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Es cierto que las miradas difieren según donde esté ubicado quien mira. Una empresa de relevamiento científico con las más avanzadas tecnologías a finales del siglo XIX se cristaliza en fotografías que acompañan la campaña militar contra el indio, ese enemigo inventado por la civilización una vez vencido el gaucho. Es cierto que en Patagonia se desmoronan los edificios ideológicos que construye pacientemente el poder. Cierto también que cuesta, porque el poder tiene sus delegados locales. Las fotografías, en este caso, son las mismas. Cambia la mirada y todo se transforma.
Pincén con uniforme militar y Pincén con chiripá y lanza son el mismo y no. Una imagen de estudio, con trucos de maquillaje y escenario. Como si Lilia Lemoine hubiera viajado en el túnel del tiempo para caracterizar al personaje. Pero no: todo ocurrió en el estudio porteño de un fotógrafo nacido en Italia que acompañó el ejército de Roca: Antonio Pozzo. Él construyó su imagen de Pincén para mostrar un conjunto de gestos y atributos culturales que el poder acepta: el salvaje vencido, el salvaje con armas primitivas, el salvaje con sus numerosas mujeres juntas y no esa poligamia de baja densidad que tolera la burguesía.
El montaje de la imagen, dice el autor de este libro, se hace según el canon formal dominante, que reproduce las que se toman en los países centrales. La copia, la imitación no son otra cosa que reflejo del colonialismo que, se sabe, no es sólo económico sino, sobre todo, político y cultural. Y, en este caso, colonialismo interno.
Sin embargo, las fotografías enuncian aquello que quieren ocultar: no hay tanta distancia entre el salvaje y el civilizado; se asiste, con una obviedad inocente, a retratos de crimen y de sospecha sobre el mito de una Argentina blanca, europea, potencia, civilizada, granero (proveedora de litio y gas) del mundo. Como si fuera un ciclo discursivo, el momento de Roca parece saltar el tiempo y aterrizar en la Argentina de 2024.
Las fotografías revelan las jerarquías: en unas, los jefes militares hasta el grado de sargento, con uniformes, cabalgaduras y pertrechos impecables y del otro lado, la tropa. Si parece que los soldados están hermanados con los mapuches vencidos. Todos juntos, como en Malvinas, hambreados, estaqueados, rigoreados por la oficialidad. En la segunda y tercera parte del libro, la pirámide social pone en el sitial de héroes otra vez a los militares pero incorpora a viajeros, a comerciantes, a aventureros. Europeos en busca de despejar incógnitas, de descubrir mundos, de hacerse ricos. Comerciantes y periodistas apoyados por empresarios que fundaron prosapias (los Menéndez, por caso), que cambiarían la persecución a los originarios con la represión a los obreros levantiscos. Pero eso es otra historia, por ahora.
Lo Presti pone sobre la mesa las fotografías de los archivos y su interpretación, anticipa que Edgardo Moreno y Carlos Encina transforman, con su trabajo entre los últimos años del siglo XIX y los comienzos del XX, la imagen de brutalidad que le había adjudicado a los indios la literatura (cfr. La Cautiva y Martín Fierro) y presentan a los “salvajes” como “domesticados”, gente fiel, obediente. No son ya los bravos que maloqueaban al norte del Salado.
Desde ese punto de partida, Lo Presti desmonta esa idea de un Estado paternalista que otorga un lugar en la sociedad al “buen salvaje”, o indio inocente. Nada inocente es la epopeya cruel de Francisco Pascacio Moreno y su museo-cárcel en La Plata, donde recluye hombres y mujeres salvados de la distribución en estancias y hogares para el trabajo esclavo. Bajo su mirada, serán casos científicos.
Pablo Lo Presti: Ojos crueles. Historias de la fotografía en Patagonia. 1879-1950. Trelew (Chubut), Remitente Patagonia, 2019, 254 páginas. Ilustrado.
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