadie va a pagar por el enorme daño que producen para el presente y futuro de nuestro pueblo las políticas internacionales erróneas?
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