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El día de gloria ya ha pasado. Ya es ayer, y cuando la ultraderecha vomita en público sus obscenidades racistas, no es la izquierda la que sale a confrontarla, sino otra versión de la derecha, la "democrática" o moderada, que vendría a ser lo que podemos llamar la "partitura" Macron en clave de Sol, por ejemplo. Ocurrió en los últimos "olympiques" celebrados en París, que ya han terminado, como la guerra de Alain Resnais.
Ironías de la globalización, podría decirse. Pero hay algo más que eso.
Que la izquierda no salga a agitar las banderas que la vieron nacer en Europa y en todo el mundo, se debe a que sus dirigentes, apresados en un desarme ideológico ciertamente insólito y sin precedentes, han sido cooptados por una suerte de "falsa conciencia" althusseriana que los hace devenir el mismo perro con distinto collar, según así lo percibe la multitud. Se trata de derrotados en busca del tiempo perdido... y el tiempo urge. Por eso se apresuran a disponer, por lo menos, de un "poder" que nunca pudieron "tomar", y entonces, optan por reproducir cualquier remedo bajo formas diversas, o con el aspecto que sea con tal de que esa apariencia fantasmal les brinde la ilusión de que son algo más que gastadas medianías. Y eso ocurre no sólo en la política, sino también y muy frecuentemente, en las organizaciones de la sociedad civil. Abundan allí los autoritarios y autoritarias que, en cada caso, no pueden exhibir un pasado sino sendos rubores de orden codovillista, trotskista o maoísta.
Todavía dicen perseguir como desvelo nobles ideales: la justicia social, un régimen penal para adolescentes "no punitivo...” y poco más. Se autoemperifollan, para acometer tan ardua "militancia", con órdenes académicos que ayer despreciaban como veleidades pequeñoburguesas. Han adoptado estrategias existenciales -que las canas de la decadencia no logran disimular- como patético recurso apuntalador del afán de pertenecer. Suelen haber obtenido, al cabo de un tiempo largo que desafiaba la prudencia, alguna "licenciatura" en generalidades del tipo "post", según títulos expedidos por ignotas universidades fundadas de apuro por gobiernos reputados de pésimos que transitaban el final de sus días acosados por la ira popular.
Decir "la izquierda" nos remite al "idioma analítico de John Wilkins" -texto extraño que últimamente acosa mi vigilia con también extraña obstinación-, monstruosa descripción borgeana de un lugar donde toda materialidad ha desaparecido y, con ello, toda existencia se vuelve ilusoria y virtual al no haber ya más espacio físico para la yuxtaposición, el encuentro y la interacción.
Esta inapelable reducción a la irrelevancia que sufre la izquierda podría ser investida de "efecto" deletéreo de la globalización capitalista sobre las antiguas configuraciones impugnativas aunque, si bien se mira, esa "izquierda" ya venía cavando su propia fosa desde antaño y no es de ahora su patética condición: pues así como, en su momento, al anarquismo español le debimos a Franco, al "maoísmo" chileno le tuvimos que agradecer su granito de arena por legarnos a Pinochet, y al PC argentino la inculcación, en las escasas conciencias proletarias a las que tenía acceso, de confianzas en enemigos de clase que no eran evidentes sólo para ese patético partido. En cuanto al trotskismo latinoamericano, siempre ha tenido mejor sintonía ideológica con el Departamento de Estado que con las izquierdas de sus países de origen. Sin embargo, unas y otras de las pequeñas sectas en las que siempre se dividía, cada una de ellas adoleciendo de sendas taras de purismo aparente y extravío delirante, incurrían en lo que -buenamente- podríamos computar como error y no como algo peor que, además, tal vez no quepa imputárselo a ellos, sino a las propias usinas ideológicas de un "enemigo imperial" al que decían combatir pero que -más listo que ellos- los apresaba en la telaraña de su diversionismo ideológico, inadvertido pero eficaz para confinarlos al desprestigio.
Los demás no están mejor. Alberto y Aníbal Fernández han devenido parte del "Estado profundo" del peronismo. Pero estos Estados son opacos de tan profundos y la Argentina de hoy si algo no necesita es opacidad y si de algo está sedienta es de transparencia.
