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Javier Milei parece escaparse de la crisis por él mismo generada, imponiendo aprobación a sus políticas mediante consensos conseguidos con violencia.
No por su talento pero sí por su tozudez, Milei viene sumando hechos de espesura política que no pueden negarse: la aprobación de la ley Bases y el pacto de mayo-julio, le permitieron ocupar el centro de un escenario político vacío. Los hechos no son compartidos por gran parte de la sociedad política y mucho menos por el pueblo llano, y su sola persona pretende ocuparlo dando lugar para la vanagloria, renovando promesas de acuerdo a la ocasión.
Es evidente que ante un Parlamento sometido violentamente mediante la extorsión y el soborno, el apoyo de ciertos medios de prensa y el avance político en base a un flaco consenso, el presidente tiene un campo inmenso para desarrollar su personalidad política sin que nada ni nadie le salga al paso.
Se lo ve victorioso por la ausencia de competidores idóneos, que no terminan de mostrarse, y de partidos políticos que pierden iniciativa y fuerza. Con este panorama su supremacía se ensancha y crece.
Seguramente no faltará quien piense que hay momentos en que el repliegue de la actividad política democrática es una manera de tomar nuevo impulso para reaparecer cuando las circunstancias lo permitan. No obstante, se está cediendo tiempo y espacio a quien requiere de silencio y ausencia de objeciones en su entorno para avanzar en sus propósitos, por otra parte poco compartidos y ciertamente temibles en sus alcances por el daño que podrían llegar a infligir en la república.
Frente a este panorama debemos pensar en la irreversibilidad de lo que acontezca políticamente desde la visión ultra de Milei.
Por lo tanto, no puede dejar de pensarse en la responsabilidad que tiene la sociedad de organizarse para anteponer razones a lo que se viene. Y dentro de la sociedad aquellos que han abrazado la carrera política tienen una responsabilidad mayor para convocar, movilizar y debatir, ya que se juegan su propia vigencia como dirigentes.
El país cuenta con tradiciones afianzadas en la historia política que demuestran la falacia de las afirmaciones presidenciales de decadencia de cien años. No es cierto. La Nación configuró un sistema democrático que neutralizó interrupciones militares y cumplió 40 años de ejercicio. Avanza en la multidiversidad y la tolerancia. Fue ejecutor de las políticas del Estado de Bienestar más audaces de nuestra historia. Ha defendido, hasta la reciente sanción del RIGI (Régimen de Incentivo a Grandes Inversiones), su patrimonio de recursos naturales; ha fomentado la cultura de forma tal que ha sido ponderada internacionalmente por su perseverancia y talento; y ha adherido a una política de Derechos Humanos de generalizada admiración entre los países democráticos del mundo.
Hay valores para defender, hay evidencias para desmentir dichos maliciosos y hay voluntades para enfrentar la miseria moral.
Sin banderías, son los valores que hay que sostener y advertir a la sociedad los riesgos a los que se somete si no lo hace. Esa es la misión de la dirigencia y el objetivo es ganar las elecciones de medio término.
El récord del presidente, entrando más en detalle, consiste en haber hecho aprobar una ley francamente inconstitucional que no debió haberse siquiera debatido en el Congreso, y haber firmado un pacto con 18 gobernadores aprobando mandatos que la mayoría ya figuran en la Constitución Nacional. Y la sumisión en la firma de estos es síntesis de un aguante pronunciado frente a la arbitrariedad de Milei de negarles los recursos que por ley les pertenecen. “¡Firman o los ahogo económica y financieramente”!
Esos fueron sus méritos para lograr estar en la cima: la inconstitucionalidad y el chantaje.
El día que el silencio de los que hoy deberían ejercer la oposición se rompa con furia, nacerá una nueva camada de políticos y las políticas de Milei serán desplazadas.
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