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11/06/2023

Columnistas

La dolarización y la experiencia de la “convertibilidad”

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Adoptar el dólar como moneda en Argentina tendría enormes costos y es un camino sin vueltas. Ningún país de ingresos medios, como el nuestro, dolarizó su economía. Aquí se ensayó con la “convertibilidad” y fracasó estrepitosamente. Pero pareciera que a la sociedad le cuesta aprender de la experiencia histórica.

Humberto Zambon

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Cada vez que en nuestro país se presentan dificultades para controlar la inflación, como ocurre en estos momentos, aparecen economistas, políticos, comentaristas económicos y periodistas a proponer, irresponsablemente, la dolarización de la economía, lo que implica adoptar el sistema monetario norteamericano, renunciando a toda política monetaria, instrumento fundamental de la política económica, y quedando bajo los lineamientos de la Reserva Federal de los Estados Unidos. Lo que no dicen es: 1) Que la dolarización tiene enormes costos y es un camino sin vueltas; 2) Que no existe ningún país de ingresos medios, como Argentina, que haya realizado la dolarización; ni 3) Que la Argentina tuvo ya su ensayo (“la convertibilidad”) que fracasó estrepitosamente.

1) La dolarización requiere una gran devaluación inicial, que permita una equiparación entre el valor inicial (o mejor dicho, final) del peso, lo que implicaría la licuación de los salarios de trabajadores activos y pasivos, y de los ahorros bancarios o en efectivo de trabajadores y clase media, que han creído en el futuro del país, (no de los ricos y poderosos, que ya tienen sus ahorros en dólares y en el exterior), con el gran costo social que todo ello significa. Por otro lado, existe un solo ejemplo de país dolarizado que haya intentado, ante las consecuencias de la dolarización, volver atrás; fue en el 2004 por parte del presidente de Ecuador, Rafael Correa, pero no pudo llevarlo a cabo.

2) Solo existen experiencias de dolarización de pequeños estados como Timor Oriental, Islas Vírgenes, Palaos, Islas Marshall y Micronesia, o tres economías chicas de América: Ecuador y El Salvador, que lo adoptaron como instrumento de estabilidad monetaria, y Panamá, que lo estableció como moneda de curso legal, en forma conjunta con el balboa (que es una moneda propia) desde su creación como estado independiente de Colombia (independencia promovida por Estados Unidos para poder construir su canal). Aquí no se cuenta a Puerto Rico, que es un estado asociado a Estados Unidos.

Según Camila Pelliza (“El destape”, 4-4-22) Panamá tiene el 80% de su población bajo la línea de la pobreza, mientras que las familias de El Salvador tienen como principal ingreso las transferencias de los salvadoreños que lograron emigrar. Por su parte, Ecuador en el año 2000 eliminó al sucre y adoptó al dólar como moneda, con un gran costo social: actualmente el salario mínimo es de 140 dls. y la canasta básica es de 800, lo que generó la emigración de casi 2.000.000 de ecuatorianos. Dice el diario Clarín (8-6-23), citando al economista Hermán Ramos: "La situación que vive Ecuador hoy es como la de Argentina a mediados de los 90, con una fuerte transferencia de riqueza de los sectores que menos tienen a los que más poseen, y en donde estos últimos están abocados a una carrera loca de consumismo”.Durante la última pandemia, Ecuador sufrió las consecuencias de la inexistencia de una política monetaria y tuvo que solicitar ayuda al FMI (2019, 2020 y 2021).

3) Tampoco te dicen que nuestro país ya tuvo una experiencia de cuasi dolarización durante la presidencia de Carlos Menem, continuada durante el gobierno del radical Fernando De la Rúa (mantenimiento de la moneda nacional, pero con cambio fijo del peso con respecto al dólar e imposibilidad de emitir pesos sin el respaldo de divisas). Para pensar que puede pasar en nuestro país con una dolarización, conviene empezar viendo los antecedentes, implementación y consecuencias de esa experiencia. Carlos Menem fue electo presidente de Argentina en 1989. Varios años después, cuando la política de la convertibilidad parecía tener éxito y discutía su “paternidad” con Domingo Cavallo, dijo que si en la campaña electoral hubiera dicho lo que pensaba hacer en materia económica, en ese momento nadie lo habría votado. Todo indica que la frase no se ajusta a la verdad; lo más probable es que Menem haya asumido el gobierno sin tener la menor idea de qué política económica aplicar, ya que venía de una larga campaña interna en el peronismo, donde venció a Antonio Cafiero, y la elección presidencial, en las que se limitó a recitar una serie de consignas populares, como la promesa del “salariazo” o de la “revolución productiva”. Además, fue sorprendido por la entrega anticipada del gobierno (8-7-89), ya que el presidente Alfonsín, que había lidiado durante seis años con la herencia recibida de la experiencia neoliberal de Martínez de Hoz, fue corrido por la hiperinflación, las protestas y la crisis inminente.