La Argentina, país al que detestan casi todos los demás pueblos de América Latina, ha logrado también ser mala palabra en la siempre ecuménica Francia. Si se sumaran las sinapsis de Enzo Fernández a las del Dibu Martínez, el resultado de tal adición sería el mismo que antes de tal operación neurológica. Habría, claro, que subir también a Milei al tren fantasma de la ofuscación celeste y blanca, quien "defendió" las burradas del dúo de futbolistas en nombre de una patria de la que siempre hizo befa y con estulticias propias de un convaleciente recién egresado de Charenton... o del Borda, que es su versión criolla.
Este lisiado mental, cuya vulgaridad espiritual excede la aptitud del idioma para describir una patología presuntamente anclada en confusiones activas a la hora de procesar un imaginario normal sobre la genitalidad humana, acaba de prorrumpir en un exabrupto a tono con su calidad moral y con la silenciosa coreografía de fondo de la "democracia" argentina que, a través de sus medios "independientes", no encuentra objeción alguna a las obscenidades que vomita el quídam cada vez que su desequilibrio anímico se le torna ingobernable. En efecto, ahora dice, del poder legislativo de la Nación, que está integrado por "degenerados", como antes supo insultar en modo soez al presidente de Brasil para, inmediatamente, verse en la obligación de agradecerle por haber ayudado a la Argentina a solucionar el problema de unos violentos "guarimberos" venezolanos escondidos en nuestra embajada en Caracas...! Semejante inepto, pareciera, no puede seguir siendo presidente de los argentinos sin que graves perjuicios afecten nuestro prestigio e, incluso, nuestra viabilidad como país. El problema, en América Latina, no es Maduro, es Milei y los que lo usaron de polichinela para ponerlo ahí, como banco de pruebas a ver qué pasa si se dispone a hacer el trabajo sucio que hasta hoy ellos no habían podido o querido hacer (en primer lugar, los grandes estudios de abogados patronales de Buenos Aires, que le han diseñado la prioridad empresaria in totum: despedir cuando la empresa quiere y sin pagar por ese despido; que el trabajo asalariado les rinda mucho más que con los gobiernos "populistas", de eso se trata en lo esencial). ¡Que yo no pueda despedir a un tipo que me cacerolea en la puerta...!, se queja uno de estos rábulas asumiendo que es él el que despide y no el empresario que lo contrata y le paga un sueldo.
Por lo demás, la altura ética de Lula (que hizo caso omiso de las injurias de Milei y priorizó las cuestiones de Estado) está por encima, a todas luces, del "círculo rojo" y de la marioneta de ocasión que, irresponsablemente, esas corporaciones están usando en esta lúgubre coyuntura argentina y sudamericana.
También sopla un rancio y cálido sirocco de mal agüero en la provincia de Buenos Aires, que ha sido despojada de una obra que merecía más que ninguna y que estaba en condiciones de beneficiar grandemente a su población, y ello ha ocurrido como miserable represalia porque el gobernador de Buenos Aires, se halla en las antípodas ideológicas del tosco "economista" que los benaventeanos intereses creados incrustaron en el poder del Estado.
"Pero nadie dice que el enorme negocio no se hubiera realizado si no se exploraban nuevos yacimientos, y que eso no se hubiera hecho si no se nacionalizaba YPF y que la nacionalización de YPF la hizo el gobierno de Cristina Kirchner y que fue su ministro de Economía, Axel Kicillof, el que interesó a Petronas y el que inició las negociaciones. Mal que le pese a Milei, la enorme inversión no hubiera existido si no fuera por Cristina Kirchner y Axel Kicillof…".
Esto lo dijo ya hace unos días el ínclito Luis Bruschtein, ante cuya excelencia periodística huelga toda sintaxis.
De igual modo habría que decir de Alberto Fernández que pudo ser un deschavetado, un dolobuo lo que se quiera, incluso si se quiere decir algo peor. Pero lo que no podrá decirse nunca es que fue cruel con el pueblo cuando éste necesitaba protección, pues abrió y abasteció comedores, priorizó la obtención de vacunas y trabajó, dentro de sus evidentes limitaciones, para que todo saliera lo mejor posible, aunque ahora (y también antes) supiéramos que con ciertas políticas nada iba a salir ni medianamente bien. Pero todo eso prueba que los peronistas son más humanos que las derechas. Pero lo que tienen que demostrar no es eso -que ya se sabe- sino que son mejores,para la Argentina, que las derechas.
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