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En la mañana del domingo 21 de julio de 2024 en el pequeño pueblo costero de Rehoboth, en Delaware, Joe Biden, aislado por Covid, quizás escuchó las campanas de la iglesia y tal vez, como católico practicante y avezado político, comprendió que doblaban por él.
Cerca del mediodía, acompañado por sus dos asesores de años, Mike Donilon y Steve Ricchetti, publicó en la red X una breve carta presentando su renuncia a la candidatura presidencial para las elecciones del 5 de noviembre.
A 140 km de allí, en 1970, recién recibido de abogado, Joe había accedido a su primer cargo público, en el Consejo del condado de New Castle, donde había pasado su infancia.
En este mediodía de julio se cerró una carrera política de más de medio siglo. El medio siglo que los estadounidenses llaman “El Siglo Americano” y del que el octogenario renunciante fue un protagonista sustantivo.
Joseph Robinette Biden nació el 20 de noviembre de 1942, en un momento bisagra de la II Guerra Mundial. Mientras sus compatriotas combatían en Guadalcanal, en el Pacífico y se aprestaban a desembarcar en Marruecos y Argelia en el frente occidental, en el oriental, las fuerzas soviéticas comenzaban el asalto al VI Ejército alemán en Stalingrado.
Es el último político activo de la llamada “generación silenciosa”, sucedida por los “baby boomers”, nacidos después de la guerra, de la que proviene la mayoría de los presidentes a los que sirvió, menores que él.
En 1972, luego de dos años de consejero municipal, fue electo senador por el Partido Demócrata, en medio de una ola de triunfos republicanos, lo que otorgó fama nacional.
Fue reelecto en 1978, 1984, 1990, 1996 y 2002, siendo la persona que más años sirvió como senador en la historia estadounidense.
Ubicado en el riñón del Partido, Biden fue siempre el nexo con los republicanos y el hombre de consulta en temas de política exterior.
Muy cercano a Bill Clinton, fue decisivo en el giro de éste hacia las políticas neoliberales y fue un adalid de la expansión de la OTAN y el dominio “unipolar”.
Como presidente de la estratégica Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, apoyó decididamente la “Guerra contra el Terror” y las invasiones a Afganistán e Iraq, durante los gobiernos de George Bush Jr.
Luego de abandonar tempranamente su candidatura a presidente en las primarias de 2008, Biden integró la fórmula del triunfante Barak Obama a quién acompañó como vice en sus dos mandatos entre 2009 y 2016.
Allí volvió a jugar el papel estratégico que había tenido con Clinton, siendo el articulador de las relaciones con los republicanos y participando en las decisiones de política exterior. Realizó nueve viajes a la ocupada Irak entre 2009 y 2012 y trabajó en el armado de la invasión de la OTAN a Libia.
Por esas ironías del Destino, el hombre que había dedicado su vida política a la expansión del poder de la “nación indispensable” y a cultivar los acuerdos bipartidistas, cediendo incluso buena parte de las políticas históricas de los demócratas, accedió a la Presidencia en momentos de tener que administrar su declive.
Todo lo que había construido en los últimos 30 años se desmoronaba cuando asumió la conducción del Ejecutivo, el 20 de enero de 2021.
El político de los acuerdos encontró un país más dividido que nunca, con la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021 como su síntoma más preocupante.
Desplazados sus históricos interlocutores republicanos por la ola trumpista, gobernó asediado por la oposición en el Congreso.
Partidario convencido de la globalización liberal, ejecutó un programa económico proteccionista e industrialista, tratando de morigerar los efectos devastadores que ella produjo.
Defensor acérrimo de la política imperial, tuvo que afrontar la retirada de Afganistán, después de 20 años de guerra inútil, empujó el conflicto en Ucrania hasta forzar la invasión rusa y profundizó una confrontación económica y tecnológica con China de consecuencias imprevisibles.
Su política de sanciones y bloqueos económicos a un cuarto del planeta alimentó la pendiente del dólar como moneda de reserva y vehículo del comercio internacional
Su apoyo irrestricto a Israel en su genocida guerra en Gaza le quitó todo sustento moral a sus constantes discursos en pro de la democracia y los derechos humanos.
Con todo, seguramente no merecía la cruel campaña que, desde fallido debate del 27 de junio, le hicieron las cabezas del partido y las corporaciones que siempre defendió.
Biden nunca encabezó una red de poder dentro del partido Demócrata, a diferencia del matrimonio Clinton o Barak Obama y siempre tuvo un círculo pequeño de asesores
Su poder era el de su persona, por fuera de las facciones y el de una trayectoria que creyó su escudo.
Su legado será objeto de tanta controversia como el “Siglo Americano”, del que encarnó su esplendor y su declive.
Goodbye Joe.
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