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Michal Kalecki fue un destacado economista del siglo XX que presentó un esquema muy sencillo de la economía capitalista:
Con capital (instalaciones, máquinas y herramientas) e insumos preexistentes, se realizan las distintas etapas productivas hasta llegar al producto final (el ejemplo clásico es producción de trigo-molino harinero-producción de pan); en cada etapa productiva se le va agregando valor que se distribuye entre salarios y ganancia. Sumando estos componentes, al valor del producto final lo podemos descomponer en insumos preexistentes más valor agregado y, a este último, en salarios más ganancia, que corresponde al muy usado Producto Bruto Interno (PBI), y que conforma la oferta general de bienes del período:
Valor agregado = Salarios más Ganancias = P.B.I.
Por observación sabemos que el monto de salarios se gasta en bienes de consumo (si hay algún ahorro aproximadamente se compensa con el desahorro de otros actores), mientras que de la ganancia, los capitalistas gastan una parte en su consumo y al resto lo ahorran e invierten (ellos mismos u otros, mediante el sistema bancario).
El capitalismo es el primer sistema en la historia en que el destino del ingreso no es exclusivamente el consumo (incluyendo el consumo ostentoso e innecesario de las clases sociales ricas) sino la inversión en más producción.
La inversión cumple una doble función: es parte de la demanda de la producción actual de bienes y, por otra parte, aumenta el capital disponible por la sociedad, lo cual hace posible el crecimiento permanente de la producción (el desarrollo económico).
El paulatino incremento de los montos destinados a la acumulación productiva (inversión) fue generando un aumento de la productividad del trabajo, como así también las cantidades producidas, su abaratamiento y la mejora de los ingresos, tanto de los salarios como de las ganancias (lo que fue retroalimentando a su vez el monto de la inversión). Marx y Engels son críticos reconocidos del capitalismo industrial. Sin embargo, escribieron objetivamente en 1848 (personificando al sistema en su clase hegemónica, la burguesía): “… ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario. Hasta que ella no lo reveló no supimos cuánto podía dar de sí el trabajo del hombre (…) ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas; ha acometido y dado cima a empresas mucho más grandiosas que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas. La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social. (…) Ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?”. Esto lo escribieron hace 176 años; no podían imaginar todo lo que el progreso técnico iba a brindar en el futuro.
Ese aumento continuo del producto es el resultado de la acumulación productiva, de la inversión, que interesa por sus efectos: no solo el aumento de la producción directa sino, fundamentalmente, por el encadenamiento de actividades hacia atrás (provisión de insumos y maquinarias) y hacia adelante, es decir la posibilidad de nuevas actividades económicas: su efecto final en el PBI es muy superior al valor inicial (es el efecto multiplicador de la inversión). Para garantizar estos efectos existe legislación que obliga al “compre nacional” o “compre neuquino”, por ejemplo.
Con el RIGI (Régimen de Incentivos a Grandes Inversiones) todas las ventajas de la inversión auténtica desaparecen: 1) Se trata de inversiones para extraer la riqueza natural del país con el fin de la exportación (no genera actividades “hacia adelante”); 2) Se autoriza la importación libre de equipos e insumos (no hay encadenamiento hacia atrás); 3) Tampoco soluciona la crónica falta de dólares, ya que se les otorga libre disponibilidad de las divisas logradas por la exportación, ni deja grandes ingresos al estado, debido a que se les conceden grandes beneficios impositivos.
En resumen, para el país significa apenas unos pocos sueldos buenos (cada vez menores por el avance de la automatización) a cambio de la riqueza nacional, con la garantía que son privilegios intocables por 30 años y, en caso de controversias, serán resueltas en tribunales extranjeros.
Lo que se logra con el RIGI es la llamada “economía de enclave”: que se da en los países dependientes con actividades productivas de exportación que no se integran al mercado local.
Con el RIGI se está rematando la riqueza natural a precio de “ganga” y, con esa riqueza, el futuro mismo del país ¿No era que la Patria no se vende?
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