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Columnistas
02/06/2024

Aguafuertes del Nuevo Mundo

Bajo una crueldad que abruma

Bajo una crueldad que abruma | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

En el crepúsculo del día y de su vida Mariano regresa a casa experimentando el extrañamiento de algunos sentimientos y estados anímicos que la crueldad del momento procura inhibir sin contemplaciones. Carmen comparte sus aprehensiones y ninguno de los dos alcanza a explicarse la falta de reacciones acordes al volumen de lo resignado.

Ricardo Haye *

La tarde va muriendo con un frío de escándalo cuando Mariano cruza la plaza semi desierta. Apenas se ve a una parejita en el banco bajo el sauce. Parecen ajenos al mundo, perdidos en sus arrumacos y promesas ilimitadas.

A Mariano lo sigue cautivando su propia sorpresa: los tortolitos no deben tener más que dieciséis o diecisiete años y desparraman almíbar en un aura que los envuelve. Sin detenerse, porque ansía llegar a casa antes de congelarse, el jubilado razona que un acto de ternura casi parece fuera de lugar en estos tiempos de crueldad extrema.

Mientras espera que se caliente el agua pone el televisor que, cuando no es por Gimnasia, siempre está en algún canal de noticias. Viejo tripero, Mariano no se deja tentar ni siquiera por un arranque prometedor de campeonato. Ya son demasiadas decepciones y eso de “nacidos para sufrir” se ha hecho carne sobre sus huesos destemplados.

Vuelve a conmoverse el viejo jubilado: primero fue la extrañeza por la manifestación de la ternura y ahora la rareza ante un atisbo mínimo, insignificante, de esperanza deportiva.

Son estos tiempos desangelados”, piensa Mariano casi al borde de la autocompasión.

La pantalla vomita su cuota diaria de barbaridades y el hombre piensa que ahí está parte de la explicación del desfallecimiento de la ternura y las quimeras. ¡Claro que no en el televisor, hombre, que todavía no tiene uno las neuronas tan quemadas! Pero sí en esa porción de realidad que nutre los noticieros y que retrata la ferocidad del momento.

No le hacen falta las cifras ni las estadísticas que agobian con su enunciación. Basta con ver el número creciente de personas en la calle, los chicos pidiendo, los mayores revolviendo basura y contrastarlo con las cinco toneladas de alimentos que se pudren en los galpones del gobierno.

Ese muñequito de torta que habla cada mañana intenta dar explicaciones que no aclaran nada, porque es imposible argumentar en favor de la crueldad. ¿Cómo vas a justificar que teniendo comida amontonada y venciéndose se la negás a familias que la necesitan? Y, peor aún, ¿de qué modo defendés la decisión de apelar un fallo de la justicia que ordenó liberar y entregar esos víveres a los hambrientos?

Por estos días hay un político que parece estar de moda. Sacó cuatro votos y medio pero ahora resulta que aparece en todos los canales. Si existiera Utilísima seguro que también iba. Bueno, el sujeto en cuestión dice que la gente tiene que volver a comer en su casa y no concurrir a comedores comunitarios. Es pintoresco el tipejo. Tal vez por eso llama la atención. Pero sus afirmaciones ni siquiera consideran que en las casas humildes ya no se puede pagar el gas. ¿Con qué quiere que preparen la comida?

Mariano se acuerda de Jaime, un médico amigo que supo dirigir el hospital del pueblo. Más o menos para esta época del año le decía, lleno de preocupación: “ya llega el tiempo de los incendios y de los muertos por asfixia”. Noble y todo como es, la leña requiere cuidados para que no se convierta en una trampa mortal.

Pues ahora mismo, ni plata para la leña hay.

Desde hace unos meses, Mariano no vacía el mate de la mañana. Usa la misma yerba para las infusiones de la tarde. En esos galpones impiadosos que le sustraen las vitaminas al pueblo se pudren más de un millón y medio de kilos de yerba y también 460 mil kilos de leche en polvo. Hay 39.000 kilos de arroz con carne que nunca llegaron a mesas que los necesitan. Desde las fiestas de fin de año que parecen tan lejanas, quedaron atrapados en las jaulas del gobierno 117 mil kilos de pan dulce, que no iban a transformar el país, pero que hubiesen ayudado a mantener vivas un ratito más las ilusiones de que empezaba un año mejor.

Ahí llega Carmen, con las compras del mercado. Cada vez pesa menos la bolsa que carga la patrona. No es que antes fueran derrochones. Los viejos vieron que sus jubilaciones se desplomaban en pocos meses y se sorprenden por la insignificancia de la respuesta social ante ese derrumbe. Es como si una disfonía inoportuna pero también inexplicable hubiese trastornado la capacidad vocal de la gente. ¿Cómo no se escuchan gritos más potentes, quejas más poderosas?

¿Sabés, Menchu? Ahora le llaman ‘resiliencia’ -le dice Mariano a Carmen-. En nuestra época era ‘resistencia’ no más. Y no era porque aguantábamos lo que viniera, sino porque enfrentábamos lo que quería controlarnos”.

