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Estamos en el segundo semestre del año y no hay indicios de la recuperación económica en “V” ni de la inflación tendiente al cero por ciento, prometidos por el dúo Milei-Caputo. Al contrario: éste último, en lugar de habitar un mundo real, lo hace en uno de fantasía, mientras trata de asegurarnos que se vive “una recuperación de la actividad que se puede acelerar” (pero que no se nota) y que la inflación es sólo una sensación de los argentinos.
Sobre esto último cabe señalar que las sensaciones son percepciones subjetivas (y por lo tanto individuales) mientras que la inflación es objetiva y se “siente” en el bolsillo de cada uno al hacer alguna compra (claro que, como dijo Juan Perón, el bolsillo es el órgano más sensible del ser humano).
Simultáneamente, mientras sueña con el “déficit 0” y “crecimientos sorpresivos de la economía”, Milei busca desaforadamente a culpables de su fracaso; con la irresponsabilidad verbal que lo caracteriza (recuérdese que Caputo pasó de despilfarrador serial a ser “el mejor ministro de economía de la historia”; Patricia Bullrich de montonera asesina de niños a su ministro de confianza y, el máximo, el Papa Francisco, pasó de ser “un personaje impresentable y nefasto”, el “jesuita que promueve el comunismo” y “el representante del Maligno en la tierra” a ser “el argentino más importante del mundo), decíamos, busca culpables que pueden ser los Kirchneristas, los izquierdistas, los “economistas chantas” que opinan por TV e incluye a todos los economistas liberales, o, últimamente, los bancos que intentaron un golpe de mercado. Pero nunca la política económica equivocada.
Es que la inflación no es sólo un fenómeno monetario, como sostiene Milei, sino que indica desequilibrios macroeconómicos y obedece a diversas causas. En última instancia es una manifestación de la lucha por la distribución del ingreso nacional.
Pensando en que la emisión de dinero se origina fundamentalmente en el déficit fiscal, han buscado el “déficit 0”, y festejan el haberlo logrado contablemente, sin aclarar que es la consecuencia de no pagar deudas, parar la obra pública y desfinanciar la educación y la salud, políticas imposibles de mantenerse en el tiempo (¿Qué hacemos con las Universidades? ¿Las cerramos? ¿Y con los caminos sin mantenimiento? ¿Y con el derecho constitucional a una vivienda digna?).
Para evitar el déficit fiscal (que creen generador de inflación) cortan los subsidios a los servicios públicos que se compensa con el aumento de las tarifas, aumento que incide en forma directa en el gasto de las familias e indirectamente porque suben los costos de los productos que compran, aumentando así la inflación (el rebote de la inflación de junio a 4,6% mensual se debió especialmente a esta causa).
Ahora se anuncia “emisión cero”. Esto significa, por ejemplo, que los dólares que reciba el estado por las exportaciones no se van a sumar a las reservas, sino que se van a vender al mercado. Puede ser un buen negocio especulativo ya que compra al precio oficial y vende en el mercado paralelo (“blue”), hoy con una diferencia del 60%, pero deja varios interrogantes:
¿Qué va a pasar con el pago de la deuda pública? La respuesta que dan es que la deuda del Banco Central pasa al Gobierno Federal, que, se supone, el estado la va a cubrir con superávit fiscal (¡Requiere más ajuste!) o recurriendo a préstamos (¡aumento de la tasa de interés y más recesión!). Significa sólo un cambio del bolsillo pagador ¿Y con la deuda en moneda extranjera? Los dólares son un elemento escaso y no hay acceso al crédito internacional; inclusive el FMI negó que se estuviera negociando un nuevo acuerdo (no confía en el gobierno). Además, los exportadores tradicionales (productores agropecuarios) no tienen fe y prefieren especular y no vender su producción al actual tipo de cambio. Pero el gobierno se resiste a devaluar porque sabe que ello implica una disparada del índice de inflación, tal como ocurrió en diciembre pasado.
Los datos de la realidad económico-social muestran una caída del PBI (5,1% en el primer trimestre), a una industria trabajando al 50% de su capacidad, que (hasta abril pasado) cerraron 7.860 empresas y se perdieron 170.695 puestos de trabajo (informe de CEPA, julio 2024), que no vinieron nuevas inversiones, sino que siete multinacionales se fueron y hay otras tantas en crisis (“Ámbito Financiero” 13-7-24), que la pobreza, según la UCA, pasó del 44% al asumir este gobierno al 55% en marzo pasado y que la inflación de 7 meses fue del 125,5%
Es decir, lo cierto y concreto es que Argentina sufre una profunda recesión, que no hay indicios de recuperación, que el pretendido superávit fiscal está prendido de alfileres y que el aumento de la inflación está a la vuelta de la esquina.
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