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Distintas expresiones de la derecha vernácula se cansaron de imputarle al kirchnerismo su presunta voluntad de convertir a la Argentina en una nueva Venezuela. En cambio, ahora que les sirven de comparsa a la extrema derecha gobernante mantienen un silencio siniestro o bien se llenan la boca de grandielocuencias críticas, aunque después votan en el Congreso todo lo que el Poder Ejecutivo les exige.
El exaltado Rodrigo de Loredo durante su intervención en la sesión de Diputados que aprobó la Ley de Bases.
La prueba más clara se vio en la sesión de la Cámara de Diputados del lunes pasado, donde fue posible observar varias conductas sinuosas. Rodrigo de Loredo, el legislador radical de Córdoba, hizo un acting desproporcionado, bordeando los gritos destemplados. Reivindicó para su partido la histórica alineación con causas nobles. Señaló que hay ocasiones en las que corresponde que el Estado cumpla un rol empresarial; le adjudicó al presidente un desconocimiento acerca de las ocasiones en las que falla el mercado; cuestionó el zigzagueo constante de nuestro país entre políticas privatizantes y estatizantes y le atribuyó a esa oscilación ser la causante del fracaso argentino. A medida que progresaba en su discurso, incrementaba su voltaje, escenificando una ofuscación tribunera, hipócritamente cuestionadora, que luego su voto descalificaría por completo. El suyo era un enojo impostado, sobreactuado, histérico y -sobre todo- falso. Porque terminó consagrando la ley que el oficialismo buscaba.
En ese momento, a la conciencia de muchos debiera haberse asomado la acusación de Milei para todos los legisladores que negociaban sus votos a cambio de valijas robustas. Viendo el resultado final de la sesión en la cámara baja es imposible evitar la duda y preguntarse si no habrá sido este uno de esos casos de voluntades compradas. Sobre todo porque al día siguiente aquellos a los que la lengua filosa del presidente caracterizaba de “ratas”, mágicamente se habían transformado en “patriotas”. ¿Tuvo algún costo semejante cambio en los calificativos? En caso de haber sido así, ¿en qué consistió? ¿A cuánto ascendió?
Si acaso alguna vez lo fue, puede ser que el modelo haya dejado de ser Venezuela, porque el régimen parece tener el propósito de convertir al país en un nuevo Haití, dicho esto sin desmedro alguno del sufrido pueblo caribeño.
Un informe de Naciones Unidas del 29 de junio de 2023 acredita que Haití es un país marcado por la violencia, la miseria, el miedo y el sufrimiento. La situación de los derechos humanos es dramática, con todos las salvaguardas pisoteadas. ¿Ese es el horizonte hacia el que marchamos?
Entre diciembre y abril la Argentina sumergió en la pobreza a 3.2 millones de sus habitantes. En cuatro meses, la muy oronda ciudad de Buenos Aires incrementó en un 20% el número de personas que viven en situación de calle.
Un reporte televisivo de hace algunos días mostró el trabajo de una organización que distribuye viandas entre gente sin hogar ni recursos. En una porción pequeña de esa capital, que hasta no hace mucho tiempo presumía de ser “la París de Sudamérica”, cada noche un grupo de voluntarios abastece de viandas alimentarias a 1.200 almas. ¿Cuántas otras carecen de esa ayuda en barrios periféricos a los que la beneficencia no alcanza a llegar?
Ya que a finales del año anterior esos indigentes eran mil personas, otro interrogante pertinente es ¿cuántas serán dentro de tres meses?
Por entonces, el frío alcanzará temperaturas glaciales y la alimentación insuficiente solo creará condiciones propicias para que las enfermedades prosperen. El hambre y su consecuencia, la desnutrición, impiden el normal desarrollo físico y mental de los compatriotas más pequeños. Lo que no incorporaron en esa edad temprana, luego será imposible de adquirir y sus consecuencias incluirán una afectación preocupante de su sistema inmunológico con la reducción de su resistencia a infecciones de distinto grado de gravedad.
La ausencia de ciertos nutrientes básicos incrementa la mortalidad infantil y provoca deficiencias en el crecimiento y el desarrollo futuro de los infantes que, en el presente y también a mediano y largo plazo, generará bajo nivel de desarrollo cognitivo y de conducta.
Los purretes y las pebetas insuficientemente alimentados en sus primeros años de vida sufrirán una disminución en el coeficiente intelectual. Los procesos de aprendizaje de las criaturas que comen mal o que no comen les provocarán problemas de memoria y déficits en la capacidad de concentración.
También se ha establecido que la desnutrición infantil produce estados de ánimo compatibles con la tristeza, apatía, falta de socialización, irritabilidad y desinterés.
Este testimonio gráfico de 1970 muestra niños hambrientos en la región nigeriana de Biafra. Los que pusieron el grito en el cielo por las escuelas cerradas durante la pandemia, ¿se quejan ahora por nuestros niños hambreados y el número creciente de personas en situación de calle?
Llama la atención que aquellos voceros del pensamiento reaccionario que expresaban tanta preocupación cuando el gobierno anterior, como medida protectora, mantuvo las escuelas cerradas durante la pandemia, ahora guarden un mutismo escandaloso. Semejante inhumanidad resulta aterradora.
Hasta un troglodita de nuestros días como Alberto Benegas Lynch debiera alterarse por esto, pues los pibes, que él propone que abandonen la educación e ingresen al mundo de trabajo infantil, carecerían de las energías vitales suficientes para desempeñar tareas para la oligarquía dominante. Es decir, a su servicio y al de otros desalmados como él, que manifiesta no creer en la educación obligatoria.
El brigadier Cacciatore gobernó de facto la ciudad en donde reside la administración nacional argentina entre 1976 y 1982. Él fue quien introdujo las autopistas, esas vías elevadas de transporte que acabarían convirtiéndose en techos precarios para quienes carecen de vivienda propia y están imposibilitados de alquilar una. Quienes no encuentran refugio allí suelen pernoctar en bancos de plaza, zaguanes o veredas.
Ellos son nuestra versión de los homeless norteamericanos, como para que quede evidencia que no solo copiamos las desdichas de los países subdesarrollados, sino que también imitamos las miserias de las naciones poderosas.
Antes que el invierno nos alcance con toda su crudeza ya estamos sintiendo escalofríos. Son los que nos provocan la marea creciente de desocupados, los niños desnutridos, las personas sin techo y esa sensación repugnante de algunos dirigentes que promueven el trabajo infantil, la renuncia a derechos adquiridos en materia laboral y social, la clausura de Universidades, el ataque despiadado contra las manifestaciones culturales y artísticas, la claudicación cotidiana de la causa soberanista, la entrega del patrimonio nacional a conglomerados trasnacionales y el otorgamiento de la suma del poder a una persona cuya estabilidad emocional es motivo de dudas e interrogantes.
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