¿Sería así, viejo? -contesta y pregunta a la vez la mujer-. La verdad es que me cuesta creer que el piberío de hoy tolere sin una queja todo lo que pasa…”.

Pues el presidente dijo que si la gente no llegara a fin de mes ya se hubiera muerto, Carmen. Y lo dijo con un desprecio, como si no le importara un comino, que llama la atención que nadie se haya sulfurado cuando lo escuchó. A mí, te aseguro, todavía me revuelve las tripas”.

A esta gente le faltan sentimientos, Mariano. Lo vemos todos los días. Pero lo grave sería que eso mismo nos pase a nosotros. ¡Mirá si la población empezara a reaccionar como el gobierno!”.

Es que a veces me parece que vamos en ese camino, Menchu. Porque si no ¿cómo me explicás que el PAMI haya cortado la entrega de medicamentos contra el cáncer y no hayamos tenido una reacción a la altura de ese atropello?”.

Ninguno de los dos lo entiende. Y, si queremos ser justos, uno tampoco.

En el área de la salud el recorte alcanzó a los 150 millones de dólares. Hubo enfermos a los que les cortaron el suministro de la medicación. Unos pocos consiguieron que se la repongan, pero para que eso ocurriese tuvieron que recurrir a la justicia.

Las presentaciones empezaron a llover en forma individual y colectiva en los tribunales y tuvieron como destinatarios a la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello; al titular de Salud, Mario Russo, y al propio presidente Milei. Los delitos que se les imputan son los de “abandono de persona”, "incumplimiento de los deberes de funcionario público" y "asociación ilícita".

La Alianza Argentina de Pacientes (ALAPA) denunció que Troiano murió esperando que la DADSE (Dirección de Asistencia Directa por Situaciones Especiales) le diera la droga.

 

El mes pasado murió María Teresa Troiano, una paciente oncológica a la que el gobierno nacional dejó de darle la medicación en diciembre. Ya a principios de marzo había fallecido Aldo Javier Pinto, un salteño de 45 años que era referente barrial de la capital provincial de su provincia. Poco después se conoció la muerte de Camila Giménez, de 25 años, oriunda de Villa María, Córdoba. Su oncólogo le había conseguido la medicación que los funcionarios le negaban, pero finalmente murió. Pocos días después, también falleció Alfredo González, que venía esperando su tratamiento desde la Dirección de Asistencia de Situaciones Especiales del Ministerio de Salud de la Nación. Alfredo aguantaba como podía, a veces mediante donaciones, pero la enfermedad avanzó y acabó con su vida. Porque eso es lo que ocurre: el cáncer no se detiene a esperar que algún burócrata actúe.

María Teresa, Aldo Javier, Camila y Alfredo no son los únicos que han estado de esta situación.

Mirta Hashimoto muestra una receta de la medicación que necesita su hija Cielo para continuar con su tratamiento. (Foto de Mariana Eliano, para el diario El País)

 

Cielo es una muchachita de 14 años que padece lupus y requiere de un tratamiento que no puede interrumpir. Sin embargo, el Estado si le cortó la entrega de la medicina imprescindible.

María Celeste Quintana, de 32 años, fue diagnosticada con linfoma de Hodgkin. Ya se hizo incontables sesiones de quimioterapia y recibió un autotransplante de células madre, pero necesita tratamiento de por vida. Si lo interrumpe, su enfermedad avanza. Un informe de la revista Rolling Stone nos cuenta que estudia Historia y Bibliotecología de la Universidad de Buenos Aires. Como no tiene obra social y su suerte está atada a la castigada salud pública. Desde hace cuatro meses lleva adelante una cruzada desigual contra la negativa del Estado a entregarle la medicación que le permita seguir con vida.

La mujer le dice a la publicación que ignora si el Gobierno se da cuenta de que está jugando con su vida y con la de todos los pacientes oncológicos que están en la misma o parecida situación. María Celeste habla desde la violencia espiritual que su condición le provoca, pero también desde la sensatez y el sentido común de cualquier persona poseedora de un mínimo de humanidad.

¿Cómo no va a haber plata para la salud, para educación, para los comedores? Esas son prioridades -plantea-. Nos mienten. En realidad, sí hay plata para sus negocios, para comprar aviones de combate, para mandar militares a Ucrania. Para esas cosas sí hay plata”, reclama desde el suburbio obrero de Quilmes en donde vive.

Celeste Quintana, enferma crónica de Linfoma de Hodgin, en la cocina de su casa del barrio de Quilmes, provincia de Buenos Aires.

 

Ya terminó de caer la tarde y en la casa de Carmen y Mariano se sirve el caldo que abastece al cuerpo y al espíritu de esa parejita añosa que sigue percibiendo con asombro y con angustia cómo la crueldad del poder vuelve extemporánea a la ternura.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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