Por esa razón, al inicio, Menem entregó la política económica del país a los ejecutivos de Bunge y Born, una de las empresas más grande de ese momento, cometiendo un error sustancial pero muy común: suponer que el ser un ejecutivo exitoso de una empresa particular lo habilita a conducir la macroeconomía del país. Macri volvió a repetir el mismo error, convocando a los ejecutivos de las principales empresas, muchas de ellas extranjeras, que ahora son llamados “CEOs”. Como nota al margen, cabe señalar que CEO es la sigla en inglés de Chief Executive Officer; utilizar ese término en lugar de director ejecutivo o ejecutivo de empresa, que son los sinónimos en castellano, es parte de la colonización intelectual que sufrimos.

Los ministros-representantes de Bunge y Born fueron Miguel Ángel Roig y, luego del sorpresivo fallecimiento de éste, Néstor Rapanelli. Aplicaron la política económica ortodoxa habitual: devaluación (el dólar pasó de 350 australes a 650 y luego a 1.010), fuerte aumento de las tarifas de los servicios públicos, ajuste del gasto del estado, privatizaciones, liberación de la economía y apertura al ingreso de capitales externos. Inicialmente la inflación bajó del 196% mensual en julio de 1989 al 5,6% en octubre, pero en diciembre ya había subido de nuevo al 40% mensual. Rapanelli renunció y el 15 de diciembre asumió Antonio Erman González, que profundizó la política neoliberal aplicada: disminuyeron y sacaron retenciones a la exportación, se ajustó más el gasto público y se profundizó la política de privatizaciones: Aerolíneas Argentinas y ENTEL, entre otras. Fue un año de medidas pragmáticas pero anunciadas periódicamente en forma ampulosa, en lo que la prensa llamó “Plan Erman 1”, “Plan Erman 2” hasta llegar al plan 5.

El año 1990 cerró con una inflación del 798% y el gobierno fue golpeado por la denuncia del embajador norteamericano sobre un pedido de soborno a la empresa Swift, donde aparecía involucrado Emir Yoma, que motivaron la renuncia de Erman González y la asunción, al comenzar 1991, de Domingo Cavallo. Este tenía como antecedente el haber nacionalizado la deuda privada durante el gobierno militar, lo que favoreció a las grandes empresas y, en particular, a las del sector financiero-especulativo.

Cavallo siguió la misma política privatizadora anterior, liquidando las empresas estatales que quedaban como tal y, una verdadera estafa, privatizando el sistema jubilatorio con la creación de las AFJP. Su gran innovación fue la “convertibilidad”. Luego de una devaluación que llevó el tipo de cambio a 10.000 australes cada dólar, se estableció el cambio fijo a ese valor, con libre convertibilidad de una moneda en otra; coherente con esa política, se creó el peso como unidad monetaria en reemplazo del austral, a razón de $1 por 10.000 australes, o, lo que es lo mismo, un peso por dólar. Fue una profundización de la “tablita” de Martínez de Hoz, que había fracasado durante el gobierno militar; su funcionamiento se basaba en la renuncia del Estado argentino a una política monetaria, convirtiendo el sistema en una “Caja de Conversión” como había existido en el siglo XIX y primeros años del siglo XX, hasta la creación del Banco Central: la circulación monetaria dependía de la existencia de divisas, es decir, del ingreso por el comercio internacional y del ingreso de capitales externos. Prácticamente una dolarización.

A pesar de una disminución sensible de la inflación, el aumento de precios promedio entre abril y diciembre del 1991 fue del 20%, lo que produjo un retraso en el tipo de cambio, con inundación de importaciones (y el consecuente cierre de empresas productivas y desocupación) y dificultades para los exportadores no tradicionales. El funcionamiento de la economía dependió entonces del ingreso de capitales externos, en un proceso tipo “bola de nieve” de endeudamiento público. Cuando aparecieron los síntomas de las limitaciones en este proceso, se generalizó la demanda de dólares para atesorar o fugar al exterior, que se cubría con nuevo endeudamiento que agravaba la situación. El fracaso de la política económica hizo que el gobierno perdiera las elecciones en manos de la Alianza que, contrariando las esperanzas de sus votantes y aun sabiendo del fracaso inminente, no quiso pagar el precio de abandonar la convertibilidad y terminó llamando al mismo ministro anterior, Cavallo, para seguir con ella. Las consecuencias fueron desastrosas social y políticamente, y condujeron al “default” y a la renuncia del presidente Fernando de la Rúa.

Hay un dicho popular que de tanto repetir se ha convertido en lugar común, pero que encierra una gran verdad: “el hombre es el único animal que tropieza una y otra vez con la misma piedra”. Es que pareciera que a la sociedad le cuesta aprender de la experiencia histórica; de lo contrario, no habría explicación a que, después de los fracasos de las políticas neoliberales en los años 1976-83 y 2015-19, así como la triste experiencia de la convertibilidad, hoy haya quienes crean que con medidas de política económica similares (como la dolarización) se pueda logar un resultado y un final distinto.

29/07/2016

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